El narrador, de inconfundible acento sudamericano, nos cuenta que un ingeniero superinteligente de la NASA, un día se cansó de pagar recibos de la luz desmesurados debido a su uso del aire acondicionado. Enfadado, nuestro hombre se propuso a acabar con ese abuso del cual era víctima y al día siguiente tenía un ventilador del tamaño de una caja de zapatos que consumía un noventa y siete por ciento menos energía y hacía bajar la temperatura de una habitación nada menos que en diez grados. Este es el secreto que las eléctricas no quieren que sepamos, añade el narrador. Ese mismo hombre rechazó las ofertas millonarias que le llovieron de las multinacionales de la refrigeración y ha puesto a la venta ese aparato por doce euros, aunque sólo para los primeros doscientos millones compradores.
Otro genio, de quien no consta que haya estado en la NASA, quiere que ganemos un buen sueldo sin hacer nada. Lo que habíamos soñado toda la vida. El negocio consiste en que nos prestan dinero para invertir en valores bursátiles; nosotros recibimos el dinero y compramos un valor. Si nos va mal, no pasa nada, perdemos pero no tenemos que devolver nada. Si, en cambio, nos va bien y ganamos, nos lo quedamos. Únicamente tenemos que pagar una cantidad ridícula de lo que ganamos, y nada más que de lo que ganamos, al que nos ha ofrecido el negocio. ¿Lo han entendido? Y ahí está el contacto.
«¿Quieres ganar dinero con las criptomonedas?» Otro hombre, muy campechano, como usted o como yo, explica cómo obtener pingües beneficios con el mundo cripto. Y añade la respuesta a lo que, al menos a mí, siempre me ha alarmado: «incluso cuando las cripto pierden su valor», cosa que ocurre con frecuencia, con estrépito, arruinando a los incautos. Pero ahora ya es posible sólo ganar cuando mejoran y no perder cuando empeoran.
Una chica, que usaba la inteligencia artificial «hasta para decidir qué ropa me pongo», nos explica que se está haciendo rica porque también le pregunta al Chat GPT en qué invertir. Y si nos apuntamos, nos dice cómo hay que hacerle las preguntas para acceder a su sabiduría. Esto sí que es inteligente. Y fácil.
Otro ingeniero de la NASA muestras unas gafas para leer que se adaptan a todo, incluso a la luz solar, no se rayan, sobreviven a las pisadas de tractores y valen apenas dos chavos. Se ve que en la NASA se dedican a todo un poco.
¿Pensaba que haciendo deporte adelgaza?, dice la locutora, de nuevo sudamericana. No, incluso, engorda. Pero una chica tiene la fórmula más buscada: hay que hacer sólo siete minutos de ejercicios al día, orientados a no sé qué del metabolismo, para adelgazar con cuatro movimientos. Pocos pero inteligentes. Si lo hacemos como ella dice, vamos a adelgazar de verdad. Y lo explica junto a una pobre desgraciada que se paga un gimnasio y pasa varias horas al día dándole a la cinta justamente para engordar más.
Hay un chico joven que está en su casa ante el ordenador. Para un minuto su máquina de hacer dinero y, generoso, comparte su truco: «Mira, estos son los cobros que llevo hechos hoy de mis inversiones». En la pantalla aparecen los números. El secreto es ‘hoy’ porque como parece que es por la mañana, el espectador automáticamente lo multiplica por dos o tres, según las horas diarias que quiera trabajar, eso por 300 días al año, y se le pone cara de Tío Gilito. Para la fórmula hay que ponerse en contacto con él.
La lista de negocios así de fabulosos en Internet es interminable, casi siempre implicando a algún ingeniero de la NASA, lo que explica las catástrofes aeroespaciales de los americanos. Cuando no son negocios, son productos de belleza que salvan al más feo, que adelgazan al obeso, o que convierten en simpático al huraño. Desde ligues a coches usados, todo está en la red. Y prácticamente gratis.
El mundo es muy simple, la vida es muy cómoda; el único problema es que uno es un poco idiota. ¿Cómo no se me había ocurrido a mí encerrarme una tarde y resolver el problema del cambio climático, del avión eléctrico, de la vejez o de la calvicie? Uno termina una sesión en Internet con cara de tonto: «Soy pobre sólo porque siempre he sido idiota». La prueba de mi mediocridad: los demás se enriquecen mientras yo trabajo por un sueldo. Sólo hay una cosa peor: ser ingeniero de la NASA y regalar lo que descubre.
En España hay departamentos de consumo municipales, autonómicos y nacionales. Tenemos incluso un ministerio. Por cargos que no quede. Pero se dedican a decirnos que tomemos agua cuando hace calor y que programemos nuestra jornada laboral para no sudar. De perseguir la delincuencia que nos invade, ni hablar. Igual es que están jugando en la Bolsa. Ojalá.