En 1958, de la mano de dos inseparables amigos barceloneses, nació el que sería uno de los grupos pioneros del pop rock nacional y precursor del fenómeno fan en nuestro país. The Dynamic Boys, como pretendía denominarse en origen, se dio a conocer finalmente ante el público patrio como el Dúo Dinámico, convirtiéndose sus integrantes, Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, no solo en brillantes intérpretes que inspiraron a toda una generación, sino también en compositores de temas como el La, la, la de Massiel con el que nuestro país ganó por primera vez el Festival de Eurovisión en 1968, y hasta en productores de artistas de la talla de Julio Iglesias o Camilo Sesto. Alternaron su participación en películas como Botón de ancla, Búscame a esa chica, Escala en Tenerife y Una chica para dos, con brillantes actuaciones en reconocidos festivales de la canción como el de Benidorm, dejando para la posteridad himnos legendarios llenos de melodías pegadizas y letras entusiastas escenificadas mediante una estética colorista y alegre que todavía resuenan en nuestras fiestas y celebraciones.
Tan solo la reciente muerte de Manuel ha conseguido desmembrar a un eterno dúo que, sin perder nunca su espíritu juvenil, se convirtió en leyenda, formando ya parte de la historia y del patrimonio musical español. Porque durante su prolífica carrera no solo fueron capaces de crear la banda sonora que inspiró a toda una generación, sino que nos legaron un puñado de himnos inmortales que sobreviven hasta nuestros días como Quince años tiene mi amor, Quisiera ser, Lolita Twist, Oh Carol, Resistiré o Amor de verano, canción esta última, conocida coloquialmente como El final del verano debido a las primeras palabras de su letra, que alude a ese amor estival del que uno se despide amargamente antes de volver a sus rutinas con la incertidumbre de saber si se producirá alguna vez el esperado reencuentro, tema que alcanzó su mayor popularidad al ser utilizado en el último capítulo de Verano azul y que permanece desde entonces presente en nuestras vidas reapareciendo sistemáticamente cada año por estas mismas fechas.
Y es que, aunque el final del verano se produjo oficialmente el 22 de septiembre dando paso a un otoño que todavía se disfruta en chanclas, es durante estos días cuando sentimos realmente que comenzamos a despedimos, siquiera temporalmente, de muchas de las engañifas que nos han acompañado en estos calurosos meses estivales. Sí, de esos restaurantes en los que al reservar tienes que elegir a regañadientes entre uno de los dos turnos disponibles, de esos hoteles en los que resulta obligatoria una reserva mínima de cuatro noches de estancia o de esas discotecas en las que una simple botella de agua cuesta la mitad de las partes nobles masculinas. Ya ven que los finales no siempre tienen por qué ser tristes, pues con el término de este ajetreado verano también se dirá adiós definitivamente a la limitación de entrada de vehículos de residentes de Ibiza y Formentera impuesta legalmente y gestionada a través de los sistemas Formentera Eco e Ibiza Circular, en especial el controvertido cupo diario de tan solo 235 turismos y 50 motocicletas de residentes ibicencos que hasta el 30 de septiembre podían acceder a la menor de las Pitiusas.
La idea, a priori loable al pretender regular la entrada y circulación de vehículos en la vecina Formentera para promover ese tan deseado turismo sostenible, se convirtió rápidamente en una molesta traba burocrática que, una vez agotado el correspondiente cupo diario, supuso directamente la más absoluta imposibilidad de acceso rodado a la isla. Ya ven, cuando pensábamos que era complicado obtener cita para renovar el DNI o para pasar la ITV, va y resulta que también lo ha sido poder hacerse con alguna de las escasas plazas ofrecidas a través de la plataforma creada a tal fin. Y a ver, no vamos a decir que esto haya supuesto para la población local un perjuicio rollo síndrome de la cabaña, pero sí una evidente perdida de oportunidad lúdica para los sufridos residentes al que se une el consiguiente perjuicio económico para las navieras que realizan el trayecto, así como para todos aquellos que de una u otra manera viven allí del turismo.
El problema no estribaba tanto en el cupo establecido, sino en la verificación de su efectivo uso, pues una vez realizada la reserva no se preveía forma alguna de poder cancelarla liberándola a favor de otros usuarios. Tampoco ninguna manera de garantizar que quien obtenía la preceptiva autorización finalmente realizara realmente el viaje. La reserva se efectuaba a coste cero y, por tanto, sin pérdida económica o penalización alguna para el usuario incumplidor. Ni tan siquiera se vinculaba su obtención a la adquisición de los preceptivos billetes de barco. De esta forma, difícilmente podía conocerse si el cupo existente, y en demasiadas ocasiones agotado, era utilizado o no por los agraciados beneficiarios, pudiendo darse el recurrente supuesto de que los codiciosos de siempre reservaran multitud de fechas a prevención, pensándose posteriormente si usarlas o no según soplara el viento. En todo caso, lo que no es creíble es que la amenaza para la sostenibilidad turística procediera de los vehículos de unos pocos residentes ibicencos cuando la misma norma permitía el acceso diario a Formentera de 1.732 turismos y 122 motocicletas de visitantes no residentes, estableciendo adicionalmente una cuota de vehículos de alquiler sin conductor para su comercialización de nada más y nada menos que de 2.268 turismos y 5.880 motocicletas.
Con estos mimbres, y como muestra de su evidente desatino, no resulta extraño que se decidiera de forma acertada suprimir para la próxima temporada esta cuota de limitación de la movilidad facilitándose el libre acceso a Formentera por parte de los vehículos de residentes ibicencos, como también, a la inversa, de los vehículos de residentes formenterenses para hacerlo en Ibiza, pues recordemos que los 120 vehículos diarios autorizados en este caso también podrían resultar frecuentemente insuficientes para atender los múltiples desplazamientos que debieran efectuarse desde la menor a la mayor de las Pitiusas por motivos laborales, familiares, sanitarios, administrativos, académicos o deportivos entre muchos otros. Evidentemente, medidas como la obligatoriedad de adquirir exclusivamente vehículos eléctricos para ser destinados al alquiler o la mejora del deficiente e insuficiente transporte público, resultarían bastante más sostenibles y respetuosas que esta restricción.
Tan solo restaría por preguntarse qué destino se conferirá a los importantes ingresos recaudados con las elevadas tasas previstas por día de estancia de cada vehículo, así como de cuanto se perciba por los miles de sanciones impuestas a los incautos conductores que circularon sin la preceptiva autorización. Tal vez estos importes, sumados a los que se obtengan por acceder en vehículo a las playas del parque natural de Ses Salines de Formentera, den al menos como para retirar el velero Helisara, abandonado a su suerte frente al Molí de Sal desde hace más de un año, que se muestra como una efigie aberrante que recuerda, como cantaba el mítico Dúo Dinámico en Resistiré, aquello de «aunque los vientos de la vida soplen fuerte soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie».