La Gota Fría no es un fenómeno nuevo aunque ahora la llamen Dana. Lo que sí es relativamente nuevo es la falta de respeto a la naturaleza y la criminal negligencia en algo tan fundamental como es el urbanismo. También algunas prácticas de la arquitectura moderna, carrera donde ya no se estudian las sagradas proporciones, con demasiados irresponsables que firman adefesios inarmónicos (en consecuencia, inhumanos) para gloria monetaria del promotor de turno. Cosas de la codicia desatada que tanto recomienda el tiburón Gordon Gekko para orgasmo de sus paletos admiradores con master.
Fenicios y romanos tenían mucho en cuenta antes de construir nada las características del terreno, relieve y orografía, el clima, la belleza… y muy especialmente el genios loci, ese espíritu personalísimo del lugar que, aunque no se pueda probar, existe. Sí, todos los pueblos antiguos tenían muy en cuenta una serie de aspectos que, en nuestra endiosada modernidad, ya no están de moda.
Y además está el factor armonioso, eso que no se estudia pero que puede admirarse en el casco viejo de cualquier población, en cuyas plazas se disfruta más poque todo sabe mejor, pues resulta gozoso sentirse rodeado de belleza antes que tanta mentirosa utilidad de corte totalitario.
Y cuando se sabe que hay riesgo de inundaciones, que la Gota Fría no es nueva aunque haya años más fieros que otros, pues se da salida a las aguas para que lleguen al mar, se limpian torrentes… se aprende de la Historia para reducir la catástrofe, o sea. Y se exigen responsabilidades cuando flamantes obras modernas se resquebrajan o una carretera fundamental se inunda sistemáticamente. Por supuesto que hay soluciones, la cuestión es si llegaran a aplicarse.