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Segundones

«Al final la ausencia de fundamentos pasa factura, incluso en un país emocional como el nuestro»

Imagen de archivo del expresidente de Reino Unido, Boris Jonhson | Foto: RTVE

| Ibiza |

Al menos por ser el partido político más antiguo del mundo, da un poco de pena que los ‘tories’, el partido conservador británico, se encuentre hoy en situación agónica. La verdad es que parece que sólo le falta la esquela para certificar su muerte, que en rigor no es de ahora sino que tuvo lugar durante el nefasto mandato de Boris Johnson.

La descomposición de los conservadores se constata de muchas maneras, pero hay una terriblemente demoledora: sus votantes y simpatizantes dicen a los encuestadores que el mejor líder que podrían tener se llama Nigel Farage, que desgraciadamente para ellos está ocupado liderando Reform, el partido más nuevo del escenario político británico. Farage y su partido están hoy nueve puntos por encima de los laboristas que gobiernan y diecisiete por encima de los ‘tories’.

No hay que olvidar que el sistema político británico prima a los partidos más votados, porque por cada uno de los más de seiscientos distritos se elige un único diputado, el que tenga más apoyos, da igual el porcentaje. Eso convierte al tercero en liza en absolutamente irrelevante, incapaz incluso hasta de tener un acceso proporcional al Parlamento.

La catástrofe conservadora tiene tres culpables, a mi entender. El primero, Boris Johnson. El populismo permite ganar elecciones, pero cuando el votante es exigente va a terminar descubriendo el engaño y eso los británicos lo castigan duramente. Johnson, que carece de una ideología concreta salvo lo que le dicta su ego, ha sometido a su partido a contorsiones ideológicas extremas, surrealistas, que han acabado con su credibilidad. Sobre todo porque, encima, era un golfo, como se ha demostrado.

La segunda, Liz Truss. Esta mujer, que fue primera ministra durante unos pocos días, tuvo una oportunidad única de aplicar políticas conservadoras que se caracterizan por ser ortodoxas. Sin embargo, apenas accedió al cargo, ordenó un recorte de impuestos delirante, coherente con su mantra, pero absolutamente inviable porque dejaba al país en la quiebra. Fue inmediatamente destituida porque en Gran Bretaña los diputados no responden ante la dirección de su partido como en España sino ante el votante, como uno piensa que debe ser una democracia. Truss aún parece que sigue sin entender que un conservador sobre todo ha de ser responsable. Rishi Sunak, su sucesor, llevó a cabo una política sensata, pero ya era tarde para reparar los daños infligidos por sus dos antecesores.

El tercer culpable de esta crisis es Jacob Rees-Mogg. Para mí este es el conservador intelectualmente más brillante, dueño de un negocio financiero que va viento en popa. El único que tenía ideas. Pero, como es inviable que un político británico ocupe cargos importantes si se dedica al mismo tiempo a las altas finanzas, Rees-Mogg decidió apostar por el dinero y no por el poder político, lo que le ha llevado a automarginarse. Pese a su potencial, hoy Rees-Mogg no cuenta nada en un partido que ya tampoco tiene rol alguno.

De forma que ahora todas las miradas de la derecha se dirigen a Nigel Farage, el antiguo líder de UKIP, ahora Reform, de quien se puede decir que sacó a Gran Bretaña de la Unión Europea.

Farage tiene pocas ideas pero claras. Se aproxima un poco a Trump, aunque más a la inglesa. Es derecha bastante dura, lo cual tiene sus riesgos. Su mayor problema es que su partido es nuevo y a los partidos nuevos, también en Inglaterra, suelen arrimarse trepas de todo pelaje. Lo hemos visto en España donde lo peor de cada casa se ha ido a Vox o a Podemos. En Gran Bretaña esta situación no es tan brutal, pero las segundas filas en la derecha antieuropea son impresentables por radicales, ignorantes y prejuiciosas. Farage, en cambio, si ignoramos algunas metidas de pata que podríamos llamar ‘de juventud’, parece otra cosa. Por ejemplo, cuando Trump se lanzó contra Ucrania, Farage, que en otros momentos se presentó como su amigo del alma, se opuso frontalmente, lo cual hablaba bien de su criterio propio.

Para España y para Baleares, la lección es simple: los partidos políticos sin ideología, los líderes que sólo hacen gestos pero que no creen en nada, los que están en política para asfaltar carreteras, terminan antes o después en el ostracismo. Mientras tienen micrófonos delante sueltan sus ocurrencias, pero al final la ausencia de fundamentos pasa factura, incluso en un país emocional como el nuestro. El punto de partida en un político siempre ha de ser una visión del mundo; sin ella, están condenados a ser segundones.

Desgraciadamente, en España hemos de escoger entre segundones o crápulas.

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