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La Navidad no acaba con el mal rollo

| Ibiza |

Cada año, coincidiendo con la llegada del mes de diciembre y de forma prácticamente irremediable, nuestras vidas se ven marcadas por una irrefrenable necesidad de felicidad, amor y buenos deseos. Evidentemente esta es una reflexión demasiado generalista, que no parece tenga cabida en algunos aspectos de nuestro día a día y, una de las cuestiones que parece escapar de este buenrollismo que nos invade coincidiendo con esta época navideña, es sin duda la política.

En política, este último mes del año suele irrumpir entre nosotros marcado por dos constantes de las que parece que no podamos escapar y son, la necesidad imperiosa de hacer balance de lo realizado durante el año que está a punto de finalizar y por supuesto, el análisis del habitual discurso de Navidad del Rey. De forma sistemática, estas dos cuestiones parecen escapar al concepto antes citado de ‘buenrollismo’ que teóricamente engloba conceptos como felicidad, optimismo, positividad y relax. En la política de nuestro país, no parece que tenga cabida ninguno de estos conceptos.

Con la llegada de la Navidad, no parece que la más que evidente tensión política disminuya en lo más mínimo. Sin que nadie se sorprenda el análisis del año que se acaba, suele aprovecharse para tratar de resaltar lo positivo que se haya podido hacer y de paso, arrastrar por el barro todo aquello que haya dicho o propuesto el rival político. Ni siquiera en estas fechas son capaces los dirigentes de los partidos de hacer un análisis real de lo ocurrido, la capacidad de autocrítica es inexistente y la posibilidad de ver la parte buena de las propuestas de quienes piensan de forma distinta, por pequeña que esta pueda ser, suele ser pura ficción.

Este mismo ambiente de discrepancia pero marcado por una preocupante polarización de los conceptos, se desprende fácilmente del análisis que cada partido ha hecho del habitual discurso de Navidad del Rey. Como digo, cada partido destaca aquello que en teoría le pueda favorecer y critica todo aquello que se escapa a su propia ideología, aparcando en cualquier caso todo lo que egoístamente entiende que no le conviene. Amparados en la necesidad que cada uno tiene de tratar de arrimar el ascua a su sardina, todos ellos se olvidan de determinadas frases que resultan esenciales y que en el actual ambiente de tensión deberían ser las más relevantes.

El Rey en su discurso hizo referencia a la transición política que en su momento se consideró esencial, ya que para poder llegar a ella fue imprescindible el dialogo y el consenso de todas las fuerzas políticas. La prioridad en ese momento era por encima de todo, la necesidad de conseguir pasar de 40 años de dictadura a una democracia, haciéndose necesario para ello que cada tendencia política renunciara a determinados preceptos propios. Ello se consiguió aceptando las diversas aportaciones que cada partido o tendencia política pudo hacer, teniendo como único y fundamental objetivo el bienestar de nuestra sociedad en general.

Ese necesario dialogo y consenso que marcaron esa transición, transcurridos ya 50 años desde entonces, parece haberse olvidado y son conceptos que ahora mismo están en desuso, estando la política actualmente marcada por una absoluta falta de confianza. La política hoy se basa en la desconfianza y la falta de respeto que se tiene al rival; ahora manda el leguaje soez, el insulto fácil y la constante necesidad de desprecio hacia el que piensa de forma distinta.

Ningún partido la ha resaltado, pero posiblemente una de las frases más importantes de ese discurso del Jefe del Estado español sea: «En democracia, las ideas propias no pueden ser dogmas; ni las ajenas, amenazas». Y es precisamente eso lo que predomina en nuestra política a todos los niveles. La falta de respeto y consideración que se tiene hacia cualquier idea o propuesta que no provenga del propio partido, hacen que el aire que se respira actualmente en la política esté absolutamente contaminado.

No parecen querer darse cuenta, ni en la derecha ni en la izquierda, que todo aquello que proviene de los partidos que respetan la democracia, ha de ser como mínimo respetado y entender que puede ser perfectamente válido como parte de la solución a un problema determinado. El desprecio y el rechazo es lo que prevalece en la gran mayoría de nuestras instituciones a la hora de gestionarlas y gobernar.

La forma de hacer política encerrándose en uno mismo, cerrando los ojos a todo lo que proviene del rival, despreciando públicamente las ideas de los demás, no hacen más que dar alas a aquellos que aprovechándose de nuestra democracia lo único que pretenden y buscan es trepar lo más arriba posible, con la idea de acabar con ella y poder acercarse paulatinamente a su añorada dictadura. El desprecio, el insulto y la falta de respeto al propio concepto de democracia, tan solo favorece la intolerancia y el matonismo. Nuestra sociedad merece mucho más.

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