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Opinión

La cama alegre

| Ibiza |

Los hombres gobiernan el mundo y las mujeres gobernamos a los hombres», me confiesa ante una copa de Calvados una dama egregia tan coqueta como segura de sí misma. Luego se pone a hablar de la rubia esplendorosa, Briggitte Bardot, quien antes de cambiar a los humanos por las focas, mandaba lo suyo desde muy jovencita, cuando se convirtió en ícono erótico en Y Dios creó a la mujer.   

Pero además de una belleza la Bardot también era amante y gran conocedora de la poesía, y soltaba frescas magníficas a diestra y siniestra, como que la infidelidad marital era un deporte nacional galo. Según De Gaulle, ella solita atraía más divisas a la dulce Francia que la fábrica Renault.

Madame ha pedido otro Calvados (»Es mucho más afrodisiaco y da mejor aliento que el espantoso redbull») y me cuenta que BB actuaba como una versión femenina de Don Juan, siguiendo su deseo y encamándose con quien quería. «¡Bravísima!», digo yo. «Oui, pero otros emplearían el termino ninfómana». «Tal vez los astados unidos que podrían con sus cuernos arar Castilla».

¿Qué tiene de malo la libido? Afortunadamente, salvo para los aspirantes a cabestros que se excusan ante el terapeuta o los medios por una adicción al sexo de lo más natural, nadie con sentido común cree ni juzga que encamarse alegremente deba ser algo pernicioso.

«Ahora bien—prosigue madame—, si tienes pareja es fundamental la discreción. Confesar el desliz es algo tan cruel como innecesario. Pero hoy en día, con tanta cacareada libertad y unos progres que se creen que han descubierto el sexo, los lloricas están de moda y necesitan contagiar su complejo de culpa».

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