«Si cuando tenía 20 años me hubiesen dicho que hoy cumpliría 100, les hubiese tratado de locos». Así nos recibió ayer Pep Mayans en ‘Can Xumeu Petit', su casa de la Mola (Formentera) en las horas previas a una fiesta para 45 personas (tres turnos de 15 personas cada uno) que se alargaría hasta el anochecer.
Tiene una pequeña herida en la mano derecha a la que su hija Rita acude con una crema hidratante. «Tengo mucha suerte, siempre me han cuidado muy bien», explica Pep. Rita se casó y marchó a vivir a Ibiza, pero «quedé viuda muy joven y volví para cuidar a mis padres, que eran muy mayores. Mi madre ya falta desde hace 12 años». Es una excelente guarda y custodia de Pep, que está hecho un pincel para su larga fiesta.
Pep se levanta y avisa: «Voy a mirar las parras». Justo al lado de la terraza, en un terreno plano, están sus adoradas parras a las que cuida todos los días y éstas lo agradecen mostrando un excelente aspecto.
«Ésta es mi vida, las parras y los palomos. Tengo más de 50 y paso muchos ratos observándolos y cuidando de ellos», asegura.
Pep nació en La Mola de 1920, donde el turismo no llegaría hasta 50 años más tarde, vivió la Guerra Civil, hizo una mili de siete años, aunque «nunca estuve en el frente, me tocó ir en un sorteo, pero nunca vinieron a buscarnos. La mili la hice en Sant Antoni, Ibiza y Mallorca».
Su trabajo ha sido cultivar la tierra. Nació en ‘Can Xiquet Baixero' y «cuando me casé, una tía me dejó en herencia esta casa y bastante tierra, que he cultivado, con trigo, cebada, maíz y lo que hubiese en cada momento». Recuerda también que «algunas veces trabajé en las Salinas, pero era durísimo. La tierra es más agradecida».
Su otra hija, Mercedes, ha llegado también para ayudar en la organización de la larga fiesta, en la que echaran de menos a su otro hermano, Francisco, que murió hace algunos años. Pep tuvo tres hijos en total.
Rita se lamenta de que «con esto del virus, los nietos de Ibiza no van a poder venir a felicitarle». Cuando le pregunto por el coronavirus, me contesta que «a La Mola no suben esos bichos». Por lo visto, ni esos ni muchos otros viendo el estupendo estado de salud de Pep.
Me tengo que despedir porque va a llegar la primera tanda de invitados, pero no me dejan marchar sin probar los estupendos bunyols recién hechos. Al despedirme, Rita me recuerda: «Hace cinco años ya viniste a entrevistarlo al cumplir los 95». Hasta los 105, Pep.
Molts Anys i Bons!