Después de toda una vida escuchando hablar de su abuelo, Francisco Delgado Machío, al que se llevaron apresado a Formentera tras la Guerra Civil, Ana y Petra han podido por fin enterrarlo junto a los suyos y despedirlo dignamente en el cementerio de Almendralejo.
«A partir de hoy se abre una nueva etapa en nuestra vida, de paz, tranquilidad y, sobre todo, de justicia, porque en las guerras todos perdemos, pero saber dónde están tus seres queridos es muy importante», ha afirmado Ana Álvarez Delgado en declaraciones a EFE minutos antes del acto homenaje celebrado este martes en el camposanto local, donde los restos de su abuelo descansan ya junto a sus hijos.
La identificación de Francisco Delgado, natural de Hornachos y jornalero de profesión, se realizó a partir de muestras óseas recuperadas en 2023 durante la segunda campaña de excavación en el cementerio de Sant Francesc Xavier, en Formentera.
Francisco Delgado nació el 8 de noviembre de 1890 y ejerció como cabo de la guardia municipal durante la Segunda República. Tras la Guerra Civil, en marzo de 1941, fue trasladado al penal de Formentera desde la prisión de Badajoz, acusado de adhesión a la rebelión, donde murió el 18 de octubre de ese mismo año, víctima de «las duras condiciones de vida» en la colonia penitenciaria.
«Los trabajos forzados, maltrato, insalubridad y escasez de alimentos, provocaron en la cárcel enfermedades como inanición, colapso, avitaminosis o tuberculosis», según los informes históricos del proyecto.
Saoneta«Las siluetas de los crucificados impresas en la pared. Mira, dijo el guardia de la prisión mostrándome la pared que limita uno de los lados del patio. Extrañas trazas negras, rayas de humo y la cal quemada. El 12 de julio, cuando las tropas nacionales forzaban la entrada en la villa, una banda roja, compuesta por ciento treinta individuos, invadieron la cárcel, está prisión. Treinta y dos residentes de la ciudad habían sido encerrados durante varios días por las autoridades comunistas, treinta y dos ciudadanos, incluidas las mujeres a quienes acusaban de sentimientos moderados… Pusieron a treinta y dos en esta cárcel, y crucificaron a cinco -los más significativos- luego les rociaron el combustible y petróleo, prendieron fuego a las antorchas humanas, cerraron la puerta y se fueron... Esos extraños dibujos que se ven en la pared blanca, son las siluetas de los crucificados que el fuego ha impreso en la cal y en la piedra. Me voy... Me marcho con la cabeza baja, mirando el suelo ennegrecido, para no ver los dibujos atroces de la pared. A la media hora, el coche arranca…»