Esperança Torres (Ibiza, 1940) es hija del fundador de Can Jordi y madre del actual responsable del establecimiento, Vicent. Ha sido la responsable de la tienda y del bar desde bien joven, una mujer que llevó adelante el negocio durante décadas antes de dejarle el relevo a Vicent y vivir en segunda persona el cambio que ha vivido esta tienda-bar de la carretera de Sant Josep.
¿Nació aquí mismo, en Can Jordi?
— En Can Jordi sí, pero es que antes esto no era Can Jordi. Mi padre lo compró a Vicent de Can Puvil, pero como él era de Can Jordi le puso su nombre.
¿Su padre montó la tienda?
— No, Puvil ya tenía la tienda. Mi padre tuvo que hacer alguna reforma, eso sí. Claro que eso yo no lo recuerdo, pero sí que sé que tenían tienda y se vendía material, almendras, comida para los animales.
Ha llovido mucho desde entonces...
— Imagínate, vinimos cuando yo tenía un año y ahora ya tengo casi 82. Para mí es como si hubiera estado aquí toda la vida. Cuando era pequeña me decían «mira que aquí no es nuestro y en cualquier momento puede que tengamos que irnos y volver a la casa vieja». Yo no quería ir a esa casa, me daba mucho miedo, no he vivido allí nunca.
Imagino que, de una manera u otra, habrá estado trabajando aquí desde entonces.
— No te creas, cuando era pequeña trabajaban mi padre y mi madre, yo iba a la escuela. A mis padres les ayudaba un primo mío que estuvo 18 años con nosotros. Claro, por aquel entonces la tienda no era lo que es ahora, mi padre compraba muchos sacos de material y necesitaba a alguien que le ayudara con eso. Lo que me gustaba a mí era bordar y coser. Eso no significa que no despachara en un momento dado si hacía falta. Cuando fui un poco más mayorcita empecé a aprender a coser y bordar bien en casa de una vecina. Llegué a ganarme un dinerito bordando, no es que estuviera bien pagado pero iba haciendo.
¿Cómo era el Can Jordi de aquellos años?
— Muy distinto a lo que es ahora. No había tal cantidad de cosas distintas, ni tanta fruta y de todo. Entonces se vendía todo a granel, además eran tiempos en los que la gente no tenía dinero y se gastaba lo justo y necesario. Lo mínimo.
¿Cuándo se hizo cargo de la tienda?
— Cuando faltó mi padre. Mi madre le ayudaba pero tenía la salud delicada, y a Pep, mi marido, no le iba mucho esto así que lo asumí yo misma. Como no tengo hermanos, cuando nos casamos Pep, que eran muchos en su familia, vino a casa con nosotros en vez de irme yo a su casa (como era habitual entonces). De otra manera no sé que hubieran hecho los de casa.
¿Estaba detrás de la barra?
— A mi me gustaba más estar en la tienda que en la barra, pero no me quedaba más remedio. Pep trabajaba mucho con el camión y no podía estar siempre ayudando, tampoco le gustaba mucho.
Una mujer sirviendo coñac a hombres de esa época no debía ser habitual ni fácil.
— No, no me gustaba nada, sobre todo cuando ya iban bebidos. En esa época no había muchas mujeres tras una barra, y ya te puedes imaginar la educación que tenían algunos cuando iban bebidos.
¿Había que domar a muchos hombres?
— No te creas, siempre me respetaron, mi marido era un hombre serio y eso también era una especie de protección.
[Vicent, hijo de Esperança entra en el salón e interviene en la conversación]
— Mi padre estaba todo el día con el camión. Tendrías que haberla visto haciendo la comida mientras estaba atenta por si entraba alguien en la tienda, había una cortina de hierro que hacía ruido. De un lado a otro, dejando el fuego al mínimo, atendiendo, pesando comida para los animales y corriendo de acá para allá. Esta mujer es el alma de este lugar.
Este buen hombre, su hijo Vicent, ¿Cuándo empezó a ayudarla?
— Después de la mili creo que empezó. José, mi otro hijo, también estaba interesado en la tienda, pero en cuanto aprendió sobre maquinaria, que es lo que le gusta, se puso a trabajar en lo suyo y Vicent se hizo cargo de la tienda.
¿Ayudaban de pequeños, o solo hacían trastadas?
— (Ríe) Alguna manita daban, pero la verdad es que no eran muy trabajadores de pequeños, y alguna trastada me hacían, sí. Les gustaba más irse con sus amigos y pasarlo bien, pero sí que echaban una mano cuando hacía falta. Eso sí.
¿Se imaginó en algún momento que Can Jordi se convirtiera en lo que se ha convertido?
— No. Jamás en la vida. Al principio reconozco que no estaba muy contenta, y es que a este chico (Vicent) le ha gustado tanto la música desde pequeñito que si le hubiéramos comprado algún instrumento en su momento hubiera sido su alegría.
¿A usted, le gusta la música que suena en Can Jordi?
— La música que más me gusta es el Rock and Roll. Me gusta mucho salir a verlos o escucharles desde la cocina. Hay algunos grupos que vienen que me gustan mucho.
¿Qué grupos son esos?
— Los que tocan rock irlandés sobre todo, The Moonshine Band y los Hellbellys, que una vez entraron a casa para tocar solo para mi por que me encontraba mal y no pude salir.