Teodoro Ortega (Guardo, Palencia, 1955) es un hostelero de la vieja escuela. Un trabajador nato que dejó su Palencia natal a principios de los años 70 para dedicarse a la hostelería entre Ibiza y Mallorca.
—¿Desde cuándo está al frente de Es Fornás?
—Desde hace 23 años. Lo alquilé en 1999.
—¿Desde cuándo está en Ibiza?
—Definitivamente desde 1988, pero yo ya había estado trabajando años antes. La primera vez en 1973.
—¿De dónde vino?
—Yo nací en Guardo, un pueblo del interior norte. A 100 kilómetros de Palencia y 80 de León.
—¿Qué recuerda de su pueblo?
—Siendo un niño eso era una cuenca minera. Había hasta siete empresas mineras y Explosivos Riotinto. Había una población de hasta 15.000 habitantes y un movimiento de trabajo impresionante. Había hasta una central térmica de carbón. Pero al final pasó lo mismo que en todos los pueblos del norte, la industria se fue acabando. El carbón se fue sustituyendo por otras cosas, o lo traían de Rumanía o de Rusia y provocó que se hundieran todas las minas. Antes de que eso sucediera se ganaba mucho dinero, un picador, en un mes, se podía llegar a comprar un piso.
—¿Trabajó usted como minero?
—No. Yo estuve unos cuatro meses colocando madera, pero no más. También estuve trabajando como camarero allí. Me gustaba más la hostelería y estudié FP, idiomas y otras materias relacionadas con eso.
—De Guardo, ¿dónde se fue?
—En 1971 me fui a Mallorca, allí estuve en el Arenal y en Cala Millor. Después ya me fui a Ibiza, sería el año 73. Entonces estuve en la Bahía de Sant Antoni y en Portinatx. A los tres años ya estaba como jefe de sector. Luego tuve que ir a hacer la mili, y al terminarla estuve cuatro años más en Mallorca, en Cala Millor.
—¿Dónde hizo la mili?
—El CIR lo hice en San Gregorio, Zaragoza. Pero después nos llevaron a Jaca. A una compañía especial de esquiadores escaladores.
—¿Ha seguido esquiando y escalando?
—No. Antes era muy deportista, pero con la farándula se acabó todo. Cuando oscurece comienza la farándula, ves todo tipo de gente, el sistema que hay en la noche y aprendes unas lecciones que no se pueden aprender de día. No sé si me explico. He visto de todo, aunque nunca he llegado a tocar la droga.
—¿Cuándo se instaló definitivamente en Ibiza, al volver de Mallorca?
—Tras estar en Mallorca volví a Ibiza pero después estuve en otros lugares. En Nérjar, un año antes de instalarme aquí definitivamente en 1988. Trabajé en el Fiesta Palace unos años antes de empezar en el The One (lo que ahora es El Destino), hasta que decidí centrarme en mi propio negocio. Aquí estoy.
—En su experiencia, ¿cuál ha sido la peor época?
—Sin ninguna duda la de la pandemia. Las restricciones fueron muy duras. Solo podíamos servir a los clientes de uno en uno y con comida para llevar. Hay que reconocer que los clientes se portaron muy bien con nosotros, porque si hubiéramos tenido que depender de las ayudas sociales, imagínate. También es verdad que tengo que estar agradecido a los dueños del local, que tuvieron el detalle de cobrarme la mitad del alquiler durante el tiempo que tuve que tener cerrado. Estuve luchando muy duro yo solo.
—¿No tuvo ayuda de su hijo?
—No. Él estaba en ERTE, como todos. Me apañé yo solo. Tuve que plantearme cosas nuevas, como la empanada gallega de atún para llevar. Me tiraba toda la tarde noche preparándolas.
—¿Piensa en jubilarse?
—Hace ya dos años que podría estar cobrando la pensión. Pero mi manera de pensar y lo que recomiendo a todo el mundo es que se mantenga la ilusión por trabajar. Que es lo que me pasa a mí. La ilusión es el mayor apoyo que puede tener una persona cuando llega a cierta edad. Quiero decir que, cuando una persona se levanta y tiene una cosa que hacer, se preocupa por los demás y el cuerpo de uno se queda al margen, inerte. Pero en cuanto uno empieza a fijarse en uno mismo en el sofá, al tercer día te empieza a salir un dolor por aquí y otro dolor por allá. A partir de entonces te haces socio del ambulatario.
—¿A usted le está funcionando esta fórmula?
—De momento no me duele nada. Sigo manteniendo la ilusión y la fuerza de seguir haciendo lo que he hecho toda la vida. No me siento preparado para dejarlo. Cuándo se lo comento a mis clientes y amigos, lo primero que me dicen es que soy tonto, pero ¿tú sabes la cantidad de gente que conozco que los pobres han muerto a los pocos meses de jubilarse? Pues yo ya he durado dos meses más (ríe).
—¿Ha cambiado mucho la hostelería desde que empezó?
—Mucho y en muchos sentidos. Antes con el sueldo te podías permitir comprarte una vivienda, ahora ya ves como está. Imposible. Lo que pasa es que la peseta era noble con nosotros, con la entrada del euro empezó la debacle. Nos hicieron una jugada.