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«Seguir estudiando, siendo de Sant Miquel, no era fácil»

Maria Escandell y sus hermanos mantienen la tienda en Sant Miquel que emprendió su padre

Maria en la tienda que regenta junto a su familia. | Toni Planells

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Maria Escandell (Sant Miquel, 1961) regenta junto a su hermana Cati y su hermano Pep la tienda que fundaron sus padres en pleno corazón de Sant Miquel y que lleva el nombre de su familia, Salvadó.

— ¿Desde cuándo está usted en la tienda?
— Desde que nací. Nací literalmente detrás del mostrador de la tienda, al igual que lo hicimos todos los hermanos. Piensa que era tienda y casa y eran tiempos en los que se nacía en casa.

— ¿Se trataba de la casa de la familia?
— No, mi padre, Pep Salvadó, había comprado las llaves (que era como se llamaba entonces a hacer un traspaso) de la tienda a Sans, que era el que la había llevado hasta entonces. Allí, a parte de la tienda y la barra del bar, estaban las habitaciones. La que estaba tras el mostrador era la de mis padres, por eso digo que nací tras el mostrador literalmente. Mi padre era de los más pequeños de nueve hermanos y mis abuelos no tenían terreno para todos los hijos, la casa se la quedó el mayor, el siguiente se quedó la casa de su madre en Sant Llorenç. A otro de los hermanos, Cosmi, le ayudaron a montar la tienda en Vila (los de Can Cosmi son primos nuestros), al igual que a los demás. Aunque no tuvieran tierras para dejarles siempre les ayudaron. Estuvieron en la tienda ayudando a mis padres, igual que mis tías, Catalina y Eulària, que no se casaron nunca y siempre estaban por allí ayudando también.

— ¿Vivían de la tienda?
— Sí, pero mi padre también tenía un camión con el que se hizo un poco más tarde. ¡Era nuestro coche descapotable! (ríe) Nos cogía a nosotros y a la familia y nos llevaba en el espacio de la carga a la playa. Podíamos llegar a ir diez o doce allí.

— ¿Les llevaba al colegio en el camión?
— Si algún día llovía, a lo mejor sí. Pero al colegio solíamos ir en bicicleta o caminando. También es verdad que, no muchos, pero en aquellos tiempos ya había algún coche en el pueblo (no en todas las casas, claro) y entre los vecinos, el día que llovía o algo, si no nos llevaba uno nos llevaba otro.

— ¿Hasta cuando estudió?
— Hasta los 14 años. Siendo de Sant Miquel no era fácil seguir estudiando. Seguir estudiando significaba ir a Vila y pasar allí toda la semana, normalmente interna en las monjas y en aquellos tiempos me dijo mi madre que de eso nada. Mi hermano, que es el más pequeño, sí que pudo ir a estudiar, mi padre, que ya tenía coche, lo llevaba.

— ¿Su hermano pudo estudiar por ser niño?
— No. En ese sentido mi padre era mucho más moderno de lo que puedan ser muchos hoy en día. No era para nada machista, en casa hacía cualquier labor que hubiera que hacer, si había que lavar, lavaba, si había que cocinar, cocinaba y si había que barrer no le costaba nada coger la escoba. En casa jamás vimos distinción alguna entre hombres y mujeres, ni con nosotras y mi hermano ni con mi madre. Lo que había que hacer lo hacía quién podía.

— ¿Al terminar los estudios, comenzó a trabajar en la tienda?
— En la tienda siempre ayudamos, pero cuando acabé de estudiar, a los 14, empecé a coser. Aprendí con una modista, Marieta de s’Horteta. Al principio hacíamos ropa a medida para quién nos la encargaba, de mujer, eso sí. Nosotras mismas hacíamos los patrones. Más adelante empezamos a hacer lo que llamábamos ropa de comisión, que era ropa para las tiendas de moda Ad Lib, nos traían la tela cortada y nosotras la cosíamos. Estuve cosiendo de esta manera dos o tres años, antes de abrir la tienda en el local nuevo, en el solar en el que mi padre tenía el huerto, en el 81. En realidad mi padre quería montar un restaurante con mi tío Toni (que fue cocinero en el Cruce muchos años), pero le dijimos que ni hablar, que estábamos hartas de borrachos y lo que queríamos era trabajar en la tienda.

— ¿La confección era una industria importante para las mujeres de la época?
— Sin duda. Muchísimas mujeres se ganaban un buen sueldo cosiendo. De hecho las que no se iban a trabajar al puerto (que de mi generación eran pocas) cosían o bordaban todas. Yo era más lenta y ganaba para mis gastos. Pero otras, que trabajaban más rápido o más horas se sacaban un buen jornal. Se cobraba por prenda cosida.

— ¿Ha desaparecido el oficio de modista?
— Prácticamente. Es que ahora los jóvenes no saben ni coser un botón. Es muy triste que en el colegio les enseñen a montar un cuadro eléctrico pero no a coser el bajo de un pantalón o el descosido de un jersey.

— ¿Hubiera preferido dedicarse a coser antes que a la tienda?
— No, para mi coser es un hobbie. La verdad es que el oficio de tendera es lo que me gusta, ya te he dicho que nací tras el mostrador (ríe).

— Sobre su pueblo, ¿pasaron esos tiempos en los que el estar lejos de Vila suponía un problema?
— La verdad es que no es lo mismo, pero sí te digo que cada vez que voy a Vila me pongo negra. Apenas hay señales que indiquen la dirección a Sant Miquel (una pequeñita en Can Clavos y ya está), pone Santa Gertrudis en todos lados, cuando lo normal es que pongan el destino final de la carrtera, ¡que es Sant Miquel!.

— ¿Piensa en la jubilación?
— Pues me quedan cuatro años. La verdad es que no te digo que me vaya a jubilar 100%, pero tantas horas como hago ahora ya te digo que no. El relevo está garantizado con mis sobrinos.

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