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«Trabajar en lo que te gusta es la pera»

María Pérez lleva décadas dedicada a la costura de cortinas en el negocio que creó su tía

Toni Planells

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Mari Pérez (Melilla, 1966) se instaló en Ibiza, junto a su familia, a los 17 años, trabajando como repartidora de prensa hasta que comenzó a desarrollar su verdadera vocación junto a su tía cosiendo cortinas. Una vocación que continúa desarrollando junto a su prima en Mil Cortinas, un negocio que lleva varias décadas vistiendo las casas ibicencas.

— ¿Dónde nació usted?
— En Melilla. Mis padres, Ascensión y Manuel eran de allí, aunque mis abuelos paternos, Juan y María, eran de Alhucema. Supongo que llegaron a Melilla porque eran de una familia de pescadores. Tenía un barco que se llamaba ‘El Camisón' y era porque mi abuelo era muy grande y gordote, entonces mi abuela tenía que hacerle las camisas a su medida. Total, que le acababa haciendo una especie de blusón para taparlo todo, un camisón, vamos (ríe). Mis abuelos maternos, Ascensión y Cipriano, eran de Málaga y se dedicaban a la carne. Mi abuelo en el matadero y mi abuela en la carnicería.

— ¿Dónde se crio?
— Me crie en varios distintos sitios: parte en Almería, parte en Sevilla y parte en Ibiza. Esto es debido a que mi padre era empleado de Iberia y le iban destinando a distintos lugares, donde iba con toda la familia. Él no continuó el oficio de pescador de mi abuelo, el único que lo continuó fue mi tío Antonio con ‘El Camisón II'.

— ¿Cuándo vino a Ibiza?
— La primera vez, cuando era pequeña, De hecho mi hermana pequeña, Núria, nació aquí. Lo que pasa es que nos tuvimos que ir por un problema de asma de mi hermano, Cipri. Volvimos definitivamente cuando tenía 17 años, cuando mi padre se jubiló por enfermedad. La verdad es que Ibiza es mi casa, cuando salgo a la Península, no tardo en echar de menos Ibiza. Me siento totalmente ibicenca, no me he planteado nunca vivir en otro lugar.

— ¿A qué se dedicó al instalarse en Ibiza?
— Estuve unos años como repartidora de prensa para una empresa distribuidora que se llamaba Eloy Serrano. Mi padre también trabajó allí, pero poquito tiempo. Todos los días, cuando llegaba la prensa por la noche, organizaba y clasificaba todos los paquetes en la nave que teníamos en cerca del aeropuerto y los cargaba en la furgoneta, una Citröen de esas pequeñitas. Dependiendo de la hora que llegara la prensa, piensa que llevábamos mucha prensa extranjera, podíamos terminar muy tarde. A veces se nos podían hacer las dos de la madrugada. Por la mañana, a las seis de la madrugada, salía con la furgoneta y hacía la ruta por Jesús, Cala Llonga, Siesta, Santa Eulària, Sant Carles, la Cala de Sant Vicent, Sant Joan y a Ibiza otra vez.

— Entre que terminaba tarde por la noche y empezaba pronto por la mañana, apenas había unas horas.
— Sí, pero terminaba el reparto sobre las 11 de la mañana. Entonces estaba soltera y me podía ir a casa y echarme hasta el medio día tranquilamente. Así, cada día, cada día y cada día. Piensa que la prensa es algo diario y no librábamos más que el día de año nuevo.

— ¿Hasta cuándo trabajó repartiendo prensa?
— Hasta que me casé con Enrique, a quien conocí en la empresa en la que repartía prensa. Estuve unos años cuidando de mis hijos, Laura y Enrique, hasta que fueron al cole y, entonces, empecé a trabajar en la tienda de mis tíos, Encarna y Cipriano. Aquí he estado trabajando con mi tía y mi prima Encarni durante 26 años cosiendo cortinas.

— En tantos años, habrá recibido todo tipo de pedidos.
— Sí, hay cosas que, al pedírtelas, no sabes bien como afrontar. Pero, por complicado que parezca en un principio, como suelen ser clientes de toda la vida haces todo lo que puedes, lo intentas y, al final, normalmente queda bien. También es verdad que tenemos unas clientes que son muy agradecidas y a mi me encanta coser. Trabajar en lo que te gusta es la pera.

— ¿Ha trabajado a gusto en familia?
— Sí, claro. Antes se trabajaba más que ahora y hemos tenido a alguien más ayudando, pero el equipo éramos mi tía, mi prima y yo. Siempre hemos cambiado opiniones, pero siempre con el respeto que nos da ser de la familia. Mi tía quería jubilarse hace tiempo y nos decía que nosotras teníamos que quedarnos con el negocio. Mi prima no lo tenía muy claro y yo, en principio, tampoco. De manera que fue aguantando y aguantando hasta que un día mi tía cogió una silla, se sentó a mi lado y me dijo que había arreglado los papeles para jubilarse. Qué pena que me dio, ¡por Dios!. Pillé a Encarni y le dije que nos teníamos que quedar nosotras. Si es que, llevando 26 años en esto, gustándome como me gusta y con la edad que tengo, ¿dónde iba a trabajar, sobre todo yo, si no era en esto?, ¿a un hotel?. Así que la lie y nos embarcamos en esto. Y aquí estamos desde 2019, ¡y tan a gusto!.

Mari con su prima y socia, Encarni, y con su tía Encarna, fundadora de Mil Cortinas

— ¿Mantienen el mismo ritmo de trabajo que cuando estaba su tía trabajando?
— Más o menos. Aunque ella se implicaba mucho más, iba a tomar las medidas por las casas e incluso la podías ver una Noche Vieja colgando unas cortinas en Santa Eulària con la mesa ya puesta para la cena. Esto ya no lo hacemos nosotras, tenemos un chico que nos hace estas cosas. Ahora mi prima se encarga de llevarlo todo con el ordenador, pero antes era mi tía la que llevaba todas las cuentas.

— Aparte de cortinas, ¿han cosido prendas?
— No. Como mucho hacemos nuestras cosas, el dobladillo de un pantalón o de un vestido, pero ropa no. Para eso hace falta tener patronaje, y nosotras no lo tenemos.

— Supongo que habrán atravesado distintas etapas.
— Sí, claro. Después de tener que cerrar a cal y canto con el Covid, hubo un poco de subidón, pero también es verdad que, al quedárnoslo nosotras, fue como empezar desde cero. Además, al empezar fue duro, mi marido cogió el Covid, estuvo muy grave en la UCI, y tuve que estar con él. Total, que mi prima, que era la que no tenía claro lo de quedarnos con el negocio, se comió esa época ella sola (menos mal que la familia le echó una mano). Ahora estamos atravesando otra época un poco complicada con las dichosas obras de Isidoro Macabich, se nota muchísimo. La clientela que venía a diario ya no viene por culpa de las obras.

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