Evelio Marí (Vila, 1967) es un personaje imprescindible en el paisaje social de Ibiza. Militante del PP desde hace más de tres décadas, no pierde ocasión para darlo todo ante una campaña electoral. Petanquista y nazareno, este ‘vilero' de toda la vida desarrolla su profesión de ayudante de cocina desde hace décadas en la residencia de Cas Serres.
— ¿Dónde nació usted?
— Nací en la clínica de can Alcántara. A mi familia la conocen como de ‘Ca sa Gallinera' porque habían vendido pollos en La Marina y se nos quedó el nombre para siempre. Yo soy era el mayor de casa, mi hermana, Antonia, tiene dos años menos que yo. Ahora es ella quien me ha dado a mis tres sobrinos (seis si incluimos a sus parejas) porque yo sigo soltero (hasta ahora) y sigo siendo ‘el señorito de Vila' (ríe).
— ¿Vivían en La Marina?
— No. Allí es donde trabajaban mis abuelos, nosotros hemos vivido siempre en Bartolomé Roselló. Mi padre, Evelio, trabajó siempre en Can Abel, en el banco donde ahora está el Hard Rock. Mi madre, Natalia, trabajó siempre en casa. Mi abuela, María de Can Hereva, tenía un local en la Plaza del Parque donde enseñaba a las niñas a hacer encaje de bolillos. ¡Tendría más de cien! Todavía conservo acolcha de bolillos que hizo para el primero de sus nietos. No lo vendería ni por todo el dinero del mundo.
— Entonces, ha vivido siempre en Vila
— Así es. De pequeño fui al colegio a Juan XXIII. Esa fue una época fantástica. Tenía como profesores a don Domingo Moro, a don Vicente, a don Toni, a doña Antonieta… pero mi favorito, sin ninguna duda era don Rafael Zornoza. Éramos un grupito de gamberretes que no veas, estaba ‘Mecha', Florit, Xicu… y no parábamos de hacer trastadas. Donde ahora está el edificio de colorines antes había una casa payesa, y siempre estábamos haciendo alguna. Si no nos entreteníamos tirando piedras a los cerdos, le robábamos los higos. Era un no parar, y, como mucho, nos amenazaba con ir a decírselo al director, que entonces era don Vicente Serra. También guardo un gran recuerdo de la cocinera del colegio, doña Pura y de su hija, Ana. Cada vez que hacía lentejas llamaba a mi madre para que me trajera otra comida. Siempre he odiado las lentejas (ríe).
— Al terminar Juan XXIII, ¿siguió estudiando?
— No. Solo estudié hasta octavo. Después empecé a hacer trabajitos por aquí y por allí. Mi primer sueldo fue en la Escuela Taller del Ayuntamiento en el 92 haciendo albañilería o carpintería. Una de las cosas que hicimos fue preparar la reforma de la escalera que hay al lado de la Catedral. Después, en 2003, empecé a trabajar en el bar del Aeropuerto durante unos tres años. Desde entonces y hasta día de hoy estoy trabajando como ayudante de cocina en la Residencia de Cas Serres. Solo me quedan 12 años para jubilarme (ríe).
— ¿Ha cultivado alguna afición?
— Si se le puede decir afición a la política, sí. Pero solo como hobby. Estoy afiliado desde mis primeras elecciones, las de 1985. Recuerdo perfectamente que las seguimos desde Can Abel, en Conde Roselló, allí estaba Abel Matutes, sus hijas, Enrique Ramon Fajarnés con su familia y muchísima gente más. Quien me lió fue una amiga, Isabel, que me lió junto a su hermano Enrique, y estuvimos pegando carteles como unos verdaderos fieras. Durante las campañas hemos disfrutado todo lo que te puedas imaginar.
— Entiendo que es un militante de lo más activo.
— Así es. En la visita de Feijóo le regalé un neceser personalizado con su nombre. Los hace una amiga, Laura, y quise tener ese detalle con él, se quedó boquiabierto. Miguel Jerez bromeaba con él diciéndole que debería llevarme a Madrid como ministro (ríe). Tengo fotos con todos los presidentes del partido que han venido.
— ¿Tiene algún referente en la política?
— Sí. Mi referente es Abel Matutes. Para mí ha sido siempre una persona de lo más amable y muy buena persona. Cuando murió mi padre estuvo con nosotros en Pompas Fúnebres todo el día. Un año yo iba de nazareno en Semana Santa y le di un caramelo a Abel. Al día siguiente fue cuando le dio ese infarto que tuvo, mientras era ministro, y mi padre se metía conmigo relacionando el caramelo con el infarto. Me sentaba fatal. Yo, por Abel y su familia, mataría. Además, es una persona de lo más trabajadora. Los domingos, cuando voy a jugar a la petanca, me lo encuentro de camino a la oficina. Otro referente que tengo, aunque es más como mi hermana, es Virginia Marí. Con ella he pasado momentos maravillosos de mi vida. Además, hoy (por el martes) hace 30 años que su padre inauguró la residencia en la que trabajo.
—¿También es aficionado a la petanca?
— Sí. Desde el 85 estoy en el equipo de la Cafetería Canarias, que estaba en el campo de fútbol viejo. Empezó como un hobby pero, con la petanca, he tenido la oportunidad de viajar fuera de España por primera vez. Fuimos hasta Túnez, con Pepe ‘Piscines' y fue maravilloso. Llevamos bolígrafos, lápices de colores y de todo a los niños de allí. Deberías ver la alegría con la que recibían esto, que para nosotros no es más que una tontería.
— Me ha dicho que es nazareno.
— Así es. De la cofradía del Cristo Yacente desde que el presidente era Juanito Llabrés. Mi padre ya lo era y, mi madre, aunque no podía entrar, también iba. Es algo que he heredado de mis padres y suelo ir cada año. Menos el año pasado, que me fui a Sevilla y pude ver lo que es esa Semana Santa. Nada que ver con la de Ibiza.