Carmen Costa (Sant Carles, 1955) leva casi 40 años al frente de su tienda de moda infantil, Al·lots, en pleno centor de Santa Eulària.
— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Sant Carles, en Can Costa, donde ahora está es restaurante San Carlos. En esa época el único local de hostelería del pueblo era Cana Aneta. Soy la mayor de los cuatro hermanos: Pepe, Florentina (†) y Rosa (†). Vivimos en Sant Carles hasta que mi padre vendió la casa y nos mudamos a Santa Eulària, cuando yo tenía 10 años.
— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi padre, Pep de Can Costa, se dedicaba a hacer pozos. Antes había trabajado como peón en la obra. Aunque no le gustó, siempre nos recordó que él había estado trabajando en la construcción de la capilla de Lourdes (en la calle Sant Jaume de Santa Eulària). Los pozos, los hacía totalmente a mano, de hecho, se retiró cuando aparecieron los compresores. La verdad es que ya tenía los brazos hechos polvo con cuarenta y tantos años. En aquella época, cuando nos mudamos a Santa Eulària, las casas no tenían agua corriente y mi padre fue el encargado de hacer los pozos de la mayoría de los locales de nuestra calle (Isidoro Macabich).
— El oficio de hacer pozos, debía ser algo complicado y laborioso en tiempos de su padre.
— Así es. Se hacía todo a base de pico y pala. Mientras hubiera tierra, todo iba bien, pero cuando se encontraba con rocas, tenía que ir a Vila, a Can Murenu, para comprar dinamita para romper la roca y poder continuar. Tenía un trabajador y mi madre, siempre que lo necesitaba, le ayudaba.
— Su madre, ¿trabajaba más allá de ayudar a su padre?
— Ya lo creo. Mi madre, Margalida de Can Toni d'en Mariano, aprendió desde jovencita a coser y a bordar con su vecina, que era de Formentera. Ella se dedicaba a ir a la fábrica de Can Llembies, que era de unos catalanes, el señor Macià y el señor Andreu, a buscar telas. Era una fábrica enorme que estaba en frente de la iglesia de Santa Cruz. Recuerdo que tenía una puerta muy grande y, dentro, había unas mesas enormes llenas de mujeres marcando y cortando piezas de tela. Esas piezas de tela eran las que mi madre se dedicaba a distribuir entre todas las mujeres que cosían y bordaban por la zona de Santa Eulària y Sant Carles. Después, también se encargaba de recoger las prendas ya cosidas y devolverlas a la fábrica. A muchas mujeres no les daba tiempo a terminar todas las prendas, a lo mejor les faltaba coser los botones, por ejemplo, así que mi madre dedicaba la noche a terminar todos los detalles que faltaban.
— La industria textil, estaba bien asentada y organizada en la Ibiza de esos años, ¿no es así?
— Sí, era una industria bien engranada. En la fábrica marcában y cortaban, después cosían la ropa las mujeres por el pueblo con las telas que les llevaban mujeres como mi madre y que luego se encargaban de llevar de nuevo a la fábrica. Allí estaban las repasadoras que se aseguraban de que las prendas estuvieran bien hechas, las planchaban, doblaban y empaquetaban para mandar fuera.
— ¿Cómo transportaba toda la tela?
— Las llevaba en una especie de sacas de lona muy grandes, como las de obra, y se movía con el autobús, ‘es camión' como le llamábamos entonces. Tenía que pagar al chófer y todo para que le subiera la saca al techo del ‘camión'.
— Su madre, ¿se dedicó a este trabajo durante mucho tiempo?
— Hasta que empezaron a abrir los hoteles. Entonces, de un día para otro, se llevaron a todas las jovencitas que cosían a trabajar a los hoteles. Era normal, ganaban más trabajando una semana en los hoteles que un año entero cosiendo. Así que, a mi madre, se le acabó el negocio de un día para otro. Entonces trabajó durante bastante tiempo en una tintorería.
— ¿Dónde fue usted al colegio?
— A Santa Eulària hasta cuarto. Pero como me quedaron algunas asignaturas, quinto y sexto lo hice en la Consolación, en Vila. cada día teníamos que coger el camión Al terminar el colegio, con 14 o 15 años, fue cuando comencé a trabajar.
— ¿Dónde trabajó?
— Primero trabajé en souvenirs del pueblo durante algunas temporadas. En aquella época, o trabajabas en un souveinr o trabajabas como camarero. Más adelante, con 20 años, me casé con Bartolo Planells y tuvimos a nuestras hijas, María y Margarita, que tienen a nuestros nietos, Oriol y Pau (de María) y Sara y Marc (de Margarita).
— ¿Siguió trabajando después de casarse?
— Sí. Coincidió que abrieron la gasolinera de Santa Eulària y tanto Bartolo como yo estuvimos trabajando allí durante unos años. Yo estuve ocho. Entonces, en 1984, fue cuando abrí la tienda, Al·lots, donde siempre he vendido ropa infantil.
— Abrir una tienda de ropa, ¿está relacionado con el oficio de su madre?
— Supongo que sí (ríe). La verdad es que vino todo rodado: el local es de los que construyó mi padre en el solar que compró en Santa Eulària y los inquilinos lo habían dejado. Mi padre se planteó venderlo o dejárnoslo a nosotros y decidimos quedárnoslo. Había que montar un negocio, claro, y entre un bar, un restaurante, un souvenir o una tienda, optamos por una tienda de ropa.
— ¿Acertó con la decisión de montar una tienda de ropa?
— Sí, claro. Hace casi cuarenta años que la abrimos y hemos capeado todas las crisis. Sin embargo, hay que reconocer que últimamente ha habido un bajón muy importante por culpa de la venta on line. Se nota mucho. Si fuera por mi, ya hubiera errado y me hubiera jubilado. De hecho ya me jubilé, pero no sé quedarme en casa y, como estaba más en la tienda que en otro lado, me volví a dar de alta.
— ¿Lleva la tienda usted sola?
— No. La llevo con mis hijas. De hecho, hemos llegado a abrir otra tienda, Al·lots Eco, donde vendemos ropa totalmente ecológica y natural.
— ¿Ha visto evolucionar el turismo en Santa Eulària?
— Poco. Es un turismo muy tranquilo. A las diez de la noche ya está el pueblo más que tranquilo. Esto no es Sant Antoni. Es gente que compra bastante, sobre todo ropa blanca, que es lo que se espera de Ibiza desde que la ‘princesa' Smilja lo puso de moda. De princesa tenía poco, pero lista, lo fue un rato: a día de hoy se sigue manteniendo el empujón que le dio a la moda ibicenca.