Victoria Serra (Sa Penya, 1941) creció en pleno corazón de Sa Penya en una época en la que las familias que habitaban este barrio de Vila eran de clase humilde aunque bien avenida. Como una gran mayoría de mujeres de su generación, Victoria encontró entre agujas e hilo una base para el sustento de su familia antes de dedicarse al cuidado de personas mayores el resto de su vida laboral.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en casa, en Sa Penya. Allí nacimos los cuatro hermanos. Mis padres eran Juanita de s'aigua' i José, de ‘Cas Faler'.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre trabajaba en la fábrica de calcetines de Can Ventosa. Lo último que hizo mi padre fue de panadero, haciendo el pan para los militares. Antes había sido pescador. Recuerdo que traía cantidades de ‘peix d'escorxa', gató, ratjada… antes se pescaba tanto que se tiraba pescado que ahora vale un dineral en el mercado.
—¿Tiene recuerdos de su madre trabajando en Can Ventosa?
—El recuerdo que tengo es que trabajaba tanto que, como yo era la mayor de las hermanas, me tocaba hacer la comida y todo lo demás cuando no era más que una niña. Mi madre salía a las tres, me acuerdo porque ella llegaba a las tres, un hermano tenía que comer a las dos, el otro a la una… Cuanto más tarde venían más se encogían los platos (ríe).
—¿Fue al colegio?
—Sí. A las monjas de San Vicente. Fui hasta que hice la comunión. Recuerdo que, como mi familia era muy humilde y no se lo podía permitir, las monjas se encargaron de organizar el convite de mi comunión. Mi familia era humilde. Sin embargo, nunca nos faltó nada que echarnos a la boca. Eso sí, caprichos, ninguno. En Sa Penya, todas las familias eran bastante humildes, pero éramos todos como si fuéramos una sola familia. No teníamos ninguna comodidad, pero vivíamos muy tranquilos. Dormíamos con la puerta de casa abierta sin ningún problema.
—¿Tenían que ayudar trabajando usted y sus hermanos?
—Sí, claro. En cuánto pudimos aportar algo en casa todos trabajamos, que hasta entonces fueron mis padres quienes tuvieron que aportarlo todo. Nito y Toni, mis hermanos, eran pasteleros. Uno trabajaba en Ca na Tura y el otro con Cifre y en Los Andenes. Yo, cuando mi madre dejó de trabajar en la fábrica, me hice pantalonera con mi tío, Mariano de s'aigua, que era uno de los únicos sastres. Eso sí, en cuanto nos fuimos casando, y nos casamos todos muy pronto, nos fuimos yendo de casa.
—¿Con quién se casó usted?
—Me casé con Pep Roques, de ses Salines, con quien tuve a mis dos hijos, Toni (†) y Juana. Ahora ya tengo cuatro nietos, Denisse y Nacho, que son de Toni, y Marina y Sergio, de Juana. Al casarme también vivimos en Sa Penya. Allí seguí haciendo pantalones para mi tío. A 35 céntimos el par de pantalones. Mi tío me traía la tela cortada y yo cosía los pantalones. En esa época había mucha gente que cosía. Yo hacía los pantalones, pero otra cosía los chalecos, mi tío hacía las americanas en la sastrería, que estaba encima de Can Pomar, al lado del Mercat Vell. Vivimos en Sa Penya hasta un poco antes de que cambiara de esa manera, cuando nos concedieron uno de los pisos en Ses Protegides de Sa Graduada. Con el tiempo, mi suegra vendió unos terrenos de Ses Salines y pudimos comprarnos un piso en Vila, donde vivo hace más de 50 años.
—¿Trabajó siempre como pantalonera?
—No. Con el tiempo lo acabé dejando y me acabé dedicando al cuidado de personas mayores. Me contrataban las familias para que estuviera al lado de sus mayores enfermos. La primera con la que estuve fue doña Lina. Estaba con ellos mucho tiempo hasta que fallecían. Fue un trabajo bonito, creé mucho vínculo con las familias, sin embargo es un trabajo duro que te tiene que gustar. Me doy cuenta ahora, que soy yo quien tiene a alguien que le ayuda.
—¿A qué se dedica ahora?
—A vivir como una señora (ríe). También me estoy recuperando de un bache que tuve hace un mes y que me ha afectado a la vista. Pero sigo bajando cada día con mis amigas a desayunar. Algunas de ellas las conozco hace más de 50 años.