Conchi Gómez (Astorga, León, 1963) lleva 14 años vendiendo cupones, repartiendo simpatía y más de un premio en Vara de Rey. Sin embargo, su vida laboral tras su llegada a Ibiza en 1995 pasó por distintas fases, como la de camarera de pisos en numerosos hoteles de la isla.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en un pueblo de Astorga, León, que se llama Murias. Yo soy la mayor de los cuatro hijos que tuvieron mis padres, Joaquín y Severina. Éramos una familia humilde y en el pueblo todo el mundo tenía ovejas y mi padre era el que se encargaba de cuidarlas todas. Era pastor de ovejas, vamos. Aunque también pasó una temporada trabajando en la mina. Mi madre se ocupaba de la casa y de sus cuatro hijos, aunque también estuvo trabajando en otras casas.
—¿Creció en Astorga?
—Sí, en Murias. Allí fui al colegio, después pasé al instituto en Astorga mientras me tocaba echar una mano a mi madre en casa y a mi padre con las ovejas desde bien jovencita. Cosas de ser la mayor (ríe). Estuve así hasta los 16 años.
—¿Qué hizo entonces?
—Me fui a trabajar a Bilbao para echar una mano económicamente en casa. Antes los hijos ayudábamos a nuestros padres, no como ahora, que los hijos pasan un poco de todo y prefieren que sean los padres quienes les ayuden a ellos. Me cogieron en un restaurante de Ciérvana, en Santurce. Allí estuve más de cinco años como ayudante de cocina, pero acabé haciendo de todo: cocina, limpieza, camarera y lo que me echaran. Y es que cuanto más trabajas, más trabajo te dan. Cuando terminábamos, los cocineros se iban a jugar a las cartas mientras a mí me tocaba limpiar y fregarlo todo. A veces terminaba a las dos de la madrugada. Ellos estaban muy contentos conmigo, claro, pero al final no aguanté. Allí mismo fue donde conocí al que fue mi marido y padre de mi hija, Itxaso, que era camarero y de quien me divorcié hace tres años.
—¿Cuándo vino a Ibiza?
—En 1995, cuando Itxaso tenía cinco años. Aquí estaban mi hermano Domingo y mi hermana María Dolores y vinimos a visitarles. Nos gustó y nos acabamos quedando. Enseguida encontré trabajo como camarera de pisos en varios hoteles. Era un trabajo muy duro, podía llegar a hacer hasta 24 habitaciones en una sola jornada, era una pasada. Te encontrabas habitaciones hechas un verdadero desastre, desordenadas y sucias a un nivel que no os podéis ni imaginar: paredes manchadas, restos de comida, preservativos colgados de las lámparas. Como si no fuera suficientemente duro el trabajo, ¡encima tenías que encontrarte todas esas guardadas!
—¿Cuánto tiempo estuvo trabajando como camarera de piso?
—Ocho temporadas. El último hotel en el que estuve fue el Cala Nova, donde trabajaba mi hermana. De tanto tirar de las camas me acabó dando una lumbalgia con la que me quedé en el sitio. Estuve días sin poder ni moverme, ¡imaginaros, para que yo me pillara una baja! Cuando se me pasó dejé el trabajo de camarera de piso para empezar a trabajar como limpiadora en un Eroski durante unos dos años hasta que me encontraron un bulto en el pecho y me diagnosticaron un cáncer de mama. Fue un impacto muy grande.
—¿Se recuperó de la enfermedad?
—Sí. Tuve que pasar todo el proceso: me sacaron el bulto, me hicieron radioterapia durante unos meses en Palma, después estuve con la ‘quimio' unos cuantos meses más, después la recuperación… Fue bastante duro, pero siempre he sido una persona muy positiva y logré salir. Para salir adelante hay que tener una actitud positiva, de hecho ayudé a toda la gente que pude en ese sentido.
—Al recuperarse, ¿siguió trabajando?
—Sí. Debido a las secuelas no volví a tener la fuerza que había tenido antes y pude entrar a trabajar en la ONCE en febrero de 2009. Desde entonces estoy en Vara de Rey vendiendo cupones. Aquí me siento muy querida, todo el mundo me conoce, me quiere y me respeta muchísimo. Hay quien me llama ‘la reina, la más simpática y la más sexy de Vara de Rey' (ríe). ¡Me encanta!
—¿Ha repartido muchos premios?
—Alguno he repartido, sí. Hace un año vendí un premio de 50.000 euros con un ‘Súper Once' que saqué de la máquina. También repartí 350.000 euros en diez cupones de 35.000 euros cada uno, otros 175.000 euros a las cuatro últimas cifras y un rasca de 10.000 euros al cocinero del Montesol… ¡Me hace muy feliz repartir ilusión y premios!
—¿Cultiva alguna afición?
—Me encanta tomar el sol en la playa, estuve una temporada bailando zumba, pasear por la naturaleza… Siempre encuentro algo para hacer, nunca me aburro. También me gusta mucho disfrazarme en mi trabajo: me visto de medieval cuando es la feria, en Navidad me pongo el traje de elfa o de Mamá Noel sexy (ríe). ¡Me encanta sorprender y dar alegría!