Vicent Marí (Can Bellet de Baix, 1948) creció en la Ibiza de los años 50 y 60 donde hoy se encuentra el barrio de Cas Serres. Hijo de pescador, decidió enfocar su vida profesional a la construcción, trabajando en distintos edificios emblemáticos de la ciudad de Ibiza. También supo aprovechar la llegada del turismo para trabajar en la hostelería en el mítico Mar Blau y vivir los años de ‘la palanca' ibicenca durante su juventud.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Can Bellet de Baix. Ahora toda esa zona es el barrio de Cas Serres, pero entonces en esa zona no había más que cuatro casas además de la nuestra: Can Casals, Cas Serres de Dalt, Cas Serres de Baix y Ses Coves, donde hacían ladrillos y tejas. Allí mismo, al lado del Cementeri Vell, había un gran hoyo del que sacaban la arcilla para fabricarlos. De allí partía un caminito, pasando por la torre, que llegaba hasta es Viver.
—¿Eran muchos en su casa?
—Yo era el mayor de cuatro hermanos. Maria, Pepita y Manolo eran los demás. Mis padres eran Vicent de Sa Beca y Pepita de Can Bellet.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre trabajaba en una tienda de ropa en la calle de Sa Creu, Can Ripoll. Mi padre era pescador profesional. Él era del barrio de la Marina, creció en la calle de la Mare de Deu. Cuando salía a pescar estábamos unos cuantos días sin poder verle. Eso sí, nunca faltó pescado en la mesa. También trabajó con el ‘Club Francés' que estaba en la Savina, en Formentera. Mi padre era el patrón del barco ‘El Mongo', con el que llevaban a los turistas. Cuando yo era pequeño iba a verle todos los fines de semana a Formentera. Los últimos años que estuvo pescando antes de morir con 65 años ya estaba enfermo y yo solía acompañarle para que no fuera solo. Si no podía ir yo, era mi madre la que le acompañaba. Pero entonces yo ya tenía más de 30 años.
—¿Viajaba a Formentera en la ‘Joven Dolores'?
—No. Todavía no estaba la ‘Joven Dolores' cuando yo era pequeño. Iba con el ‘Manolito'. Después lo sustituyeron por otro del que no recuerdo del nombre antes de que llegara la ‘Joven Dolores'. Todos los sábados mi madre me llevaba hasta el ‘Manolito', le decía al patrón que me vigilara y me llevaba a Formentera con mi padre todo el fin de semana. Cuando había vacaciones me quedaba bastante tiempo allí con él. Allí vi a los primeros hippies, que eran una gente normal y corriente. Eso sí, después empezaron a llegar los ‘hippiosos' que eran otra cosa: eran los que estaban alrededor de los otros.
—¿Dónde iba al colegio?
—Fui a Sa Graduada hasta los 14 años. Había un profesor, que se llamaba Gómez, que tenía una goma de borrar así de grande que usaba como proyectil contra nosotros a la mínima. ¡Y qué puntería que tenía! (risas). Partíamos cada día de casa con mis primos y, por el camino, nos íbamos juntando hasta una docena de chavales. No había día que no nos diéramos ‘manegades' unos con otros. Sobre todo con los de los barrios de Vila que también iban a Sa Graduada. Los ‘Barragans' eran terribles (ríe).
—Al terminar el colegio, ¿continuó estudiando?
—No. Enseguida me puse a trabajar como peón con solo 14 años. A los 18 ya era oficial. Después me fui a hacer la ‘mili', cumplí 22 años el mismo día que juraba bandera en Mallorca. Al volver, me reincorporé a la construcción. Lo primero que hice entonces fue de capataz en la construcción de Pacha desde la primera piedra. Era una casa hecha como una casa payesa, respetando lo que era la arquitectura ibicenca, con ‘porxo' y todo. También trabajé en la construcción del Casino y reformando edificios en Dalt Vila como el de El Olivo o El Corsario.
—¿Siguió visitando Pacha cuando terminó de construirlo?
—Solo he estado una vez, el día de la inauguración, y de eso hace ya más de 50 años. Yo prefería las salas de fiestas de siempre. De hecho, trabajé como camarero en el Mar Blau durante bastante tiempo.
—¿Vivió los años de la ‘palanca'?
—¡Ya lo creo! (ríe) Al principio íbamos cada domingo al hotel Sa Cala y a La Parra, que estaba en Santa Eulària. Luego también íbamos a Sant Antoni, al Playboy, a Ses Guitarres, a Sa Tanca… No nos perdíamos una. Había ‘bacalao' en todos lados (ríe). Cuando trabajaba en el Mar Blau, en el momento del show de flamenco, de los Malambos o de lo que fuera, fichaba a la turista que mejor bailaba, la camelaba y, cuando llegaba el concurso de baile y ganábamos, nos íbamos a celebrarlo detrás de las ‘pitreres' (ríe). El Mar Blau era como una familia.
—¿Dejó la construcción por la hostelería?
—No. Combinaba los dos trabajos. Como camarero se ganaba mucho dinero solo con las propinas. No tenía que tocar ni el sueldo. Además, Juanito Canals nos daba comisión por cada menú del hostal Mar Blau. Era una época en la que se ganaba dinero. Además estuve unos nueve años llevando el mantenimiento del edificio Dollar y trabajé durante 25 años como conserje de noche en el hotel Marítimo. Pero nunca dejé de trabajar en la construcción, de hecho me jubilé en este oficio en 2013.
—Supongo que, en el mundo de la construcción, además de los ‘booms', también habrá vivido las crisis que ha venido sufriendo el sector de manera cíclica.
—Absolutamente. La primera fue en el 77, pero la que peor recuerdo es la que hubo en el 93. De hecho me marché a trabajar a Águilas, Murcia, durante cuatro años trabajando en el campo. Cuando volví, me reincorporé a trabajar en el hotel. Entonces llegó la de 2008, que también fue brutal, aunque, desde mi punto de vista, no fue tan brutal como la del 93.
—¿A qué se dedica en su jubilación?
—A no hacer nada y a estar con mi mujer, Ana, con quien me casé hace 44 años.