Pedro Romera Romerita, (Cortes de Baza, Granada, 1950) es un hombre que, con apenas escolarización, ha hecho del trabajo duro y del arte del toreo su vida, y aunque hace ya años que colgó el traje de luces, todavía le brillan los ojos al hablar de la tauromaquia.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Cortes de Baza, Granada. Fui el único hijo de Nicolás y Juana. Vivíamos en una de las cuevas cerca de las Heras Bajas.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre se ocupaba de la casa. Mi padre en verano echaba la temporada en Ibiza como albañil, el resto del año trabajaba en el campo.
—¿Dónde iba usted al colegio?
—(Ríe) Al colegio apenas fui un mes. Desde que tenía unos ocho años ya trabajaba en los bancales de sol a sol por una peseta, un trozo de tocino y un pedazo de pan.
—Más allá de trabajar, supongo que en su infancia encontraría maneras de divertirse.
—¡Ya lo creo! (Ríe) Cuando no había trabajo me pasaba todo el día por la calle haciendo gamberradas y trastadas de todo tipo. Por ejemplo, tirando piedras por las chimeneas de las cuevas y, si les pillaba cocinando, a lo mejor me cargaba la olla o la comida que estuvieran preparando. Otra que hice con un amigo fue a un ‘porrero’ del pueblo, que vigilaba el mercado de los sábados. Si alguien armaba bronca o algo, él lo metía en un retén hasta que viniera la Guardia Civil a buscarlo. Una vez nos pusimos chulitos con él y nos llevó al retén. Cuando nos tuvo delante de la puerta de la celda, le pegamos un empujón y le encerramos a él. Estuvo allí toda la noche (ríe). Sin embargo, las más gorda que hice fue pegarle fuego a un montón de paja, ¡Menos mal que no se hizo daño nadie! Pero lo que más me gustaba, desde bien pequeño, era torear.
—¿Cómo se las apañaba usted para torear siendo un niño?
—Mi abuelo, Pedro, tenía un rebaño de cabras y ovejas que guardaba en uno de los corrales que teníamos junto a la cueva. Yo tenía un saco de esparto que había pintado de rojo y un palo con el que me ponía a torear al carnero. Cada vez que me embestía, le daba una buena paliza con el palo (ríe). Así es como aprendí a torear cuando no tenía ni nueve años. En el pueblo había una plaza donde las mujeres se ponían a coser a la fresca sentadas en una silla. Por esa misma plaza pasaba mi abuelo con todo el rebaño de ovejas y cabras. Una vez coincidió que yo estaba allí cuando pasaba mi abuelo con el carnero que yo toreaba (y apalizaba), que, lógicamente, me tenía manía. En cuanto lo vi me escondí tras una de las sillas donde cosía una de las señoras y un amigo se puso entre mí y el carnero para protegerme. El carnero cargó con todo y quien se acabó llevando el porrazo fue mi amigo, que perdió todos los dientes de arriba.
—¿Acompañó a su padre alguna temporada a trabajar a Ibiza?
—A Ibiza vine por primera vez cuando tenía 12 años para trabajar con mi padre. Pero no vinimos solo a trabajar, vinimos para quedarnos. Yo era tan joven que, mientras trabajaba en la obra, si venía algún inspector, tenía que marcharme inmediatamente antes de que pudiera verme. La primera obra en la que trabajé fue en la construcción del hotel Simbad.
—¿Pudo continuar con su afición por el toreo en Ibiza?
—Sí. Con 14 años entré en la Escuela de Toreo de Tino, en Alicante. Allí aprendí bastantey, con 18 años, debuté en La Maestranza como novillero los picadores. Yo ya tenía experiencia, desde mucho antes de venir a Ibiza ya me iba por todos los pueblos a hacer novilladas y a torear becerros. Me convertí en novillero profesional y estuve en plazas de todos lados: en Pozo Blanco solo una semana antes de que muriera Paquirri, en Jaén, en Valencia, en Sierra del Segura, en Mallorca y, por supuesto, en Ibiza. De hecho, mi segundo hijo, Pedro, nació mientras yo estaba toreando en Ibiza y la pequeña, Carolina, mientras toreaba en Orihuela. La mayor, Carmen, llegó a venir a la plaza de toros para verme. Su madre es Carmen, mi mujer, que es de Formentera y con la que ya tengo a nuestra nieta, Carolina.
—Entiendo que el toreo fue su oficio durante un tiempo, ¿era una fuente de ingresos?
—Ganaba dinero, sí, pero también me lo gastaba (ríe). Alternaba el trabajo en las plazas con el de las obras. Llegaba el viernes y ya no me veían el pelo en la obra porque me había ido a torear, por ejemplo a Mallorca, y el lunes todavía no había podido volver y tampoco me presentaba. Probé suerte trabajando en una panadería en Casas Baratas, pero no aguanté ni un mes, eso era muy duro (ríe). Yo toreaba como ‘sobresaliente’ y nunca me tocó matar ningún toro, pero es que era el ‘sobresaliente’ de los hermanos Peralta y ellos siempre echaban ‘pie a tierra’. Toreé hasta que cerraron la Plaza de Toros de Ibiza.
—¿Siguió entonces en la obra?
—No. Un tiempo después me puse a trabajar en el Aeropuerto como operario durante 14 años, hasta que me jubilé en 2011. Desde entonces me dedico a vivir tranquilo, a tomarme una cervecera aquí o allá y a seguir la temporada taurina viendo Tendido Cero.