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«Me sienta peor estar sentada que estar haciendo cosas»

Catalina Marí ha dedicado su vida al campo, desde su Sant Miquel Natal hasta la casa de Can Gall, en Sant Llorenç, desde hace cerca de 70 años

Catalina en Can Gall tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera | Foto: Toni P.

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Catalina Marí Escandell (Sant Miquel, 1937) nació en el seno de una familia campesina en el norte de Ibiza y ha dedicado toda su vida al trabajo en el campo. A sus 88 años, sigue cuidando de la casa, del huerto y de las gallinas con la misma energía de siempre junto a sus cuñadas, Catalina, de 101 años, y Maria de 96 en su casa de Can Gall, con quienes convive desde su matrimonio con Joan, en 1958.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Sant Miquel, en Can Pep d’en Tanca, la casa familiar. Éramos seis hermanos: Antonia, Pep y Joan eran mayores que yo, y Toni y Margalida eran los pequeños.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mis padres eran Pep d’en Tanca y Antònia d’en Escandell, y se dedicaban a trabajar la tierra y a tener hijos (risas). En verano se cultivaba la tierra y en invierno se solía trabajar en el bosque para hacer madera y carbón. Los hombres se encargaban de tumbar y preparar los pinos, y las mujeres, como mucho, quitábamos la ‘carrasca’. Mientras los hermanos mayores solían ayudar en el bosque, los pequeños nos dedicábamos a guardar los animales, principalmente las ovejas. Yo estuve guardando las ovejas en casa de mis abuelos durante cuatro años. Desde los siete hasta los once años viví con ellos y con mis tíos en su casa.

—¿Fue al colegio?
—El colegio lo dejé para los demás (risas). Fui durante muy poco tiempo, una temporada donde jugaba mucho con mis amiguitas y me lo pasaba muy bien. Pero había mucho trabajo en casa: había que sembrar, segar y trabajar como el que más.

—¿Cómo se llevaban entre tantos hermanos?, ¿eran muy traviesos?
—¡Ya lo creo! Éramos muy melindrosos (risas). Joan, que era el anterior a mí, siempre me capissava y me hacía rabiar diciéndome que este o aquel era «es meu jove». Una vez me hizo rabiar tanto que le lancé una pedrada en la cabeza y se la abrí (más risas). También es cierto que nuestros padres sabían poner orden, como no podía ser de otra manera.

—¿Tiene recuerdos de los años de la posguerra, de los llamados ‘anys de sa fam’?
—Gracias a Dios, nunca pasamos miseria en casa, pero sí que hubo mucha escasez y se oía hablar de que la gente lo pasaba mal. Tampoco teníamos abundancia: con siete u ocho años yo no había visto nunca un paquete de galletas. Lo primero que recuerdo que compraban mis padres eran sacos de harina de trigo.

—Nos ha hablado de que su hermano le hacía rabiar hablándole de chicos. ¿Venían muchos jóvenes a pretenderla a su casa?
—Sí, venían algunos, pero yo ya conocía a Joan de Can Gall, que era guapísimo, desde que tenía 14 años, y no quise saber nada de ningún otro. Cuando él venía a festejar a casa, mi madre barría el porche, y eso significaba que les gustaba. Estuvimos festejant durante siete años. El festeig no era más que pasear los domingos por el camino, acompañados por mi madre y mi hermana pequeña, claro. En invierno también paseábamos los jueves y los sábados, porque anochecía más pronto y había menos tiempo.

—Entiendo que finalmente se casaron.
—Así es, en 1958, cuando yo tenía 21 años y él, 25. Entonces me fui a vivir a su casa familiar, Can Gall. Me acogieron como una más de la familia. Allí vivíamos con sus padres, Joan y Francisca, sus tres hermanas —Catalina, Maria y Francisca— y un chico, Ricardo, al que la familia acogió como un hermano más. A día de hoy sigo viviendo en la misma casa con mis cuñadas Maria y Catalina (que acaba de cumplir 101 años). Joan y yo tuvimos a nuestros hijos José Antonio y Juanito, que tiene a mi nieta Eva, que hace tres meses ha tenido a Maya, mi biznieta.

—¿A qué se dedicaban?
—A trabajar la tierra en casa. Cuidábamos los animales, sembrábamos, segábamos… Lo normal del campo. Un tiempo después, Joan decidió tener vacas para vender su leche, y también me ocupaba, junto a mi cuñada María, de ordeñarlas. Las tuvimos durante unos 25 años. Después se casó Juanito y estuve durante un tiempo trabajando con Nieves, mi nuera, en chalets de gente extranjera. Joan había enfermado hacía mucho tiempo. Empezó a sentirse débil y resultó ser un tumor en la cabeza. Le operaron en Barcelona y se acabó recuperando. Sin embargo, le quedaron secuelas importantes y apenas tenía movilidad en medio cuerpo. Aun así, siempre tuvo mucha voluntad y era capaz de manejar el tractor, incluso de moverse con su Mobilette. Ahora va a hacer tres años que nos dejó.

—¿A qué se dedica a día de hoy?
—Sigo haciendo cosas: hago el desayuno cada mañana, cuido de las gallinas, hago la comida, siembro cuatro pimientos, alguna patata, sandía… Aunque me dicen que trabajo más de lo que debería, me siento más tabacada el día que me siento en el sofá toda la tarde que si estoy haciendo cosas todo el día. Me sienta peor estar sentada que estar haciendo cosas.

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