Debemos reconocer que la subida hasta el camposanto de Biniamar es, aunque no muy larga, sí bastante empinada y con alguna que otra curva pronunciada. Para colmo, en la primera de ellas encontramos un torrente seco en el que al menor descuido puede meter la rueda el coche fúnebre "o el de los acompañantes" y añadir más tragedia y drama del que pueda haber en ese instante. Ahora parece que el peligro ya no es tanto, pues han colocado unos pedruscos que impedirían la caída, pero ésa tampoco es la solución. Además, casi toda la carretera, que no es muy ancha, está repleta de baches y en ella falta en un cincuenta por ciento el asfalto. O sea, cuando hace calor, polvo; cuando llueve, barro; y cuando ni lo uno ni lo otro, peligrosa gravilla.
Una vez en la cima, y a punto de entrar en el pequeño recinto, aparte de comprobar que se han llevado "¡por fin!" los pinos que cayeron en el vendaval del pasado mes de noviembre, vemos que un enorme pino amenaza con caerse sobre uno de los panteones. El joven Muñoz nos dice que advirtieron de ese peligro en el último pleno "fue en enero" y ahí sigue. «Lo bueno es que los vecinos estarían dispuestos a tirarlo ellos, pero en el Ajuntament han dicho que no nos preocupemos, que pasarán. ¿Cuándo?». Salta a la vista que por el cementerio hace tiempo que no ha pasado el jardinero, puesto que los hierbajos crecen por doquier. «También hemos detectado la presencia de ratas, que tenemos que espantar, o matar, nosotros, a base de raticida. De momento hemos matado cinco».
El joven nos conduce hasta el nicho en que recientemente enterraron a su abuelo. Señala el que está a su lado, carente de placa. «En éste hay humedad "dice" que la traspasa a nuestra tumba. También lo hemos denunciado al Ajuntament, pues desconocemos de quién pueda ser el nicho, pero tampoco lo han arreglado. Y ya va para dos años».
Tras la visita al cementerio, Muñoz i Muñoz nos lleva hasta la iglesia que comenzó a construir Antoni Maura y que se ha quedado a medio hacer, y que hoy es utilizada como polideportivo. Hay una pista de balonmano que puede ser convertida en otra de baloncesto con tan sólo cambiar las porterías por las canastas, que reposan en lo que hubieran sido capillas del templo. Llama la atención ver que el cuadro de luces está abierto, con cables y clavijas al alcance de los niños, pues la puerta metálica no cierra. «El día menos pensado lamentaremos una desgracia, pues por aquí vienen chicos y no hay vigilancia».