Lo que hoy se reconoce fácilmente como Pacte Progressista comenzó de manera inverosímil en 1996, tras un debate en la redacción del semanario Proa a propósito de la necesidad de la izquierda de lograr algún éxito electoral. Aquel encuentro reunió alrededor de una misma mesa a representantes del PSOE, Izquierda Unida, Entesa Nacionalista i Ecologista, Els Verds y Esquerra Republicana de Catalunya, que llegaron a la conclusión de que sólo la suma de votos, por pocos que algunas de estas formaciones pudieran aportar, podría acabar con la hegemonía demostrada por el Partido Popular en la historia de la democracia en las Pitiüses. Era un momento de crisis ideológica tras demasiados fracasos electorales que habían condenado a la izquierda local, en general, y al PSOE, en particular, al papel de eterna oposición. De aquella reunión surgió la idea de que sólo una persona de consenso permitiría que el acuerdo fuera posible, por lo que se trabajó tanto en los nombres a presentar bajo la fórmula de una agrupación de electores como en el propio programa electoral, que resultó ser un tanto secundario puesto que la propuesta era para el Senado y porque previsiblemente -como sucedió- debería sentarse en los escaños de la oposición.
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