Tanto da que haga calor o frío, que sea 8 de agosto ó 6 de diciembre. Aquí todos los días festivos son igual de aburridos, con los mismos discursos institucionales, el protocolo, los trajes con corbata, canapés y cava (o vi pagès) y mucho paripé. Cierto es que ayer no hubo misa (el Estado ahora es laico) ni ball pagès, y que en lugar de honrar la figura de una estatua yacente de piedra, los objetos de culto fueron el libro gordo de la Constitución y un retrato del Rey. El resto, dejando de lado el escenario, las cuestiones meteorológicas y la ausencia de la Sánchez Jáuregui, fue lo mismo de siempre, hasta el discurso institucional del presidente del Consell, Pere Palau, que, puesto que no le oían en el Consolat de Mar, salvo el conseller balear de Comerç, Energia e Industria, José Juan Cardona (pero éste obviamente no cuenta); insistió en lo del autogobierno y el bonito cuento de siempre.
La familia socialista, a diferencia de otros años y por eso de que ahora gobierna en Madrid, acudió en masa a la fiesta porque uno no sabe hasta cuándo durará eso del nuevo talante. Otra cosa es el clan del PP, que nunca falla a estas ceremonias, y que acudió también en bloque para imponer su mayoría. Por algo es la fuerza más votada de las Pitiüses. La consellera Matutes fue la excepción que confirma la regla. Seguramente tendría cosas mejores que hacer. Por cierto, el salón de plenos del Consell se quedó pequeño, por lo que ya cabe ir pensando en más ampliaciones.