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«Ca Na Ribes era el único restaurante al que venían las mujeres de Santa Eulària en 1926»

La familia propietaria del establecimiento relata cómo fueron los inicios de un bar «con mucha historia»

María Marí Tur y su hija Eva María Riera Marí en el jardín del restaurante Ca Na Ribes. Un establecimiento que ya cuenta con 84 años de edad. | Marco Torres

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El abuelo de Maria Marí Tur, Bartolomé Tur Clapés, era de una familia pagesa de Santa Eulària dedicada al campo. Él quiso darle un giro a su vida y decidió irse a Argentina a progresar. Fue a principios de 1920 y lo hizo porque tenía allí un hermano cura con el que se hospedó y trabajó de cocinero. «Fue a aprender el oficio de cocinero y a ahorrar algo de dinero para poder establecerse por su cuenta a la vuelta», recuerda hoy Maria sentada en el jardín del restaurante que construyó su abuelo.
Cuando volvió encontró un terreno en lo que entonces eran las afueras del pueblo de Santa Eulária que le gustó porque desde él, en aquel entonces, se veía el mar. Empezó a construir lo que sería Ca Na Ribes (le puso el mismo nombre que el de una finca que acababa de heredar). Mientras tanto alquiló otro bar en el pueblo que estaba al lado del Cosmi y se llamaba Casa Rosita. Ni a su mujer ni a sus hijos les convenció la idea del negocio que estaba construyendo, «porque lo veían muy apartado del pueblo y no pensaban que fuera a progresar».
«El abuelo de Maria vino de Argentina con las ideas muy claras y sabía muy bien el tipo de restaurante que quería abrir. Por eso en 1926, año en el que se inauguró, se convirtió en el único lugar al que venían las mujeres de Santa Eulària; eso sí, los domingos después de asistir a misa y con sus maridos y familias», matiza Vicente Riera Noguera, marido de Maria, quien añade que el restaurante contaba, además, con cuatro habitaciones para huéspedes «muy sencillitas».
Pero esta no sería la única peculiaridad del establecimiento. En Ca Na Ribes había un servicio de peluquería y barbería para caballeros. En las instalaciones del restaurante había una zona dedicada a este servicio en el que ejercía un señor conocido como Barberet. La barbería tenía dos salidas, una a la calle y la otra a Ca Na Ribes. «Venían muchos clientes y mi abuelo no le cobraba nada de alquiler, tan sólo tenía pactado de manera verbal con el barbero que le cortara el pelo y afeitara una vez a la semana a él y a su hijo», sonríe Maria al recordarlo por la peculiaridad del contrato.
Ca Na Ribes contaba con un salón de juego en el que los clientes de la época, sobre todo, se dedicaban a las cartas, dos jardines, uno que era del restaurante y el otro de la casa, y un comedor en el que ofrecían un menú que constaba de primer plato, segundo y postre de los que se encargaba la abuela de Maria Marí, Maria Tur Clapés, Maria de Ca Na Ribes. «Contaban que cuando se estaba construyendo la carretera, llegaban a comer hasta 80 personas», relata Vicente Riera sorprendido. «Lo que sí que es cierto -añade- es que la mayoría de las bodas que se hacían fuera de casa en aquellos años, porque entonces lo normal era que se celebraran en casa, se hacían en Ca Na Ribes».
Con teléfono propio
En 1929 llegó la línea telefónica al pueblo de Santa Eulària y la centralita se ubicó en Ca Na Ribes. La madre de Maria, Maria Tur Clapés, fue la telefonista. «En aquella época sólo había 6 abonados porque eran los inicios y el teléfono era muy caro. La centralita estaba en una sala al lado del comedor, que mi madre siempre llamó el cuarto del teléfono. Ca Na Ribes tenía el 6, que todavía conservamos (971 30 00 06). Mi madre ganaba el 10% de lo que costaba la llamada», recuerda Maria Marí. «A mi abuela se le quedó la costumbre de avisar cada cierto tiempo cuando veía que estabas utilizando el teléfono, y a mí, cuando era adolescente, me tocaba el hombro cada cinco minutos y me decía, llevas 5 minutos, y si yo protestaba me decía, no te quejes porque cuando trabajaba de telefonista avisaba cada minuto porque entonces era muy caro. Luego se acostumbró y dejó de avisarme», relata la nieta de la que fuera la primera telefonista del pueblo y que hoy se ha convertido en la cuarta generación que está sacando adelante Ca Na Ribes, Eva Maria Riera Marí.
Otra de las peculiaridades con las que contaba este restaurante era la zona dedicada a los caballos con los que acudían los clientes en los años veinte. «Hasta hace poco todavía se podían ver las argollas para los caballos en Ca Na Ribes. Mi abuelo pensó en un aparcamiento gratuito, cosa que no tenemos ahora. Aunque, todo hay que decirlo, yo no creo que trajeran muchos caballos al restaurante», bromea Maria Marí.
Ca Na Ribes se ha convertido en uno de los establecimientos más antiguos del pueblo de Santa Eulària que ha vivido todas las épocas desde su inauguración. Sus actuales propietarios recuerdan hoy con especial cariño los inicios de los 80, «cuando el jardín se llenaba de residentes ingleses a la hora del desayuno. Era un ambiente muy bonito en el que todos se conocían se llevaban bien y eran personas muy educadas. Muchos de ellos ya murieron y otros se fueron, también porque comenzaron los robos en el pueblo», analiza Vicente Riera.
En cuanto al futuro de Ca Na Ribes, sus actuales propietarios tienen muy claro que continuará adelante. Hoy en día es la hija de Maria Marí, Eva Maria, la que se hace cargo de la gestión y quien asegura que su hijo, Miquel Roca, de muy corta edad, podría suponer la quinta generación familiar. «Él ya les dice a sus amigos, cuando les invita, que Ca Na Ribes es el mejor restaurante del mundo», desvela Eva Maria.

«Los hippies venían a por leche de vaca»
En los años 70, cuando comenzó la época hippie, Vicente Riera tenía una pequeña finca con dos vacas que daban mucha leche que intentaba aprovechar en el restaurante. La mayoría de los clientes preferían la envasada, que aunque era más amarilla y no olía tanto a leche les resultaba más familiar. «Sin embargo, en cuanto se enteraron los hippies comenzaron a venir para que les hicieramos cafés con auténtica leche de vaca. Les gustaba porque era mucho más blanca que la otra y tenía un fuerte olor a leche. Estaban encantados de tomarla y a veces venían varios y hacían cola para conseguirla», asegura Vicente, quien hoy reflexiona y considera que «aquellos hippies tenían más cultura que nosotros».

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