«El estanco era de mi suegro, Francisco Tur, pero él lo heredó de su padrino. Seguramente sería un hermano de su padre, que se lo regaló, y eso tuvo que ser en 1925. De todos modos creo que el establecimiento siempre perteneció a la familia», explica Antoni Planells, al echar la vista atrás sobre los inicios del emblemático negocio ubicado al lado de la iglesia de Sant Miquel.
En cuanto a la antigüedad del edificio, Planells considera que tiene «más de doscientos años» ya que «la iglesia es del siglo XIV y a continuación se hicieron todas estas casas».
Fue Francisco Tur quien se encargó de que en el establecimiento se pudiera vender tabaco y de que se recibiera allí el servicio postal de la zona. Además, siguió explotando la licencia de bar que poseía.
En aquella época inicial, los clientes del lugar eran los vecinos del pueblo de Sant Miquel y de sus casas aledañas. «Entonces sólo se vivía de la agricultura y de la pesca y alguno que iba a trabajar a las salinas».
Según Toni Planells, el estanco de Sant Miquel «era un bar, de los tres que había en la zona entonces, que ofrecía cafés y copas, pero que no se vivía de eso ni mucho menos», comenta Planells, quien añade que, «entonces se abría los domingos, coincidiendo con la salida de misa, o si había algún funeral. Yo recuerdo que en aquellos años cobraban diez céntimos de peseta por un café y otros diez por una ensaimada», rememora.
En cuanto al café, recuerda Planells, «como iba muy caro, hacían una mezcla de cebada que añadían al café y así les salía más barato. Los tiempos de después de la Guerra Civil fueron muy duros y se pasó mal», reflexiona.
Los jóvenes de la época acudían a este conocido bar a jugar a las cartas y a tomar bebidas. «Había una especie de vaso, parecido al del café pero más chato y ancho que en eivissenc se llamaba mitja lliure. Los chicos acostumbraban a pedir uno de estos vasos y con él invitaban a todos los amigos, era como una ronda de la que cada uno bebía un sorbito».
A este bar era a uno de los pocos a los que podían entrar las mujeres de aquella época en la que «estaba muy mal visto que las chicas entraran en los bares». El motivo era el servicio postal, «con la excusa de las cartas algunas mujeres entraban y se bebían un vasito de vino, pero nada más».
Pese a que el bar siempre fue de la familia de su mujer, Toni Planells lo frecuentó desde niño ya que sus abuelos vivían en la casa de al lado. Después, ya de joven, acudía al establecimiento a jugar a las cartas y allí fue donde conoció a la que sería su esposa. «Ella era muy joven así que le dije que cuando tuviera quince años le preguntaría una cosa. Cuando se lo pregunté, aceptó, eso sí con el permiso de su madre, que fue la que finalmente decidió que pudiéramos salir juntos», recuerda entre risas.
El bar siempre estuvo a cargo de los suegros de Antoni Planells y luego fue su hijo, Francisco Tur el que lo llevó. En los últimos tiempos es una de las hijas de Antoni Planells y Maria Tur la que regenta este lugar bar tan ligado a la iglesia de Sant Miquel.
«Algo que dura diez años no puede ser muy malo»
Antoni Planells recuerda uno de los momentos históricos que vivió en este conocido bar, y que está especialmente ligado al grupo de folklore de Sant Miquel de Balansat, fue precisamente el momento en el que se fundó.
«Fue en 1965; recuerdo que estábamos sentados en la parte de atrás del estanco con el cura, Antoni Ripoll, y yo le propuse que si nos dejaba el local de la iglesia para ensayar, él sería el director y yo llevaría el grupo de folklore. Y me contestó: 'no sé de qué me habláis, pero lo podíamos probar'», recuerda risueño hoy Toni Planells.
«Al cabo de diez años, el cura, Antoni Ripoll, me volvió a comentar, refiriéndose al grupo de folklore: 'una cosa que dura diez años no puede ser muy mala'», añade.