La mañana en Can Rareta empieza dando de comer a la coneja, cabras, gallinas y palomas. Una vez acabada esta tarea, Sandra Vericat, licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación y Educadora Social, inicia otra de las actividades más divertidas y a la vez didáctica para los pequeños de cero a tres años: el paseíto.
Durante la mañana de ayer, Jimena, de 20 meses, y Lucas, de dos años disfrutaban mirando las hojas de los árboles, las piedras y los montículos de arena y troncos que encontraban en su camino. «Es una de las actividades que más les gustan porque hay diferentes texturas y siempre descubren algo nuevo; siempre vemos unas flores que antes no nos habíamos dado cuenta de que estaban o una piedra que antes no estaba en el camino, por ejemplo», explica Vericat, que desde 2008 impulsa este proyecto de espacio libre de aprendizaje muy arraigado en otras zonas de España y otros países de Europa. «Se trata del concepto 'mamá de día', que principalmente es poder dar cariño individualizado a cada niño en lugar de estar en un ambiente ficticio donde hay espalderas, colchonetas y un montón de colores. Es tener la oportunidad de desarrollarse en la realidad porque casi todas las actividades que hacemos son reales», explica.
Las actividades
Y es que uno de los principales atractivos de esta iniciativa se centra en que los pequeños aprenden rutinas del día a día que, si bien pueden resultar obvias, son muy importantes para su desarrollo, pues es como realmente se trabaja la psicomotricidad: «Aprenden a lavarse las manos, a poner la mesa, a respetar el campo porque tenemos un huerto donde me ayudan a sembrar, a cuidar las plantas. Los niños de entre cero y tres años son hiperrealistas; a partir de cuatro empiezan a desarrollar su imaginación, pero hasta los tres se fijan e imitan. Si te ven poner la mesa, querrán hacerlo en cuanto tengan la capacidad física de llegar a controlar lo que hacen. Enseguida que ven que lo pueden hacer, lo querrán hacer». Y precisa: «La etapa que va de cero a tres años es cuando se produce el mayor aprendizaje del ser humano». Con tal de conseguir la máxima atención, Vericat trabaja con un máximo de cuatro niños. «Si por ejemplo quiere lavarse las manos puedo ir diciéndole: 'súbete las mangas del jersei, abre el grifo y coge el jabón», explica.
Si en el exterior de Can Rareta se respira tranquilidad, ya en el interior los niños disfrutan de los materiales que tienen a disposición (como libros, un baúl con materiales que se van variando, cajas) para que jueguen con lo que les apetezca en un ambiente de seguridad, pues los muebles tienen cantoneras y los enchufes están cubiertos y los materiales de los objetos son telas, cartón y fibras naturales (nada de plástico) entre otras medidas de prevención. «Ellos tienen unos materiales a su alcance que les sirven para aprender. Si cogen un libro de la biblioteca, por ejemplo, saben que tienen que dejar el anterior», explica Vericat que añade además que este sistema se asienta en la base del método Montessori, en el que el niño dirige la actividad y el docente observa con la intención de adaptar el espacio de aprendizaje al pequeño. Uno de los espacios que más atrae a los pequeños es la cocina de cartón a su medida, donde aprenden a sacar cosas de la nevera o abrir y cerrar cajones. De este espacio de aprendizaje destaca la adaptación de los muebles a los niños. Así, los vasos, cubiertos, sillas y mesas son acordes a su estatura. «Esto es importante porque si quieren agua, por ejemplo, saben que ellos mismos se la tienen que poner en el vaso. A la hora de comer también saben que tienen que llevar los platos y los cubiertos a la mesa».