Sant Antoni abrió ayer a las doce de la mañana las puertas de la tercera edición de su Fira Marinera Medieval. Lo hizo con un ojo puesto en el cielo y otro en el bolsillo, y con la ausencia destacada de la alcaldesa del municipio, Pepita Gutiérrez. En su lugar, varios concejales, un pequeño dragón movido por un grupo de piratas, y una banda de músicos que parecían sacados de una taberna de la mítica Isla Tortuga en el Mar Caribe.
Sin embargo, sólo hace falta echar un vistazo a los cerca de setenta puestos que hay en el Passeig de la Mar para darse cuenta que no estamos en el siglo XVII sino en el XXI. Gominolas de todos los sabores, quesos y embutidos que han ganado todos los premios imaginables, donuts cuyo tamaño es casi el de un roscón, pulseras y collares para todos los públicos y tamaños, jabones de lo más diverso, incluyendo uno de esperma de ballena, cordones mágicos, artesanía ibicenca como cuchillos, espardenyes o castanyoles e, incluso, un pareja que ofrecía un peculiar sistema de depilación natural basado en un sistema por fricción y una piedra que tiene microcristales minerales que penetran en el poro y debilitan la raíz, y así muchos más.
Tampoco faltan los tradicionales puestos de creppes, pizzas, o la taberna, en la que se ofrece cochinillo, costillas de cordero, embutido y pescados como chicharros, sepias, gamba o chopitos al ‘razonable' precio de 20 euros la ración de 450 gramos.
Precisamente, los precios de los puestos vuelven a ser el centro de las mayores críticas de los visitantes. «Soy una asidua de esta feria y de la de Eivissa, pero ya hace un par de años que casi no me compro nada porque todo es muy caro», explicaba Antonia, una vecina de Sant Antoni, que paseaba junto a su nieta Julieta. Y mientras, a su lado, una vecina suya, María, asentía y aseguraba que «como no esto no lo arreglen este año les va a ir fatal porque no está la cosa para ir comprando muchos de estos productos que hace tiempo dejaron de ser una novedad».