La parábola de los obreros de la viña nos da a entender que son diversos los caminos por los que llama el Señor pero que el premio es siempre el mismo: el Cielo. Para todos la invitación es gratuita. El dueño de la viña salió al amanecer a contratar obreros. Después de haber convenido con los trabajadores en un denario al día, los envió a su viña. El denario era una moneda de plata con inscripción e imagen de Cesar Augusto, y equivalía al jornal de un obrero agrícola. El dueño de la viña salió también a contratar trabajadores en diferentes momentos hasta la puesta del sol.
Al final el Dueño pagó a todos el mismo jornal: un denario. A primera vista, la protesta de los jornaleros de primera hora parece justa. Y lo parece porque no entienden que poder trabajar en la viña del Señor es un don divino. En esta parábola vemos la gratuidad de Dios.
Un misionero, p.e., que renunciando a lo más querido, familia, amigos, comodidades, por amor a Cristo, para que el Señor sea conocido y amado, después de una vida de entrega y sacrificio por los demás, cuando deja esta vida temporal, Dios le otorga la Vida Eterna.
En el caso de una persona que ha vivido de espaldas a Dios, pero al final de su vida se arrepiente y empieza una nueva vida llena de amor al Señor y a los hermanos, al morir le da el mismo premio; el Cielo.
Lo importante es haber trabajado en la viña del Señor, aunque sea en la hora undécima. Todos tenemos la oportunidad de alcanzar la Vida Eterna.