Primer día completo de la feria Eivissa Medieval, con permiso de la jornada del viernes que comenzó a las seis de la tarde, y ya se pudieron ver las mismas escenas que hace un año, que hace dos, que hace tres, y si me apuran, hace una década. Mucha gente, mucho puesto, altos precios, sobre todo en lo referente a gastronomía, músicos ambulantes y actores por las calles y calor, mucho calor.
Y es que si Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, hubiera paseado ayer por Dalt Vila y la Marina, algo que no sería del todo descartable, dado que ya estamos en campaña electoral, seguro que hubiera repetido en varias ocasiones su frase más famosa: «al caloret». Pero como no estaba, o no se la vio, los que sufrieron las altas temperaturas fueron los miles de turistas y residentes en Eivissa ciudad, y que ayer tenían fiesta y que pudieron recorrer la feria hasta que cayó el sol. «Madre mía, si parece que ya estamos en junio, y encima te cobran un dineral por una botella de agua», se lamentaba Paquita, una turista de Marbella que venía de viaje con su marido y un matrimonio amigo, resumiendo el sentir de muchos de los presentes. No en vano, Juana, su acompañante pensaba lo mismo. «Todo muy bien puesto, muy bonito pero yo iba a comprar algo para mis cuatro nietos, pero creo que me tendré que conformar con una herradura de la suerte para cada uno».
Amplia variedad de productos
Una vez más, el gran problema para los visitantes radica en los altos precios que se piden por los productos ya que variedad, lo que se dice variedad, hay de sobra. Por ejemplo, ya en la popular calle de las farmacias, antes de llegar al Mercat Vell se pueden encontrar todo tipo de productos artesanales de Eivissa, incluyendo un pequeño puesto con miel de la isla, y después, nada más cruzar el Portal de ses Taules y el Patio de Armas comienza, una sucesión de puestos hasta llegar a los 157 que anunció el Ayuntamiento de Eivissa durante la presentación.
Entre todos ellos se puede encontrar de todo. Productos de cuero de todas las formas y tamaños inimaginables, rosas de madera, jabones, oro vegetal, plata, alpaca, piedras semipreciosas o minerales, productos de mimbre, de madera de olivo, instrumentos musicales, pulseras con nombre, collares de hadas, joyas de diseño... Y eso por no hablar de alimentación y sus derivados. Aquí más de lo mismo, aunque se nota que hay menos proliferación que otros años. Aún así no faltan las empanadas gallegas, los dónuts, las rosquillas, los panes de leña, los quesos que han ganado todo tipo de premios, tés y especias como la rosa de Jericó, «bendecida por Nuestro Señor Jesucristo para curar dificultades de la vida», garrapiñadas, caramelos artesanos, gominolas, postres, limonadas, mojitos medievales, salchichas, platos italianos, patatas fritas crujientes en aceite de oliva...
La mayoría de estos últimos, sobre todo las tabernas, se encuentran ubicadas en la zona del Baluard de Santa Llúcia, salvo la Taberna Gallega Manu, que se encuentra estratégicamente colocada junto al cartel que da entrada a la feria, ofreciendo desde alitas de pollo a platos de pulpo. Son precisamente estos puestos de Santa Llúcia los que reciben las mayores críticas por parte de los visitantes debido a los altos precios de las consumiciones y a que, en la inmensa mayoría de ellos, no se puede pagar con tarjeta de crédito.
Algo de lo que se aprovechan fundamentalmente los ofrecen refrescos a precios más razonables. Por ejemplo, limonadas a dos euros, realizadas con limones payeses, se antoja como una buena manera de refrescarse mientras ves como tus hijos se convierten en soldados de la Orden de Calatrava en el campamento ubicado junto a Es Polvorí. Y es que ellos, con sus armaduras, y sus cotas de malla, seguro que recordaron el calor que debieron pasar en las cruzadas a las puertas de Jerusalén. Pero esa, es otra historia. Ahora, diez siglos después, disfrutamos en Eivissa de la Feria Medieval.