Los que le conocieron le recuerdan caminando siempre con su maletín por las calles de Vila hasta el punto que su figura llegó a ser parte integrante del paisaje humano de la ciudad.
El practicante Vicent Palau nació en Dalt Vila en 1927, a escasos metros de la calle que lleva su nombre. La antigua costa Padilla es una angosta calle situada a pocos metros de Can Botino con escaleras tan empinadas como las que el practicante Palau tuvo que subir durante toda su vida para llegar a las casas de los pacientes a los que iba a visitar. En los años 40 y 50, los practicantes de la isla se podían contar con los dedos de una mano y curaban a toda la familia. Para desplazarse de una casa a otra, Vicent utilizaba primero una bicicleta, después una Vespa y finalmente un Seat 600.
Compartía trabajo con Antonio Riera y, según cuenta su hija Tita, ambos estuvieron muchas noches en vela o durmiendo en un colchón en el suelo en las casas de los enfermos en unos tiempos en los que la familia del paciente hacía turnos para sostener los goteros.
Cada inyección costaba entonces entre 2 y 4 pesetas pero la mayoría de las veces no cobraba porque más que una profesión, el trabajo de practicante era su vocación. Catina, otra de sus hijas, recuerda que su padre salía y entraba varias veces del cine donde veía una película para pinchar a algún vecino que vivía cerca.
Palau quiso ser siempre cirujano pero a los 15 años se preparó para ser practicante y empezó trabajando en la clínica del doctor Villangómez como chico de los recados. Cuando obtuvo el título se incorporó a Salinera Española donde curaba las heridas en la piel de los trabajadores provocadas por la corrosión de la sal que transportaban en la cabeza.
Con los años, Vicent Palau se convirtió en uno de los practicantes más populares y estimados de la isla. De hecho, como muestra de agradecimiento, los pageses le regalaban pollos vivos e incluso palomas que su mujer, Margarita, regalaba después porque no podía meterlos en su piso familiar de Vila.
El practicante Palau siguió poniendo inyecciones casi hasta el último día de su vida. Diez años después de su muerte, el ayuntamiento reconoció con esta calle la trayectoria de un hombre a quien todo el mundo quería. Como alguien dijo a sus hijas, si Vicent se hubiera vendido, se habría comprado una docena.