«Es evidente que existe, al menos formalmente, una irregularidad procedimental en el escrutinio». La afirmación no es mía, pero tras participar desde dentro en las elecciones del pasado domingo, suscribo las palabras que la Junta Electoral de una provincia española replicó a un partido político tras presentar una reclamación en las últimas elecciones autonómicas por fallos en el recuento electoral.
El escrutinio se ha convertido en una herramienta obsoleta y salpicada de grietas. Aun suponiendo la honradez de los representantes de la ciudadanía escogidos para contar los votos de sus vecinos, la alta tolerancia al desacierto y la carencia de supervisión por parte de la administración electoral convierten a este sistema en un polvorín de irregularidades.
Desde dentro, el proceso electoral resulta rudimentario. Como de otro siglo. Teniendo en cuenta la cantidad de transacciones que se realizan a través de Internet; operaciones de compra y venta de todo tipo de artículos, inmuebles, vehículos, vuelos, vacaciones... Incluso trámites administrativos que se realizan sin pisar una oficina, resulta paradójico que el sufragio se ejercite en condiciones tan precarias, sometiendo el futuro político de un país a la habilidad para identificar y escrutar enormes cantidades de votos a ciudadanos de toda índole.
Jornada intensa
Al margen de los fallos del sistema la jornada electoral para quienes, como yo, tuvimos que pasar 16 horas bregando con votos y votantes, deja numerosas anécdotas. Para empezar, el ímpetu con que nuestros mayores continúan ejerciendo su derecho a votar, aunque sea en silla de ruedas o en batín, directos de la residencia o el hospital, y acompañados por personal sanitario. Ellos, que conocen cuánto ha costado adquirir la libertad de voto en este país, siguen dando ejemplo a una juventud pusilánime que ignora incluso qué son el Congreso y el Senado.
Y es que, según pude comprar el domingo, un elevado porcentaje de la población desconoce cómo funciona el sufragio en España y el sistema parlamentario resultante de los comicios. Sólo así puede entenderse que aparezcan papeletas para elegir diputados en el sobre del Senado, y viceversa, resultando, por tanto, votos nulos. O que la mayoría se desentienda de su censo electoral –o no lo reciba en su domicilio, como le sucedió a bastantes personas– y pierda tiempo y paciencia en encontrar su mesa.
Sobre los interventores o apoderados de los partidos, quisiera desmitificar la idea de que intentan persuadir del voto o adulterar el escrutinio. Por el contrario, realizan una labor encomiable ayudando a los electores a encontrar su mesa. Entre ellos, concejales como Álex Minchiotti (PP), Agustín Perea (PSOE), o Juan José Hinojo (Unidad Popular-IU), quienes demostraron que antes que las siglas políticas está el compañerismo.
La jornada electoral transcurre con aparente tranquilidad, y en los tiempos muertos uno se entretiene observando el trasiego de apoderados y electores o rellenando parte de la documentación –acta de constitución de la mesa, acta de escrutinio y acta de sesión, entre otros– que al final del día tendrá que presentar al representante de la Administración, a un funcionario de Correos y a la Junta Electoral en la sede de los juzgados.
Salvo incidencias como que no cuadre el recuento –que suele resolverse mirando hacia otro lado– la jornada para un presidente de mesa discurre con normalidad, dando por hecho que te irás tarde a casa, con los ojos y la espalda molidas, pero con 62 euros en el bolsillo.
Sin embargo, el domingo no fue un día tranquilo en el aula norte del colegio electoral de sa Bodega. A falta de unos 20 minutos para cerrar las votaciones un desafortunado suceso alteró la jornada, cuando uno de mis compañeros de mesa sufrió un ataque epiléptico, según constataron minutos después los servicios médicos trasladados de urgencia al centro.
Durante un breve espacio de tiempo se vivieron momentos de mucha tensión ante el peligro de que el veterano vocal, que había trabajado a mi costado desde la ocho de la mañana, se tragara la lengua y se asfixiara. Por fortuna, dos chicas con conocimientos en primeros auxilios evitaron lo que podía haber sido un fatal desenlace.
Con el susto aún en el cuerpo tocaba, de forma ineludible, hacer el recuento y el papeleo. Tareas plomizas y, como he dicho, no exentas de posibles pucherazos. Tendremos que confiar en el prójimo hasta que se modernice el proceso. Si es que existe voluntad de cambio.