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Paseando por nuestras calles

El parque del maestro de la poesía ibicenca

| Eivissa |

El monumento a Marià Villangómez en Sant Miquel muestra al poeta de pie, leyendo un libro en la localidad donde ejerció como maestro durante 13 años. Es la imagen que, según Joan Marí Botja, exconseller de Cultura que mandó hacer esta escultura, se recuerda del gran poeta ibicenco. Un hombre de una gran corpulencia física que solía caminar ligeramente inclinado hacia adelante y al que era fácil verle paseando por el puerto o Vara de Rey.

Marià Villangómez era un hombre tímido e introvertido al que le gustaba comer solo en el restaurante Cartago de Vía Púnica mientras leía. Únicamente hacía una excepción a la hora del café, cuando demostraba sus dotes de buen conversador hablando en tertulia de los temas que más le interesaban: la poesía y Eivissa.

El maestro de la poesía ibicenca y gran referente de la cultura pitiusa estaba predestinado, sin embargo, a seguir la tradición de una familia de médicos y farmacéuticos, pero ya desde pequeño sintió una fascinación por la abultada biblioteca de su padre que lo zambulló en el mundo de la literatura. A pesar de ello, estudió la carrera de Derecho en Barcelona y, aunque nunca ejerció esta profesión, su estancia en esta ciudad durante cinco años le abrió las puertas al mundo cultural y literario en lengua catalana.

Fue destinado en 1938 al frente de Castellón para luchar junto a las tropas franquistas y, una vez acabada la Guerra Civil, estudió magisterio, profesión que desempeñó durante 25 años.

En esa época escribió unos versos en catalán que no pudo publicar hasta el final de los años 40 cuando el fin de la Segunda Guerra Mundial y el empeño de la resistencia cultural consiguieron que el catalán pudiera ser usado públicamente. En cuanto la censura lo permitió, Villangómez publicó sus versos en este idioma durante unos años difíciles en los que estableció contacto con los círculos culturales catalanes en la clandestinidad.

Su papel en la vida cultural de las Pitiüses durante la Transición Española fue también decisivo y culminó con diferentes reconocimientos entre los que destaca el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes en 1989 por toda su obra.

El 2013, una década después de su muerte, fue declarado año Marià Villangómez y estuvo dedicado a la figura de este escritor con reediciones de su obra. Desde entonces, sus versos, presentes en varias paredes de la isla, están todavía más vivos en el imaginario colectivo de un pueblo como uno de los responsables de reivindicar orgullo de ser ibicenco.

El maestro de escuela de Sant Miquel que escribía versos

Los años como maestro de escuela durante la década de los 60 y los 70 del siglo pasado, fueron los más prolíficos de su obra literaria y le permitieron estar en contacto con el mundo rural ibicenco y escribir algunos de sus versos más célebres acerca de la tierra, el mar y la luz con los que evocaba a la isla como si fuera una mujer.

La letra de Marià Villangómez, equilibrada, limpia y ordenada, era la propia de un maestro de escuela que escribía de manera clara en la pizarra para que sus alumnos le entendieran.

Sus renglones, completamente horizontales e interlineados, reflejaban la personalidad sencilla y humilde del escritor, según cuenta su amigo el pintor Pep Marí, quien recuerda la ‘emboscada’ que le prepararon en el Institut d’Estudis Eivissencs el 10 de enero de 1983 cuando, con motivo de su 70 cumpleaños, le citaron para leer y corregir unos originales de la revista que, curiosamente, versaban todos sobre su figura. Villangómez, extrañado, no se dio cuenta hasta entonces de que sus amigos y compañeros le estaban haciendo un homenaje.

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