Catalán de nacimiento, ibicenco de adopción, Óscar Molina está considerado uno de los mejores chefs de España y por ello ha sido galardonado con diferentes premios, entre ellos el prestigioso Premio VII Nacional de Gastronomía (FACYE) en 2004. Lleva desde los inicios a cargo de la cocina de Ibiza Gran Hotel, un puesto que desafía su espíritu creativo al precisar una constante evolución a la vez que le enriquece gracias al equipo de más de 50 cocineros que le acompaña. En estos días ha sido protagonista por Japeruvian Cuisine, su nueva apuesta en La Gaia. Una propuesta que fusiona lo mejor de las gastronomías japonesa y peruana con toques de autor. Una presentación que sedujo de modo extraordinario el paladar de todos los invitados, sin distinción.
Un humilde enamorado de los fogones, orgulloso de sus logros y a quien le gustan las cosas bien hechas, donde haya corazón y espíritu, «que es al final lo que se transmite».
—Su padre es cocinero, ¿fue él quien le inculcó la afición por la gastronomía?
—Para nada. A mí no me gustaba estudiar y mi padre me metió en la cocina para que hiciera algo, pero no quería que fuera cocinero, así que me puso a fregar ollas con la idea de que no lo soportara y volviera a estudiar o hiciera cualquier otra cosa. Me hacía la vida imposible, quemándome las cacerolas y demás. Pero consiguió todo lo contrario. Cada vez me llamó más la atención la cocina y luego tuve la oportunidad de empezar a formarme.
—¿Cómo llegó a su puesto de chef ejecutivo de Ibiza Gran Hotel?
—Fue una apuesta gastronómica. Si hay algo que pueda caracterizarme es el espíritu de superación. Me gustan las apuestas mayores, donde tenga más posibilidades para expresarme y hacer lo que me gusta. El director contactó conmigo y el proyecto me gustó. Es muy importante creer en el proyecto, en lo que uno está haciendo.
—¿Cuál ha sido su mayor logro en el cargo?
—La consolidación del buffet de desayuno. Intentamos mejorarlo y nos está costando porque realmente es muy bueno, aunque cada año lo conseguimos. No vemos nada que se pueda comparar a lo que nosotros hacemos ni en hoteles de islas ni de la Península, aún así lo conseguimos.
—¿Y la mayor dificultad?
—Lo más difícil es la estabilidad del personal. El tema del alojamiento en la isla no ayuda a los negocios a prosperar y no es algo que viva yo, sino que lo vivimos todos los que trabajamos la temporada. Yo tengo un equipo de 51 cocineros, algunos son de la isla, pero otros tantos no. Viven dificultades que nos transmiten a nosotros y me parece algo vergonzoso el hecho de que se esté dando el caso de ‘camas calientes'. Y eso está pasando en la isla porque yo conozco a gente que vive así. Es muy lamentable todo este asunto, si no hay un cambio, las cosas irán mal, no pueden ir bien de seguir así.
—¿Qué le parecen los productos de la isla para cocinar?
—Hay cosas que son muy buenas y otras que se podrían mejorar, sin entrar en detalles.
—¿Cuál sería su preferido?
—Creo que tenemos mucha suerte con el tema del pescado en estas costas, es un lujo. La lástima es que no llegue para todos y que tengamos que recurrir a otros mercados porque aquí no hay suficiente.
Por otra parte, la particularidad que nos da estar en una isla hace que las frutas y vegetales tengan unos sabores espectaculares. Yo no creo haber probado un sabor igual al de la sandía de Eivissa. Me parece bestial, pero es que el melón, según en que zonas, es igual. Aunque también echamos de menos una mayor producción.
—¿Qué le parece el aceite de Eivissa?
—Los aceites hay que interpretarlos, igual que el vino. No todo el aceite vale para todo, eso deberíamos de cambiarlo en casa. El aceite de aquí está bien, tiene unas connotaciones fuertes, pero no vale para todo. A mí me gusta en crudo, o en algún tipo de ensalada. Donde se quiera realzar el sabor del aceite.
—¿Cuál es la mejor cocina del mundo?
—A mí me gustan las cosas bien hechas o donde haya corazón, espíritu que es lo que al final se transmite. Yo admiro mucho a los cocineros que se reinventan con presupuestos muy justos.