Dignidad, esperanza, miradas de amor y normalidad es lo que falta en Ritsona» esa es una de las conclusiones que se ha traído del campo de refugiados de Ritsona (Grecia) donde ha estado realizando labores humanitarias como voluntaria independiente la ibicenca Lucia Ortin. Iba para una estancia prevista de dos semanas, que finalmente decidió alargar hasta tres.
Ortin considera que, quizás por el hecho de ser voluntaria independiente ha podido saltarse muchas de las normas que implantaban las ONGs con ánimo de organizar la situación del mejor modo posible, y de este modo se han podido llevar a algunos refugiados a cenar pizza a la playa, al hospital si estaban enfermos, a pasar una noche fuera del campo o simplemente a disfrutar de un buen baño y dormir en una cama en la habitación que ella alquiló durante su estancia.
«Creando un cuento dentro de una realidad horrible. Algo parecido a la ficción de la película La vida es bella», así afirmó sentirse Lucía Ortin en algunos momentos de su estancia como voluntaria.
Esta ibicenca habla de un impactante lugar llamado Ritsona ubicado en una explanada en el campo, habilitada para la ocasión, poblada de tiendas de campaña a modo de viviendas y que las serpientes no han querido abandonar por lo que cohabitan con los refugiados. Ellos, las tratan de evitar levantando con palés las camas de los niños. Sin agua suficiente para que todos se duchen, con lo que sólo lo hacen los niños, las mujeres de vez en cuando y los hombres apenas. Donde la comida es escasa y poco equilibrada, allí abundan las patatas y la pasta hasta el punto que los refugiados llevaron a cabo una huelga de hambre para solicitar algún alimento más nutritivo o variado. Donde no hay electricidad, no hay asistencia sanitaria, ni apoyo psicológico ni jurídico para unas personas que han sufrido y siguen sufriendo tanto. Un espacio desorganizado, donde Europa envía ropa o enseres, en ocasiones ya inservibles, que tardan mucho a llegar a las manos de los refugiados por esa fundamental tarea de orden y organización en la entrega.
Una abrumadora realidad que lleva a los refugiados a preguntarle constantemente a los voluntarios «¿por qué estamos aquí?» y «¿hasta cuando nos tendrán en Ritsona?». Un campo que contaba con cerca de 900 personas cuando Lucia Ortin llegó y cuando se fue eran unas 650, pues escapan todos los que pueden buscando una vida mejor.
Por todo ello, esta voluntaria señala la realidad tan distinta que existía en Ritsona entre la vida de los refugiados y la de los voluntarios. Algo que construía un muro invisible pero espeso entre unos y otros y Ortin tuvo la necesidad de romper para poder compartir, al nivel más alto, la gran y traumática injusticia que están viviendo.
El destino de los fondos
En cuanto al dinero recaudado, Lucía Ortin explica la grandísima dificultad que les acompañaba al tener que decidir qué darle a unas personas que no tienen absolutamente nada, cómo elegir qué es lo que les puede ayudar más. Sin embargo y finalmente decidieron entre varias partidas, una destinada a instrumentos musicales con los que observaron que las comunidades resolvían conflictos y conseguían expresar su situación en conjunto, además de enfocarse hacia diferentes proyectos como clases o conciertos. Por otra parte, comenzaron una iniciativa que denominaron XXX. Se trataba de crear un espacio para cuidar a las mujeres de la comunidad que suelen ser las que soportan gran parte de la difícil realidad existente. Para ello, organizaron tiempos donde reunirlas y darles masajes faciales con aceites naturales y, en definitiva, atenderlas y cuidarlas para que se sintieran bien. «Probablemente fue el trabajo que me hizo más feliz realizar allí, pues estaba llevando a cabo el objetivo por el que había ido a Ritsona, estaba dando amor». De ahí, decidieron crear otra partida económica para proveer de material de peluquería y estética a dos refugiadas que eran profesionales en la materia para que de este modo las mujeres tuvieran un espacio donde cuidarse, encontrarse, reír y llorar juntas su situación. Y fortalecerse ellas mismas y sus familias para afrontar mejor su día a día.
Y finalmente, como despedida, decidieron comprar verduras, algo que escasea en el campo para agasajar a los refugiados con una cena. Compraron cerca de 500 kg. de verdura que apenas dio para tres platos de ensalada por tienda en la que dormían unas 8 personas. Sin embargo, el agradecimiento fue máximo.
Entre las historias, esta voluntaria se trae en la maleta la de dos niñas pequeñas de 3 y 5 años que habían visto morir a su madre en un bombardeo, pero que sin embargo la seguían esperándola y buscándola en cada mujer que encontraban a su paso.
Para Lucía Ortin, lo mejor de esta experiencia han sido «las miradas, los abrazos y los llantos» durante los que decidió pedirle perdón a los refugiados por la gran vergüenza que le produce la actitud que está tomando Europa frente a esta situación. Y lo peor: la rabia, frustración y desesperación al pensar que «nada de lo que hagas servirá ni cambiará nada. Que formas parte de lo que ha diseñado Europa al ubicarlos en un campo de refugiados en Grecia, donde está previsto que un indeterminado número de voluntarios vaya hasta allí para ayudarles y de este modo funcionen. «La esperanza y la desesperación pasean juntos pasean juntos de la mano por el campo de Ritsona», oyó decir a su compañera Ortin que afirma que viene «con el corazón lleno de amor y con la idea de volver en cuanto sea posible».