Tú no me conoces y puede que me mires con desdén. Cuando tenía tu edad también cantaba con mis amigas en la playa, hacía carreras corriendo hasta la orilla y dormía largas siestas al sol para coger fuerzas tras noches eternas y mágicas. Tú, chico de la camiseta carne, metáfora de tu look «piscinero» que luces sin pudor por la calle, cruzas lanzado la carretera dando por hecho los cinco sentidos del conductor para esquivarte, bebes alcohol «a morro», manchando la vía pública sin decoro y gritas hasta hinchar las venas de una garganta rota, insultándome si te amonesto por no hacer lo correcto. Tú que te sientes poderoso, superior y por encima de la educación, no me conoces, pero yo también tuve 20 años y te aseguro que nunca actué con tan poca coherencia y valores.
Tú, chico sin camiseta, te peleas con el conductor del autobús o del taxi que te señala la pegatina donde tu «estilismo» no está permitido, chillas al vecino que te ruega que bajes la música de madrugada y tocas el culo a las chicas que pasan por tu lado. Tú, chico de la camiseta carne, deberías sonrojarte, y no solo por tu piel quemada por un sol al que ni siquiera tienes respeto, sino por confundir tus vacaciones con un «todo sirve».
En Ibiza, y en España en general, somos abiertos, divertidos, permisivos y gozamos de un clima que invita a olvidar la rigidez del día a día y comportarnos con una libertad que no se respira en otros lugares. Por esa razón sufrimos a personas como tú, que hacen fuera de casa lo que nunca harían en la suya propia, escudándonos en que vivimos del turismo y que eres preciso para que la gallina de los huevos de oro siga poniendo lingotes cada mañana.
Lo cierto es que, chico de la camiseta carne, yo no te necesito. No me gusta que alquiles por un precio abusivo la puerta de al lado de mi casa, impidiendo que tenga vecinos «normales» todo el año, y que me impidas descansar como merezco. No gano nada con tu presencia y pierdo mucho.
No necesito a un energúmeno que llame a mi timbre a las 4,00 de la mañana porque se ha olvidado las llaves, sus amigos borrachos como él no le abren, y decide tocar todos los telefonillos para probar suerte. No me interesan en absoluto tus pies mojados ensuciando mi portal, ni tus colillas de cigarro tiradas en el ascensor y mucho menos tus saltos, cabriolas y otras chorradas en la terraza colindante. Me das tanta pereza y tanta vergüenza ajena que me siento la protagonista del nuevo anuncio de Ikea al más puro estilo «vecina-señora qué». Al mirarte solo busco algo que me haga recordar que tienes unos padres, tal vez una pareja, y un profesor que no te han enseñado ni inspirado estos comportamientos.
¿Quién nos ha dicho que tenemos que apechugar con gente como tú y que debemos hacer la vista gorda? Tal vez para algunas discotecas tu presencia sin camiseta, luciendo un cuerpo que, desde el cariño, no es nada especial ni interesante, sea beneficiosa, pero dudo que la mayoría de hoteles “anti todo incluido”, restaurantes, comercios y otros servicios de los que haces uso y abuso, sueñen contigo cada noche.
No me hagas sentir mayor, ni «pureta», y mucho menos invisible, por no consentir que empujes, mojes y asustes a esa mujer que intenta disfrutar de un baño en una playa que es de todos, por pitarte por conducir como un loco poniendo tu vida y la nuestra en peligro, o por llamar a tu puerta con el cabreo y la indignación puestos cada noche. A mí me gusta la gente que se viste el cuerpo y el alma y que para divertirse no amenaza el descanso de los demás. Ni yo soy una aburrida ni tú eres divertido.
Tú, chico de la camiseta carne, no te pareces en nada a la chica del bikini verde, esa, que está tomando el sol incómoda a nuestro lado, y a la que gente como tú insulta por sus curvas y hace sentir insegura y pequeña.
Sería precioso que te calzaras una camisa, la mirases a los ojos y le dijeses que los 20 años son la edad más bonita del mundo para aprender, crecer, experimentar y viajar. Me encantaría que ella se sacudiese los complejos de la mano de un joven que supiese disfrutar y beberse la vida sin aditivos de por medio, sintiéndose un superhéroe únicamente por la fuerza de su juventud, voluntad y felicidad.
A ambos me gustaría deciros que los años pasan muy deprisa y que es importante que apreciéis cada sorpresa y cada primera vez de las cosas pequeñas con una sonrisa, porque dentro de una década, o de dos, los miedos y los problemas del mundo real no os permitirán vivir bajo el amparo de días siempre soleados.
Todos hemos sido jóvenes, muchos seguimos sintiendo el aroma y el latido de nuestro «yo» de entonces, y os aseguramos que nuestra isla tiene mil razones para que no olvidéis nunca este viaje, aunque para eso son precisas tres cosas: el equilibrio necesario para no cruzar la línea que os separa, una buena camiseta y estar sobrios para recordarlo siempre.