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Sardinas Negras - Joan Marí, ‘Juanito de Las Dalias’, dueño de Las Dalias

«Casi todo lo que he aprendido me lo ha enseñado la vida, la más cara y mejor universidad que hay»

Joan Marí, conocido popularmente como Juanito de Las Dalias. Foto: ARGUIÑE ESCANDÓN

| Eivissa |

En camiseta azul, bermudas naranjas, cómodas chanclas, amplia sonrisa y una cara en la que se pueden ver los estragos de la temporada estival. Así se presenta Joan Marí, Juanito de Las Dalias, nuestro aspirante a Sardina Negra de esta semana a su cita con nosotros. No en vano, el dueño de uno de los mercadillos hippies más importantes del mundo vive actualmente en plena temporada alta y eso, en Eivissa, se nota.

Aún así, este hombre nacido en Sant Carles hace 55 años y que estudió en el Seminario de Vila mientras disfrutaba de su infancia en el bar creado por su padre, Juan Marí Juan, en 1954, olvida todo eso durante más de una hora y además de una magnífica entrevista donde nos desgrana decenas de anécdotas y recuerdos sobre su vida nos regala un viaje gratuito por los lugares menos conocidos de Las Dalias. Un recorrido en el que conocemos, por ejemplo, un pequeño almacén donde se concentran decenas de carteles con los grupos que han tocado en el mercadillo desde que cogió la riendas en 1984, muebles y herramientas tradicionales ibicencas de la época en la que su padre era carpintero y donde, entre otras cosas, destaca un piano que puede que tenga más de un siglo de vida. Un piano, que después de abrirlo y quitarle el polvo, sirve para que Juanito de Las Dalias regale al objetivo de nuestra fotógrafa Arguiñe Escandón unas imágenes inolvidables. Pero no son las únicas ya que nuestro protagonista demostró ser uno de los Sardinas Negras más divertidos que han pasado por la sección.

—Tiene cara de cansado. ¿Se nota la temporada?

Pues sí. Estamos en verano y esto hablando de Las Dalias, es sinónimo de mucho trabajo para luego poder vivir dignamente todo el año. Sin embargo yo, desde hace tiempo y si puedo permitírmelo me escapo unos días de vacaciones para desconectar aprovechando que estoy rodeado de un equipo increíble.

—¿Sí? ¿Dónde se irá si no es mucha indiscreción?

—Claro que no. Me voy a Islandia. Teníamos muchas ganas de hacer este viaje y por fin lo hemos logrado.

—¿Será capaz de desconectar? Me han dicho que Las Dalias es su vida...

—(risas). Pues sí. Paso muchas horas aquí durante el año pero es importante coger distancia. Y si le digo la verdad a veces me cansa hablar siempre de lo mismo durante las entrevistas (risas).

—Es lo malo de que su nombre vaya asociado a un lugar tan importante. ¿Cree que siempre será Juanito de Las Dalias?

—La verdad que sí. Sin embargo yo soy un hombre cualquiera, de 55 años, nacido en Sant Carles dentro de una familia tradicional ibicenca, con un padre que era agricultor y carpintero y que luego se atrevió a montar un bar en el año 1954. Un bar en el que me escondía, detrás de la barra, cuando había tormenta y al que veníamos todos los niños para ver Tarzán en la única televisión de la zona. Eran tiempos en los que la electricidad llegaba a través de un motor que aún guardo y en los que la televisión sólo emitía una hora al día.

—¿Es cierto que estudió en el Seminario de Vila?

—Sí. De hecho si no hubiera sido porque vamos muy agobiados me hubiera encantado citaros allí.

—¿Tan importante fue para usted?

—Fue una etapa muy importante y muy bonita de mi vida. Entré con diez años porque insistió mi madre y luego permanecí ocho años, hasta que terminé COU, y no puedo estarle más agradecido de que insistiera. Conocí a gente maravillosa con la que sigo teniendo una gran relación, tanto de alumnos como de profesores. Y es que, por ejemplo, a mi me dio clase Vicente Colomar, Pins, el mítico cura de Sant Antoni. Además, como pasábamos allí de lunes a viernes aprendí a saberme administrar las 25 pesetas que me daban para toda la semana y para hacerme un hombre ante las novatadas. (risas)

—Escuchándole contar esto y cómo creció en el bar parece difícil encontrar alguien mejor para heredar este negocio familiar...

—Seguramente los habría mejores porque yo, por avatares de la vida, me hice cargo del negocio con 23 años y sin tener mucha idea de cómo sacarlo adelante. Fue al regresar del Servicio Militar Obligatorio que hice en San Sebastián, y le puedo asegurar que aquel primer año fue nefasto. Lo pasé tan mal que pasé semanas enteras sin poder dormir.

—¿Eso le ha hecho forjar su carácter?. Quien le conoce dice que es usted serio pero cercano. ¿Es así?

—(risas). Bueno serio porque soy ibicenco y ese es un poco el carácter de los isleños. Y si, creo que soy accesible porque es lo que he mamado desde pequeño al criarme en el entorno de Las Dalias, donde trabajado toda la familia.

—Pero no debe ser fácil con todos los puestos que tiene, la gente que trabaja aquí y todo lo que mueve el mercadillo.

—(risas). ¿Por qué no? Al final somos una gran familia de 400 puestos y 70 empleados. Y si entre nosotros no nos llevamos bien no veo manera de funcionar. Yo siempre he sido un libro abierto, para lo bueno y para lo malo.

—¿Cuando cogió el negocio se imaginaba llegar a lo que es ahora?

—Ni hablar. Ni yo ni nadie. Y el que diga lo contrario miente. Hemos crecido mucho pero no todo ha sido de color de rosa. Hemos vivido muchos sinsabores y hemos pasado por momentos muy difíciles que estuvieron a punto de obligarnos a cerrar como otros muchos negocios ibicencos. Pero como siempre digo, de todo lo que tienes a tu alrededor se aprende. Y mas si se tiene la suerte de conocer tanta gente como yo.

—Me imagino que se podría aburrir de contar anécdotas...

—(risas) La verdad que sí. Por aquí ha pasado tanta gente que no se lo creería. Aún recuerdo a Elmyr de Hory sentado en la chimenea haciendo sus cábalas, a Ron Wood de los Rolling Stones paseando por los puestos o como Javier Vargas pasaba su gorrilla después de actuar y antes de convertirse en famoso. Incluso, Nina Hagen interpretó el día de mi boda el Ave María de Haydn y con Los Rebeldes, nos fuimos de pesca y luego nos comimos un bullit de peix con lo que habíamos conseguido. Una pasada.

—¿No tiene fotos? Ahora hubiera sido súper popular con el Facebook, el Instagram o el Twitter...

—(risas) Pues sí, pero no tengo ninguna. Al final lo tengo todo en mi cabeza. Son mis recuerdos.

—Según ha ido creciendo el mercadillo, ¿no se han planteado hacer una carretera alternativa?

—De política y eso mejor no hablar.

—(risas) De acuerdo, cambiemos de tema. Me han dicho que usted es bastante futbolero.

—Más bien soy deportista en el más amplio sentido de la palabra. Sobre todo me encantaba hacer atletismo. De hecho pedí hacer el Servicio Militar en San Sebastián para poder disfrutar del club Anoeta, y figúrate, me lo dieron sin problemas porque eran tiempos en los que, con el tema de ETA, no quería ir nadie.

—¿Era runner antes de que existieran los runners?

—(risas). Bueno no se me daba mal. Éramos unos cuantos amigos míos los que nos gustaba correr pero como no había pistas nos calzábamos las zapatillas y corríamos por los caminos y los campos. Imagínate, como siempre salía a la misma hora y por el mismo sitio siempre me encontraba al mismo payés con su tractor hasta que un día me dijo: «Escucha Dalias, si tu padre te diera una azada no tendrías tanto tiempo para ir corriendo como un loco». (risas)

—¿Y ahora? ¿Sigue corriendo?

—La verdad que no. Tengo muchos problemas en las rodillas porque entre el atletismo y la grava de Las Dalias tengo los cartílagos más pulidos que un papel de fumar. Eso sí, lo he cambiado por hacer el Camino de Santiago. Soy un auténtico fanático y lo he hecho cinco veces. La primera hace trece años, al año de nacer mi primer hijo y salimos desde Roncesvalles. La segunda fue la Ruta de la Plata, saliendo desde Cáceres, la tercera el Camino del Norte desde Hendaya, la cuarta el Camino Inglés desde Ribadeo, y la última el Camino Portugués, saliendo desde Lisboa. El camino es una forma increíble de conocer el mundo a pie y meditar, porque acabas pensando hasta en el día que naciste. Y yo, a pesar de mis rodillas, quiero volver.

—Y ya la última. ¿No cree que estamos saturados de mercadillos?

—Por supuesto. No puede ser que en cada rincón de la isla haya uno. Y lo peor de todo es quererlos vender como hippies cuando no lo son. Un mercadillo hippy tiene que ser como el guissat de peix, hay que seguir unas normas claras para que salga bien. Y si no lo hacemos, al final acabaremos por destrozar el negocio y a los artesanos, ya que los turistas se acabarán aburriendo.

PEQUEÑA BIOGRAFÍA

Joan Marí, conocido como Juanito de Las Dalias, nació en Sant Carles el 29 de mayo de 1961.

Estudió durante ocho años en el Seminario de Eivissa y cuando terminó hizo el Servicio Militar Obligatorio como voluntario en San Sebastián para poder entrenar y competir con el club de atletismo Anoeta.

A su regreso, en 1984 y con 23 años, heredó el negocio del bar que había creado su padre, Juan Marí Juan en 1954. Inmediatamente estableció contacto con los recién creados Estudios Mediterráneos gracias a lo cual ofrecieron conciertos en Las Dalias grupos como UB40, Stan Webb, Nina Hagen, Banzai, Barón Rojo, Gato Pérez, Medina Azahara, La Frontera o Los Rebeldes.

En 1985 el mercadillo comenzó con 5 puestos y actualmente tiene unos 400 recibiendo hasta 20.000 visitantes en los sábados más fuertes de agosto. Además, en los últimos años han creado nuevos eventos e incluso un nuevo Mercadillo nocturno.

LA PREGUNTA

-Su padre, fundador del bar original en 1954 sigue viniendo por aquí. Es un lujo verle sentado, hablando con todo el mundo…

-(risas) Sí, aquí sigue, inasequible al desaliento y desafiando a los años que le van dando algún que otro achaque. Incluso hasta hace poco cuidaba las plantas que hay a la entrada del bar. Es como el guardián de todo esto. Una señal de que hay que cuidar a nuestros mayores y de que las tradiciones ibicencas no se pueden perder.

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