Serafín Grivé, concejal del Partido Popular en Sant Josep es uno de los mayores coleccionistas de molinillos de café en toda España y posiblemente en el mundo. En su vivienda de sa Carroca tiene una pequeña habitación en la que guarda, perfectamente ordenados y colocados, un total de 1.230 de mano, de pared o de tolva y de todas las épocas y países. Los hay alemanes, ingleses, italianos, franceses, norteamericanos, belgas, turcos, griegos, albanos e, incluso, algún español. Un auténtico museo en apenas 50 metros cuadrados.
Según explicó a este periódico su afición comenzó en 1973 cuando haciendo el Servicio Militar Obligatorio en la Academia General del Aire de Murcia pasó por delante del escaparate de un anticuario. En él vio un molinillo que le recordó al que empleaba su madre para moler el café que luego echaba en la olla para hervirlo dado que antiguamente no había cafeteras. Lo compró y desde entonces no ha parado de ir ampliando su impresionante colección que, visto lo visto, le obligará en breve a tener que ampliar esta sala.
No en vano en estas estanterías se puede encontrar prácticamente cualquier molinillo que se ha fabricado en el mundo desde finales del siglo XIX – el más antiguo en su poder es uno de la marca Peugeot de 1890 – hasta la década de los ochenta cuando cayeron en desuso. Gracias a su amplio trabajo de investigación a través de internet, contactos con anticuarios, búsquedas en mercadillos de todo el mundo, amigos que en sus viajes se acuerdan de él e incluso tiendas que acaban de cerrar y no saben que hacer con los molinillos, Grivé tiene auténticas joyas y de cada una se siente especialmente orgulloso. «Además del primero que compré, me sería muy complicado quedarme con alguno en particular porque, por ejemplo, aquí tengo unos molinillos ingleses que son preciosos y que me los vendió un importador en la India, cuando ésta era colonia británica, y allí unos belgas que son auténticas joyas artesanales, hechas por carpinteros en madera oscura y cobre, y de los que no hay ninguno igual», explicó con una gran sonrisa.
Además, destaca su amplia colección de molinillos Peugeot, «una marca fundada por tres hermanos y que antes de construir vehículos estuvo fabricando molinillos durante casi un siglo, hasta el año 1975»; los alemanes pintados de colores para usarlos como decoración; los donostiarras de Elma «y que durante mucho tiempo estuvieron en todas las casas españolas»; el molinillo industrial vasco que le costó en torno a 1.500 euros; o dos de gran tamaño. El primero de ellos es de Filadelfia, lo vio por internet en Mallorca, lo compró allí y lo mandó traer en un panel a pesar de que pesa más de 80 kilos. Y el segundo era de una tienda de colmados que había cerrado en A Coruña.
Incluso, tampoco faltan los turcos de cobre, sofisticada mecánica y muy difícil de limpiar por dentro y que, actualmente está fotografiando junto a su sobrina y fotógrafa Lourdes Grivé para el proyecto que tiene de realizar un libro con más de 1.200 molinillos perfectamente clasificados y ordenados.
Una pequeña sorpresa
Y entre todo ello, destaca un objeto que llama la atención. Se trata de una tostadora creada por herreros de mediados del siglo XX, usada en las casas señoriales de Eivissa y que «es una auténtica pieza de museo porque no queda prácticamente ninguna». Su método de empleo era relativamente sencillo aunque laborioso. «En la parte inferior se ponía carbón al rojo y luego el café se metía en un pequeño cilindro al que había que dar vueltas de forma ininterrumpida durante 20 minutos para que no se quemara y conseguir que fuera torrefacto para molerlo». Eso sí, según Grivé el resultado merecía la pena «puesto que el resultado, mezclado con agua, se podía emplear durante una semana».