La llegada al puerto de Vila desde Barcelona del recién elegido obispo de Ibiza Salvi Huix Miralpeix el 16 de mayo de 1926 fue un acontecimiento. Un mes antes, este sacerdote natural de la comarca de la Selva (Girona) había sido nombrado obispo en la catedral de Vic y no se imaginaba el caluroso recibimiento que le preparaban los ibicencos para celebrar que habían recuperado su propia diócesis.
Durante los siete años que estuvo al frente del Obispado, convocó el Sínodo diocesano del cual surgió el catecismo impreso en castellano y en ibicenco, creó tres nuevas parroquias, la de la Santa Creu, la de Sant Vicent Ferrer en sa Cala de Sant Vicent y la de la Mare de Déu del Carme en es Cubells, y fomentó la enseñanza religiosa en las escuelas de la isla durante los años de la II República.
Su suerte cambió cuando comenzó la Guerra Civil española. En 1935, Huix fue nombrado obispo de Lleida y el 20 de julio de 1936 se produjo un asalto al Palacio Episcopal del que consiguió salir ileso. Se refugió en casa de una familia vecina y, días después, huyó a casa de unos payeses. Cuando comprobó que la persecución hacia los clérigos aumentaba y que podía comprometer a la familia que le protegía, decidió presentarse en un control armado donde se identificó como obispo de Lleida y fue recluido en la cárcel de manera inmediata.
La Generalitat ordenó el traslado de algunos presos significativos de Lleida para que fueran juzgados en Barcelona, entre los que se encontraban el obispo y veinte presos seglares. En el camino de traslado, al pasar por delante del cementerio de Lleida, un grupo armado hizo bajar del tren a todos los presos. Cuando se apeó, el obispo Huix pronunció la frase «¡Ya estamos en Sants!», una expresión catalana que hace referencia a la estación de llegada a Barcelona y que, en sentido figurado, indica final de trayecto.
Era la madrugada del 5 de agosto, fiesta de la Virgen de las Nieves, patrona de Ibiza, y Salvi Huix sabía que su final había llegado. Junto al resto de presos fue conducido al cementerio para ser fusilado. El obispo pidió ser el último en morir para dar la absolución a sus compañeros. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común del camposanto de Lleida y las circunstancias de su muerte hicieron que el Papa Benedicto XVI promulgara en 2011 el decreto por el que se aprobaba su martirio y que finalmente fuera beatificado el 13 de octubre de 2013 en Tarragona junto a otros 521 mártires.
El largo camino hacia la independencia de la diócesis de Eivissa
El 30 de abril de 1782 el Papa Pío VI firmó la bula que permitió crear la diócesis de Ibiza, dependiente entonces del arzobispado de Tarragona. Un año después, el monje benedictino Manuel Abad y Lasierra era elegido el primer Obispo de la isla.
Por causas económicas, un concordato firmado entre la Santa Sede y el Gobierno español decidió en 1851 suprimir algunas diócesis españolas. La de Ibiza debía ser agregada a la de Mallorca aunque la oposición de sus obispos hizo que nunca se llegara a hacer efectiva.
La constancia de ibicencos y formenterenses dio sus frutos el 19 de julio de 1927, día en que la suprimida diócesis obtuvo el título de administración apostólica, con el obispo Huix como primer obispo administrador apostólico.
Fue el primer paso para conseguir su total restauración en 1950. Gracias a los esfuerzos del obispo Antonio Cardona, sucesor de Huix, se emprendió la restauración de la diócesis pleno iure por el Papa Pío XII. La diócesis de Ibiza fue asignada al arzobispado de Valencia.