Esta semana se han dado a conocer las conclusiones del Anuario del Turismo balear 2016. Por lo que respecta a Ibiza, los coautores del informe, un profesor y una investigadora de la universidad, defienden la industria del ocio en la isla por su «capacidad para atraer turistas» y porque permite aumentar la resistencia de la economía local en caso de crisis económica mundial.
Los expertos no ocultan en su informe los impactos negativos que generan las discotecas y beach clubs sobre los residentes situados cerca de los establecimientos, y citan los ruidos y luces que impiden el descanso de los vecinos; atascos de tráfico y problemas para aparcar; el consumo de drogas o clientes que continúan la fiesta en la calle como los principales inconvenientes que genera esta industria.
Sin embargo, el informe concluye que si Ibiza dejara de ser referente mundial en discotecas, perdería gran parte de la diferenciación y con ella las ventajas económicas implícitas.
El éxito internacional de Ibiza se basa en gran medida en su oferta de entretenimiento nocturno, pero también en la capacidad de acogida que tienen sus residentes y en el esfuerzo que llevan a cabo los trabajadores para mantener en pie los cimientos y el alma de la isla.
No todos disfrutan con este producto, eso resulta obvio, pero también es cierto que gracias a la reputación que se ha granjeado Ibiza, la oferta de ocio es realmente espectacular para una isla tan limitada geográficamente. Y no solo en lo que se refiere a la música electrónica o chunda chunda, como algunos le llaman. Cada vez se celebran más y mejores festivales que ofrecen distintos estilos musicales. Cada vez se implantan nuevas empresas de entretenimiento diurno. Todo esto está generando un interés inusitado por nuestra isla que está dando como resultado la tan ansiada desestacionalización. Y aunque voces críticas opinen lo contrario, también en verano se encuentran rincones en los que desconectar y aislarse de ese entorno tan nocivo que perciben.
La clave ahora reside en hacer cumplir las normas, en aumentar la seguridad y la capacidad sancionadora de nuestras instituciones paralimitar el impacto negativo que produce el sector. Pero no solo eso. Cuando consigamos mejorar los salarios; cuando recuperemos los derechosperdidos; cuando, en definitiva, logremos redistribuir mejor la riqueza que genera la isla, podremos decir entonces que vivimos en el paraíso.