José Remesal Rodríguez (Lora del Río, Sevilla, 1948) además de ser catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Barcelona, es uno de los grandes arqueólogos españoles siendo una autoridad mundial en el mundo romano. También se ha interesado por Ibiza. En 2013 publicó con José María Pérez Suñé 1.200 páginas dedicadas a la vida y obra del sacerdote asturiano Carlos Benito González de Posada (1745-1831) quien a finales del siglo XVIII fue canónigo magistral de la por entonces recién creada catedral de Ibiza. En aquel voluminoso y extraordinariamente bien documentado libro hay numerosas páginas dedicadas a la estancia y vericuetos de González Posada en la isla pitiusa.
Para hablar de todo eso quedamos con él en la sede de la Academia de la Historia en Madrid, institución de la que es académico de número. Paseamos por sus calles anejas mientras Remesal Rodríguez, muy amable y muy simpático, fuma pitillo tras pitillo y va desgranando para PERIÓDICO de IBIZA Y FORMENTERA con una erudición al alcance de muy pocos sus investigaciones sobre aquel ilustrado, amigo de Melchor Gaspar de Jovellanos, que estuvo en nuestra isla y que se creó más de un enemigo por intentar poner orden y concierto en la iglesia ebusitana.
—Usted, además de ser uno de los grandes especialistas en el mundo romano es uno es de esos contados arqueólogo a los que dejan excavar en Roma, ¿qué se siente hincando la picota en la misma Ciudad Eterna?
—Naturalmente es un privilegio excavar en Roma, sobre todo si consideramos que se trata del Monte Testaccio, una colina artificial compuesta por los restos de millones de ánforas que llegaron a Roma desde la Bética (Andalucía). En estas ánforas se conservan muchas inscripciones que permiten estudiar la historia económica de Roma.
—¿Fue la Ibiza púnica, con perdón le voy a decir ahora una vulgaridad, «un grano en el culo» de Roma?
—No, cuando Roma se impuso sobre Cartago a Ibiza no le quedó más remedio que acomodarse a los nuevos amos.
—Usted es una autoridad mundial en el comercio romano y sus redes en el Mare Nostrum. ¿Qué papel jugaba Ibiza en ese mosaico?
—Ibiza, como las otras islas baleares, formaba parte de una de las rutas entre Hispania e Italia, de ahí la importancia, en conjunto, de las Baleares.
—Hablando del canónigo González de Posada. ¿qué piezas de la arqueología ibicenca llamaron más su atención durante su estancia en Ibiza en el siglo XVIII?
—El asturiano Carlos Benito González de Posada llegó a Ibiza a principios de 1788 para ocupar la plaza de canónigo magistral de la recién creada catedral ibicenca. Siendo como era miembro de la Real Academia de la Historia, pronto se interesó por la Necrópolis de Puig dels Molins, el acueducto del Pla de la Tarongeta y las estatuas romanas que se colocaron en el portal de les Taules.
—Me da qué su interés por González Posada viene de su dedicación a la epigrafía, a la arqueología, a Tarraco, a las antigüedades. O sea, González Posada y usted tenían parecidos intereses culturales…
—Efectivamente, sí. En 1792, obtuvo otra canonjía en Tarragona, la antigua capital de la Hispania Citerior, en un momento en que renacía el interés político por las antigüedades. Con el respaldo de la Real Academia de la Historia, de la cual yo también soy actualmente académico de número, González de Posada actuó a modo de comisario para proteger el patrimonio arqueológico que se exhumaba en la ciudad, dedicando especial atención a la epigrafía monumental y a las marcas de ceramista sobre cerámica de mesa, de cuyas investigaciones fue pionero, como nuestro equipo CEIPAC lo es actualmente en epigrafía anfórica.
—La vida de González Posada es un continuo intentar trepar para conseguir un cargo con rentas, casi un sinvivir…
—Más por necesidad que codicia. En el siglo XVIII, los hijos segundones de la baja nobleza debían buscar su sustento cotidiano en la milicia, el funcionariado o en la carrera eclesiástica. González de Posada optó por la última tras una década dedicado a la enseñanza superior en los Reales Estudios de San Isidro, en Madrid. Para una persona culta, la Iglesia ofrecía muchas posibilidades de promoción, pero no era fácil, pues la mayoría de plazas se cubrían por concurso oposición, excepto la de obispo que lo era por decisión política.
—Jovellanos, Campomanes, el lobby asturiano de la Ilustración, lo apoyaron, pero no lo suficiente para que González Posada obtuviera su sueño, tener un buen cargo en su tierra, Asturias…
—González Posada supo ganarse la amistad de la mayoría de los asturianos influyentes de su época. Pedro Rodríguez de Campomanes le recomendó para sus primeros empleos en Madrid y la canonjía ibicenca, así como para su ingresó en la Real Academia de la Historia. Con Melchor Gaspar de Jovellanos mantuvo una amistad mucho más estrecha, incluso fue su confidente durante los años de cárcel en el castillo de Bellver y en el Palacio del Rey Sancho de Valldemossa hoy propiedad de Álvaro Bauzá de Mirabó Orlandis. Sin embargo jamás utilizó su poder gubernamental para favorecer las pretensiones de su amigo y conseguirle un destino en Asturias para trabajar conjuntamente en sus proyectos asturianistas.
—¿Tarragona e Ibiza son digamos dos destierros para González Posada?
—En modo alguno, le pasó lo que a muchos funcionarios civiles, militares o eclesiásticos, que tuvieron que dejar su tierra natal para ocupar sus respectivos destinos. Lo que sucede es que González de Posada trabajaba intensamente asuntos de temática asturiana, como la Biblioteca de Autores Asturianos, el Catálogo de Asturianos Ilustres o las Etimologías del Bable, de ahí su interés por residir en Asturias, donde le era más fácil encontrar información para sus estudios.
—¿Qué materiales de archivo se conservan en Ibiza del prócer asturiano?
—Sólo en el Archivo Histórico de la Pabordía de Ibiza se conserva documentación de su actividad eclesiástica, que fue corta en el tiempo pero muy intensa por asumir con todas sus repercusiones las funciones de obispo en sede vacante. Fuera de isla, en el Archivo de la Real Academia de la Historia de Madrid, se conserva una extensa e interesante disertación geográfico-histórico-arqueológica con el título de Descripción de la isla de Ibiza y Adiciones a la Relación de Ibiza, donde Posada deja constancia de su erudición
—¿Cómo fueron sus investigaciones sobre González de Posada en Ibiza?
—Fueron más bibliográficas que presenciales. El investigador francés Jorge Demerson en su día vació exhaustivamente los fondos documentales del Archivo Histórico de la Pabordía de Ibiza y publicó sus hallazgos. Cuando contactamos con el conservador de dicho archivo, se nos comunicó que estaban reorganizando sus fondos y no había accesible más que los documentos hallados por Demerson.
—Por lo visto, González Posada no hizo muchos amigos en Ibiza y enseguida le cogieron bastante tirria. Ponía multas porque no se seguía el protocolo a la hora de repicar las campanas por las distintas órdenes, se enfrentaba con los poderes fácticos de la Isla y ejercía con rigor sus atribuciones como magistral.
—Cuando González de Posada llegó a la isla, la diócesis ibicenca tan sólo contaba con un lustro de existencia, y el primer obispo todavía no había puesto en completo orden aquellas parroquias insulares. Como obispo en funciones en sede vacante, y titular de la canonjía de mayor importancia, no dudó en ejercer toda su autoridad, imponiendo orden y disciplina al clero rural y catedralicio, circunstancia que le acarreó enemistades, pero ello no le incomodó en absoluto. Lo primero era el deber y la disciplina eclesiástica a través de sus disposiciones y sanciones en caso de incumplimiento.
—Parece que no le faltaba ‘jeta' a nuestro ilustrado, pues cobraba de la catedral ibicenca pero pasaba largos períodos fuera de la Isla, ¿cómo se tomaron en Ibiza ese absentismo?
—Con la llegada del nuevo obispo de Ibiza, en agosto de 1789, González de Posada no fue incluido en su círculo de colaboradores y optó por solicitar licencia para pasar a la península con intención de proseguir sus estudios sobre temas asturianos y conseguir de Campomanes otra recomendación para no tener que regresar a la isla. Las prórrogas de licencia se sucedieron hasta 1792 que obtuvo una canonjía en Tarragona. Jamás regresó a Ibiza y un representante suyo negoció con el cabildo la liquidación de sus haberes.
—Cobraba Gonzáles Posada por su canonjía magistral 5.010 reales y 20 maravedíes de vellón, ¿eso era mucho o poco?
—A finales del siglo XVIII el sueldo de un canónigo magistral era equivalente al de un alto funcionario y le permitía vivir con dignidad. A título comparativo, un maestro de obras, que sería un arquitecto actual, cobraría unos 2.000 reales y un peón de campo unos 700 reales.
—¿Cuál eran sus funciones como magistral?
—Las principales obligaciones eclesiásticas de un canónigo magistral eran la redacción de sermones y la explicación de la Sagrada Escritura.
—¿En qué está usted trabajando ahora? ¿Tiene previsto en el futuro volver sobre temas históricos ibicencos?
—Fundamentalmente sigo trabajando sobre el estudio de la producción y comercio de alimentos en el mundo romano. Me interesa particularmente comprender la relación entre economía y política durante los tres primeros siglos de nuestra era. También estudiar las relaciones que tuvieron entre sí las diversas provincias del Imperio Romano. Ahora, junto con José Mª Pérez Suñé, hemos terminado un volumen sobre el sobrino de González de Posada, que fue un militar significado durante la primera mitad de siglo XIX.
—Vista la situación política y territorial del país, ¿cree usted que España está romanizada o todavía nos falta mucho que aprender de los romanos?
—Son dos preguntas distintas. Romanizados estamos porque nuestra cultura se basa, fundamentalmente, en el modo de pensar y hacer durante el imperio romano. Aprender de la historia, de los romanos o de otras culturas, es siempre necesario.
Canónigo, lingüista, historiador y poeta de nombre Posidonio.
Carlos Benito González Posada y Menéndez (Candás 1745-Tarragona 1831), fue nombrado el 29 de junio de 1787 canónigo magistral de la catedral de Ibiza por Carlos III. Sin embargo, para acceder al cargo tuvo que hacer un curso acelerado de Teología en la Universidad de Ávila para obtener el título de Doctor. Una vez aquí, con 42 años, ganó el puesto de vicario general capitular en sede vacante y gobernador de la diócesis de Ibiza un 13 de febrero de 1788. Sin embargo, debido a las intrigas de sus compañeros de curato o por las promovidas por miembros del cabildo, el 19 julio 1789 tuvo que marcharse de la Pitiusa mayor instalándose en Madrid donde disfrutaba de la protección de su paisano Pedro Rodríguez Campomanes, entonces presidente de las Cortes.