Diez y veinte de la mañana. Santa Eulària. Jesús Ángel Ramos, una vez más magnífico en su papel de Jesús, tras ser apresado en el Monte de los Olivos y ser juzgado y condenado, se acaba de caer al suelo debido al peso de la cruz en lo que significa la primera de las 14 estaciones del Vía Crucis Viviente. El cura de Santa Eulària, Vicente Ribas, recita unas palabras y por detrás, desesperados, los fotógrafos de los dos periódicos de la isla piden por favor a los fieles que se quiten del medio. Una vez tras otra, su afán por captar una imagen con sus teléfonos móviles de esta representación que anualmente lleva a cabo la Banda de Cornetas y Tambores de Santa Eulària, hace que se coloquen en medio dificultando el trabajo de los profesionales. Un problema que se multiplica en la Plaza de Lepanto, donde Jesús muere en la cruz y marcha hacia su entierro. Aquí, los problemas no son con los fotógrafos, sino entre el propio público. Ya saben, aquello de «antes estaba yo», «yo llevo media hora», «el niño no ve», «no se cuele»...
Este fue el único lunar de un Vía Crucis Viviente que desarrollan desde 1999 y cada vez con mayor acierto los actores aficionados de la Banda de Cornetas y Tambores de Santa Eulària. Este año participaron 38 personas, cinco más que en 2016, siendo muy difícil elegir uno por encima del resto. Si bien es cierto que el verdugo pone los pelos de punta azotando durante todo el recorrido y clavando en la cruz a Jesús, tampoco se quedan atrás los romanos, la Verónica y su pañuelo con la Santa Faz, las mujeres piadosas, Simón el Cireneo, que hace doblete en el papel de Judas, o la Virgen María, perfecta en el papel de mujer destrozada por la muerte de su hijo.
Por ello no es extraño que durante la representación se derrame más de una lagrimilla. «No se me asuste señora, que aunque crea que esto es duro aún queda lo más fuerte», tuvo que explicar en más de una ocasión y con una media sonrisa Andrés Ramos, presidente de la banda, a turistas a los que les dolía todo el cuerpo al ver el calvario de Jesús Ángel Ramos al cargar con una cruz que pesa algo más de 35 kilos durante casi dos horas. Y lo mismo el verdugo, que a una niña pequeña tuvo que pedirle entre susurros de cariño que no se preocupara, «porque todo es una obra de teatro, fuerte, pero una obra de teatro».
Gran realismo entre los actores
Estas explicaciones eran totalmente lógicas viendo que el joven protagonista, de 29 años y con doce representaciones a sus espaldas, se cae contra el duro asfalto en tres ocasiones, soporta el látigo del verdugo en su espalda durante todo el camino, y es crucificado en la cruz ante cientos de personas en la Plaza de Lepanto. Y todo con un realismo que impresiona. Tanto que cuando finalmente pronuncia «Señor, Dios, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» y fallece, tiene en su cuerpo algún moratón, las manos y los pies negros a pesar de hacer el camino con una viejas espardenyes y en su rostro se refleja el tremendo esfuerzo.
Una escena que una vez más es recogida por cientos de móviles. Eso sí, en este momento si hay un silencio y un respeto tremendo, sólo roto por exclamaciones de sobresalto, por una mujer que grita «¡¡os encanta ver el sufrimiento y no hacéis nada!!», otra que se arranca con una saeta y por la Agrupación Musical Nuestro Señor Cautivo, que pone el toque musical al Vía Crucis Viviente. Esto es casi el final, pero aún queda la gran sorpresa que muchos asistentes se pierden cuando deciden emprender el camino de vuelta satisfechos con lo que han visto. Jesús, en brazos de tres romanos, es conducido hasta el interior del Puig de Missa para ser enterrado y allí, ante el estupor general y en medio de unos sorprendentes efectos especiales, resucita. Un broche perfecto a una representación que cada año sube su nivel.