Pasaban unos quince minutos de las 11 de la mañana cuando Pep Marí, Pep de ses Roques, cruzaba el umbral de la entrada a la planta baja de los apartamentos ses Roques junto a sus hijos, amigos, abogados y dos vigilantes de seguridad. «¡Qué desastre!», espetó Pep al comprobar que las vidrieras hechas añicos eran la antesala del destrozo generalizado.
Lo que antaño era la cafetería del inmueble se había convertido en un gigantesco cajón de sastre, con los enseres amontonados en un lateral y una hilera de insalubres habitaciones en el otro. «¡Qué barbaridad! Aquí han hecho lo que les ha dado la gana y ahora toca seguir poniendo dinero. No es justo», lamentaba una y otra vez Pep, acompañado en todo momento por su amigo Ramón, quien hacía de avanzadilla en la revisión de las instalaciones, mientras los hijos iban tomando fotografías de todo lo que se encontraban a su paso.
El techo era un goteo constante por los efectos del agua acumulada durante horas en las plantas superiores. Los colchones se amontonaban en la hilera de habitaciones habilitadas en los últimos tiempos.
«Ya habéis visto cómo está. Tenemos que dar las gracias a todos los clientes que había», señalaba en tono irónico un apesadumbrado propietario del inmueble. «Mucho hablar pero al final han abierto todos los grifos y lo han dejado todo hecho un asco. Decían que el culpable era yo pero al final, nos lo dejan todo destrozado e inundado», lamentaba Pep. Durante la revisión de la parte exterior de la parcela Pep recibía la visita de una de las vecinas de la zona que se fundía en un abrazo al tiempo que le indicaba: «la pesadilla ya se ha acabado».
El caos que reinaba en la zona donde se ubicaba la antigua cafetería tenía continuidad en las plantas superiores.
Los reporteros gráficos acompañaban a la comitiva que iba tomando nota del estado en el que habían dejado los diferentes apartamentos dispuestos a cada lado de un pasillo de unos treinta metros de largo que todavía mantenía unos dos dedos de agua.
Los moradores habían dejado alimentos en algunas de las neveras pero también habían melones y sandías destrozadas por el suelo, fruto del impacto contra las paredes. «Dos años sin pagar y ya podéis ver cómo lo han dejado», indicaba uno de los hijos de Pep mientras tomaba fotografías. Sobre el piso lleno de agua se acumulaba toda clase de objetos abandonados. Alzando la mirada, se observaban las paredes que estaban repletas de pintadas, algunas realizadas con pinturas y otras con un bote de salsa de tomate que se extendía por una cama.
«Se cobraban entre ellos y ahora nos dejan esta calamidad», indicó Pep, quien hizo hincapié en que perseverarán en sus actuaciones contra el exadministrador, Antonio Borregón. «Presentaremos una querella contra este individuo», subrayó.
La comitiva estaba integrada también por dos vigilantes de seguridad que se encargarían de custodiar el inmueble durante las primeras horas del desalojo.
Recuperación del inmueble
«Ahora toca limpiarlo y restaurar los apartamentos turísticos. No está vendido y de momento no lo vamos a vender. Son habladurías. Tampoco vamos a tirarlo», resaltó Pep, quien añadió que «habrá que invertir entre medio millón y 600.000 euros», según una primera estimación de los daños.
«Cuando esta gente entró, los apartamentos estaban impecables y ahora están hechos un desastre. Toca pagar, pagar y pagar...», lamentó Pep, quien advirtió que a los gastos y desgaste emocional que ha supuesto la batalla judicial para recuperar su edificio ahora se suma el desembolso que tendrán que hacer frente para contratar seguridad durante las 24 horas del día, instalar un sistema de alarmas y vallar todo el recinto. «Hay que tapar todo para evitar cualquier disgusto», apostilló Pep Marí.
A una decena de metros de la entrada se mantenía Cinthia sentada junto a sus bártulos. «Estoy esperando a una furgoneta para llevármelos aunque no sabemos dónde ir», apuntó la última ocupante de ses Roques antes de su devolución a los legítimos propietarios.
El desalojo ejecutado ayer pone fin a un proceso que arrancó con el fallecimiento de la propietaria y que se ha prolongado judicialmente durante dos años.
LA NOTA
Asistencia de los Servicios Sociales de Santa Eulària
Hasta el escenario del desalojo se trasladaron dos técnicas de los servicios sociales del Ayuntamiento de Santa Eulària para atender a las posibles familias con menores que quedasen en el inmueble. Ayer por la mañana, en el entorno de los apartamentos solo quedaban María Pilar y Cinthia, que permanecieron en el lugar pero habían dejado a sus hijas en manos de algún familiar o amigo. Pilar explicó que su hija de 15 años está en casa de unos amigos en Sant Carles y añadía desconocer qué será de ella a partir de ahora. Idéntico panorama se le presentaba a su amiga Cinthia.