Con puntualidad británica, a las seis y media de la tarde, empezó ayer el tradicional desfile de carros que pone fin cada año a las fiestas de Cala Llonga en su día grande. Uno a uno fueron pasando los doce carros y un pony montado por la joven amazona Valentina por las calles más céntricas de la cala, entre tiendas de souvenirs y turistas que, aunque al principio miraban el desfile con indiferencia, acabaron entregándose a la exhibición de ball pagès que protagonizó la colla de l'Horta de Jesús.
Pedro Ferrer conduce su caballo y su carro en las fiestas de Cala Llonga desde el año 1978. Los galones que le proporcionan ser el más veterano de todos los que participan le permitieron encabezar un desfile de carros en el que, tradicionalmente, acudían los antiguos payeses venidos de de toda la isla aprovechando el día festivo de la Virgen de la Asunción para pasar un día de playa con la familia y sus carros junto a la playa y comer a la sombra de los pinos. «Los viejos ya no están y los jóvenes se cansan de participar en el desfile de carros, no les gusta quitar los excrementos de los caballos», contaba con sorna este vecino de Santa Eulària.
«Mientras nosotros podamos, la fiesta continuará». Es la opinión de Joan Ferrer, hermano de Pedro, que manejaba otro de los carros y que era más optimista acerca del futuro de la fiesta, encarnada en los jóvenes componentes de la colla de l'Horta cuyas mujeres se acomodaron en los carros con sus aparatosos vestidos tradicionales aguantando estoicamente el pegajoso calor que hizo durante toda la jornada.
Verónica Marí y Cati Torres, dos de las integrantes de esta colla que cada año participan en las fiestas de Cala Llonga, quitaban importancia a que no hubiera mucha gente contemplando la salida de los carros. «Estamos en plena temporada y mucha gente está trabajando. Además, coincide con las fiestas de ses Figueretes», señalaba Verónica.
Para Mariano Malacosta, otro de los participantes que condujo su carro hasta la playa, asistir el 15 de agosto a Cala Llonga es una tradición que se repite desde hace 35 años. «Me gustan mucho los caballos e invito cada año a los amigos. La esencia ahora es la misma aunque es verdad que hace años los turistas participaban más», afirmó.
Todo cambió cuando la colla pagesa desembarcó con los carros en el centro de Cala Llonga dispuesta a mostrar su arte a todo aquel que quisiera. «¿Qué es esto? ¿Una carrera de caballos?», decía un turista despistado. Mientras tanto, una familia de franceses se mostraban mejor informados que algunos de los visitantes españoles y explicaban que habían venido a propósito para ver el baile, que ya conocían de otras estancias anteriores en el municipio de Santa Eulària.
Finalmente, bastaron unos pocos minutos de música payesa a ritmo de tambor y flaüta y unas cuantas piruetas de los balladors para que el público asistente se agolpara a su alrededor y se rindiera a los encantos del espectáculo que acabó con fuertes aplausos.
Poco a poco, los turistas dejaron de lado el asombro inicial y fueron sacando sus móviles para inmortalizar el momento. A medida que se sucedían las ballades, el público se fue entregando cada vez más y acabó vitoreando el fin de cada actuación. Sin embargo, el momento más simpático se produjo cuando una de las payesas de la colla de l'Horta mostró los interminables rifacos que se superponían bajo su falda ante la mirada sorprendida de un público que, uno a uno, contaba en varios idiomas las diferentes capas hasta llegar a las doce.
El resultado fue evidente: las espardenyes de los payeses lograron seducir a un público mayoritariamente en bañador y chanclas, muchos de los cuales conocieron ayer una faceta de Ibiza que probablemente desconocían.