Antonia Guasch es la única centenaria del municipio de Sant Joan en la actualidad. Vive con su hija Antonia en la carretera que une esta población y Sant Miquel. Hoy celebra su 101 aniversario con su familia y su nieta, que también se llama Antonia. De hecho, la centenaria tiene dos hijas, dos nietas y dos bisnietas. Una estirpe de mujeres que ha crecido en la Ibiza más profunda y auténtica. Es lo que caracteriza y ha caracterizado la vida de Antonia. Representa la figura de la mujer payesa a la perfección a través de una vida entre costuras y labranzas y, al mismo tiempo, la figura de una mujer fuerte que, tras perder tempranamente a su marido, tuvo que hacerse cargo de la economía familiar.
Su historia
Antonia nació un 28 de octubre de 1916 y vivió su infancia en Sant Miquel arropada por una familia de nueve hermanos, cinco varones y cuatro mujeres, de los cuales ella era la segunda más pequeña. La centenaria recuerda esa época como un momento de abundancia en el campo y en la que «aquí sobraba agua y la gente venía a buscarla a la huerta familiar». Entonces se dedicaban a los olivos, los higos, los animales de monta y labriego, así como a coser sus propios atavíos. Las únicas veces que salió de la isla fue para asistir a unas bodas en Palma.
Entonces eran los años 50, cuando todavía iba vestida de payesa, cosa que le encantaba, y un chico joven se le acercó y le dijo: «Señora, que esta ropa ya no se lleva». «Entonces [ríe], empecé a vestir de corto», recuerda con cariño.
Antonia se casó con 20 años en 1936. Eran los comienzos de la Guerra Civil, algo que recuerda como una época «del demonio» pero de la cual salieron adelante. Al cabo de poco tiempo su marido murió a los 32 años, ella tenía 28 y sus hijas 7 y 4 años. Al parecer su muerte se produjo por una embolia. «Entonces no había cura para nada de esto», se lamenta. Sin embargo, «éramos una colla de familia», ya que los parientes vivían juntos en la misma casa y la joven viuda recibió siempre el apoyo de todos sus miembros, relata la hija de Antonia, quien recuerda esta etapa como un momento muy duro para sus vidas. En la actualidad, la centenaria vive en la casa de su hija, donde se trasladó cuando tenía 77 años para que no estuviera sola.
Antonia cuenta cómo disfrutaba y vivía con alegría los momentos sencillos de la vida en el campo. Le gustaban las flores que colgaban del porche de su casa: «Me ponía a coser en el porche con una amiga y trabajábamos haciendo pañuelos mientras nos contábamos historias y reíamos». Y es que en esos tiempos se hacían sus propios vestidos.
De hecho, hacia los años 70 era su único medio de vida; coser y vender ropa payesa. «Al principio no me pagaban y pedí que lo hicieran por necesidad», apunta. Fue entonces cuando arrancó la fiebre del turismo y empezó a trabajar en los hoteles de Port de Sant Miquel, donde se ganaba un poco más. «Al Port de Sant Miquel fui unos años a trabajar en los hoteles Cartago y Galeón como limpiadora de habitaciones, entonces me quisieron en la lavandería porque lo entendía mejor». Al no haber ningún medio de transporte iba cada día a pie en un trayecto de una hora.
De aquella época, Antonia recuerda una anécdota sobre un hombre que, por lo visto, acosaba a una de sus compañeras de trabajo: «Entonces, mi compañera se asustó y fue a buscarme pensando que yo era la gobernanta, por lo que el hombre se asustó también y acabó pagándome dinero», cuenta con gracia Antonia ante las risas de sus espectadoras.
Luchadora
A Antonia le ha hecho falta genio para poder acarrear con las cargas familiares. «Hemos sido todo mujeres solas y teníamos animales de labrar jóvenes. Entonces a Vila se iba en carro y un día bien y otro mal; se pasaba la vida».
Después de un siglo de vida, Antonia no olvida lo importante porque, aunque no lo parezca, «la vida es larga y hay que pasarlo bien». De sus gustos y aficiones, siempre se ha decantado por la pureza de lo sencillo, «siempre me han gustado las flores y jugar a la manilla», el juego de cartas ibicenco al que juega para pasar el rato. También le gusta el buen comer, como la paella y el vino.
Su nieta asegura que el secreto de su lozanía proviene, no solo de su espíritu jovial, algo que se aprecia a simple vista, sino de su fortaleza física. Está en muy buena forma, nada le duele y por lo visto nunca ha estado constipada. Ahora va con andador porque hace poco se rompió la cadera. Los huesos están frágiles, algo propio de la edad, y como su nieta comenta «a estas edades primero se rompen la cadera y después caen». Sin embargo, la recuperación fue milagrosa: «La operaron un domingo y el jueves ya estaba recuperada», explica su nieta, que le rogó un día más de ingreso al doctor porque no podía creérselo.