Hoy me gustaría compartir una bella historia que es absolutamente real:
En Bangkok se encuentra el Templo de Wat Traimit, también llamado Templo del Buda de Oro. Allí descansa el buda de oro macizo más grande del mundo que mide 4,6 metros de alto y pesa 5 toneladas.
Al lado del buda, dentro de una vitrina, se encuentra un trozo de arcilla y una carta que cuenta la siguiente historia:
A principios de los años 1930, unos trabajos de acondicionamiento de las orillas del río Chao Phraya, cerca del barrio chino de Bangkok, requirieron la destrucción de un viejo templo abandonado que contenía una estatua de Buda en estuco dorado. Como era impensable destruir la estatua, a pesar de su aspecto poco atractivo, se decidió trasladarla al Wat Traimit, una pagoda de poca relevancia, como hay tantas en la ciudad, que estaba en el barrio chino. El templo no tenía edificio apto para almacenarla, y la estatua estuvo 20 años en el exterior, bajo un simple techo de chapa.
En 1957 un grupo de monjes de ese templo tuvieron que mover ese Buda hasta un nuevo local, ya que el monasterio iba a cambiar de sitio para dar lugar a la construcción de una súper-carretera que atravesaba Bangkok. Cuando la grúa comenzó a levantar al gigantesco ídolo, el peso era tan grande que se empezó a resquebrajar. Para empeorar las cosas, comenzó a llover. El jefe de los monjes, que era consciente del daño que podía sufrir el sagrado Buda, decidió bajar la estatua al suelo y cubrirla con una gran lona, a fin de protegerla de la lluvia.
Esa noche el monje fue a examinar al Buda. Introdujo una linterna debajo de la lona para ver si la estatua estaba seca. Cuando la luz llegó a las hendiduras de la arcilla, notó que de ellas salía un pequeño resplandor, y pensó que era extraño. Mirando más de cerca le dio la impresión de que había algo debajo de la arcilla.
Fue al monasterio en busca de un cincel y un martillo, y empezó a romper la capa de cerámica. A medida que sacaba fragmentos, el pequeño resplandor se hacía cada vez mayor y más brillante. Pasaron muchas horas de trabajo, antes de que el monje se encontrara cara a cara con el extraordinario Buda de Oro sólido.
Los historiadores creen que varios cientos de años antes del descubrimiento del monje, el ejército de Burma iba a invadir Tailandia (llamada entonces Siam). Los monjes siameses, dándose cuenta de que su país sería pronto atacado, cubrieron su precioso Buda de Oro con una capa exterior de arcilla, para impedir que los soldados de Burma tomaran su tesoro como botín. Desgraciadamente, parece que los soldados sacrificaron a todos los monjes siameses, y el bien mantenido secreto del Buda de Oro permaneció intacto hasta ese predestinado día de 1957.
¿Por qué he contado esta historia? Pues para aportar una reflexión que nos haga darnos cuenta de cómo actuamos normalmente en nuestro día a día.
Si nos paramos a pensar en ello, veremos que, en realidad, todos somos como ese Buda de arcilla, y estamos cubiertos con un caparazón de dureza fabricado por nuestros miedos, nuestra desconfianza, nuestras dudas, nuestras inseguridades, nuestro temor…
Y, sin embargo, debajo de todo eso, muy dentro de cada uno de nosotros, existe un “Buda de Oro” que es nuestro verdadero yo, la mejor versión de nosotros mismos.
Como el buda, nuestro caparazón exterior nos protege del mundo. Nos ocultamos detrás de esa máscara, escondiendo nuestros verdaderos tesoros, por miedo, desconfianza, rabia, recelo, envidia, dudas, rencor... Y nuestro verdadero tesoro, nuestro mejor yo, se esconde dentro y queda oculto a los ojos de todos.
Y debido a ello, nos escondemos, nos ocultamos, nos alejamos, nos protegemos exageradamente. Y, sí, seguro que así, será más difícil que nos hagan daño, que algo nos perjudique o nos afecte negativamente. Pero, también, debido a ese recelo, ese exceso de cautela, ese miedo, nos perdemos experimentar, aprender, crecer, vivir, ilusionarnos, equivocarnos, caernos y volvernos a levantar…
En definitiva, nos perdemos lo mejor de la vida, nos perdemos vivir realmente.
¿Qué puede pasar, si dejamos de ocultarnos y nos atrevemos a exponernos y a mostrarle al mundo la persona extraordinaria que en realidad somos?
¿Por qué no dejamos de interponer barreras y distancia entre nosotros y los demás y nos atrevemos, simplemente, a mostrarnos tal y como de verdad somos?
Desde aquí, me gustaría proponer que dejemos a un lado nuestras expectativas, nuestros miedos, nuestras desconfianzas, nuestros recelos, nuestras experiencias pasadas, y todo lo que no sea nuestro yo más profundo y esencial, y que nos atrevamos a sacar a la luz a nuestro Buda de Oro, aportando lo mejor de nosotros mismos a quienes nos rodean en cada momento.
Seguro que, con este cambio de actitud, nos sorprende muy gratamente todo lo que recibimos a cambio.