Hoy quiero hablar de una de las consideradas emociones básicas, la única catalogada como “positiva”. (Pongo las comillas porque, en mi opinión, clasificar las emociones en positivas o negativas, no es adecuado, ya que todas son importantes, todas tienen su función y todas nos ayudan).
Me refiero a la alegría, esa emoción producida normalmente por un suceso favorable que suele manifestarse con un buen estado de ánimo, la satisfacción y la tendencia a la risa o la sonrisa.
No está demasiado claro cuáles son las funciones de la alegría, y hay diferentes versiones, según el autor al que nos refiramos, pero, en general, parece que estaría demostrado que la alegría nos ayudaría a eliminar tensiones acumuladas, por ejemplo, después de sufrir mucho estrés, o algún revés que nos ha desestabilizado.
También, favorece las relaciones interpersonales y fomenta la diversión, ayudándonos mucho a suavizar las tensiones normales que se producen cuando nos relacionamos con los demás.
Cuando una persona siente alegría, también reduce las posibilidades de ser agresiva con otros, por lo que, en ese aspecto, su función sería, de una forma indirecta, de seguridad y protección hacia nosotros mismos, ya que, si no somos agresivos, es mucho más probable que otros tampoco lo sean con nosotros.
Pero, quizás lo más interesante de todo es que, a un nivel fisiológico y endocrino, sentir alegría produce modificaciones hormonales importantes en nuestro organismo. Aumenta la concentración de inmunoglobulina, reforzando nuestro sistema inmunológico. Y, algo muy importante: disminuye los niveles de cortisol y de adrenalina.
Es decir que, a nivel endocrino, produce efectos opuestos a los que se aprecian en las situaciones de estrés, por lo que, sería un recurso muy potente para combatirlo. Eso explicaría por qué nos sentimos tan bien y tan relajados después de reírnos a gusto.
Todos esos efectos de la alegría, indican que una persona que siente alegría en su vida, también estaría, no solo sintiéndose mejor, si no también, realmente, favoreciendo su salud y su bienestar.
Lo cierto es que la capacidad de sentir alegría está en nuestro ADN. Sin embargo, por determinadas circunstancias de la vida, a veces, podemos sentir que la hemos perdido y entramos en un estado de desesperanza, de insatisfacción y tristeza que nos hace sentir que ya no podemos recuperarla.
Quizás, el primer paso para recuperarla sería darnos cuenta de que, en realidad, nuestra alegría no depende de nuestras circunstancias externas, sino que vive en nuestro interior y es una capacidad que podemos “activar”, si así lo necesitamos.
Algunas propuestas para conseguirlo podrían ser:
Permitirnos sentir alegría, darnos permiso. A veces, por nuestras circunstancias, pensamos que sentirnos alegres no es adecuado y, de una manera inconsciente, la bloqueamos. Pero, si pensamos que conectar con esa alegría interna nos puede ayudar a superar la situación y a sentirnos mejor, tal vez, dejemos de sentirnos tan culpables por querer sentirla.
Vivir en el momento presente. Esta es, para mí, la clave más importante. Cuando sentimos que nuestra alegría no está, probablemente sea porque estamos sufriendo por cosas que ya pasaron o preocupándonos por cosas que aún no han sucedido. Pero, si conseguimos centrarnos en el ahora y permitirnos disfrutar de las pequeñas cosas de cada día, como si fuéramos niños, seguro que nos resulta más fácil sentir alegría. En ese sentido, la práctica del mindfulness sería el mejor recurso.
Hacer cosas que nos producen placer. No es necesario que sean grandes cosas, si no, como decía en el apartado anterior, pequeñas cosas simples y sencillas: comer una comida deliciosa, darnos un baño relajante, hacer una buena siesta, disfrutar de un paisaje maravilloso, escuchar nuestra canción favorita, dedicar un rato a nuestra afición favorita, salir a pasear, tomar un poco el sol, jugar, conectar con la sorpresa, con lo que nos ilusiona, con lo que nos apasiona…
Rodearnos de personas y estímulos positivos. Si estamos todo el día al lado de personas que solo nos cuentan penas, y estamos siendo continuamente bombardeados con malas noticias (por ejemplo, viendo las noticias de televisión), es mucho más difícil sentirnos alegres. Ser conscientes de ello y alejarnos de esos estímulos negativos, nos puede ayudar mucho a estar más predispuestos para la alegría.
Mover el cuerpo. A menudo, la falta de alegría se manifiesta en nuestro cuerpo. Nos sentimos bloqueados, tensos, agarrotados. Una buena sesión de deporte, o de baile, o una buena caminata, nos puede ayudar muchísimo a eliminar esas tensiones y a dejar más espacio para nuestra alegría.
Practicar la sonrisa. Cuando nada de todo lo anterior funciona, un buen recurso, aunque parezca un poco tonto, consiste en ponernos delante del espejo y esbozar una sonrisa. Al principio, seguramente, nos sentiremos un poco ridículos, (algo que, es probable que nos haga sonreír de verdad…). Pero, si persistimos, poco a poco, nuestra sonrisa será menos forzada y más auténtica. En la actualidad se sabe que, de la misma manera que, al sentirnos bien, sonreímos naturalmente, lo contrario, también funciona: es decir, que, si ponemos nuestra intención en sonreír, automáticamente, nos sentiremos también mejor.
Y tú, ¿pones alegría en tu vida?