Al pensar en arquitectura, la mayoría de personas piensan en la creación de nuevas infraestructuras y grandes edificios, sin contemplar la posibilidad de trabajar sobre lo que ya existe. Esto es un poco lo que le sucedió a Amelia Molina cuando estudiaba la carrera en la Escuela técnica Superior de Arquitectura de Valencia. Durante su formación, los estudios se centraban únicamente en la construcción de nuevas obras, pero una vez llegó a la Universidad de la Sapienza en Roma su «visión sobre la arquitectura, la manera de observar las cosas y el entorno cambió por completo». Amelia se adentró en el estudio de la rehabilitación de edificios antiguos y en ella creció un interés por lo antiguo que sigue intacto a día de hoy.
La experiencia de vivir rodeada de ruinas en una ciudad como Roma, le ha servido para « aprender a respetar el pasado y ponerlo a tono con las necesidades de hoy». Para conseguirlo, antes de comenzar con el trabajo de rehabilitación, asegura «tener en cuenta su carácter, aquello que transmite para conservarlo y complementarlo en el resultado final». A esto no hay que olvidar la opinión del cliente, pieza clave en el trabajo de Amelia. «A mi me gusta trabajar mano a mano con todos mis clientes, aprendo mucho de ellos. Soy una persona muy comprometida con el trabajo, les escucho e interiorizo, porque a fin de cuentas, yo soy quien traslada sus ideas a la acción y les guío conforme a lo que quieren».
La belleza de lo imperfecto
En el caso de la rehabilitación de Can Bassó, Amelia contó con el apoyo continuo de Francis Dimmers, hermano de Ann Dimmers la actual propietaria de la finca. «Francis ha sido una parte imprescindible de este proyecto, sin él esto no hubiese sido lo mismo. Él era como el jefe de obra y nos trasladó a todos su pasión y conocimiento por la arquitectura local así como su perfeccionismo y meticulosidad» afirmó Amelia.
Can Bassó es una casa payesa de 300 años de antigüedad ubicada en a pocos minutos de Santa Eulària que estaba en ruinas cuando la familia Dimmers la compró. Tras dos años de intenso trabajo, Can Bassó se ha restaurado por completo «con una convivencia armoniosa entre lo antiguo y lo contemporáneo» explicó la arquitecta.
La intención de todos desde el primer momento «era conservar aquello que caracterizaba y hacía única a esta casa». Para ello, utilizaron técnicas tradicionales como el revestimiento de los muros con mortero a la cal, se restauraron todas las puertas de madera de la casa y se hizo una investigación para la conservación y tratamiento de los techos, para el que emplearon vigas de sabina, «algunas de importación y otras procedentes de otras casas locales en ruinas» matizó Amelia. Asimismo, se ha mantenido la orientación de la casa y las entradas de luz en el techo y las pequeñas ventanas, algo que tanto Francis como Amelia destacaron en la entrega de premios de Arquitectura de Eivissa y Formentera, por su imperfección.
«Hay que tener en cuenta que la industrialización creó medidas estándar y exactas en el ámbito de la arquitectura, pero como tardó en llegar a Eivissa esto no afectó a las casas payesas. Aquí los payeses utilizaban sus propias manos y hacían las puertas y ventanas a ojo, por lo que los decimales y la imperfección están muy presentes en toda la casa» aclaró Amelia. Esta singularidad es lo que la filosofía japonesa denomina como «la belleza de lo imperfecto» y lo que hace que «uno quede embaucado por la arquitectura local, es lo que da personalidad y esencia a cada casa» concretó la entrevistada.
En la misma medida los Dimmers quisieron conservar el entorno natural y mediterráneo original de la finca. «Han preservado un olivo, una chumbera» que se complementan con los frutales «tan bien seleccionados por Francis y Ann» reiteró Amelia. En cambio en el diseño interior, hay un despliegue de contemporaneidad que convergen a la perfección con la tradicional arquitectura ibicenca de Can Bassó. El mobiliario de diseño de la marca Zanotta, la cocina de Bulthaup, los baños de Agape y la iluminación de Tom Dixon e Ingo Maurer.
Todo este trabajo en conjunto, demuestra ese respeto hacia lo antiguo del que hace mención Amelia. Un valor y forma de trabajo que se ha visto recompensado en la pasada edición de los premios de Arquitectura de la Demarcación de Eivissa y Formentera del COAIB. Amelia consiguió cuatro premios por la rehabilitación en Can Bassó: el premio a la intervención en edificios existentes, el premio de interiorismo en espacios efímeros y diseño, el premio de la academia, que compartió con el trabajo de Marià Castelló en la Torre des Pi des Català y el premio del voto popular. Toda una sorpresa tanto para Amelia como para Francis y el resto de la familia Dimmers, quienes la acompañaron durante la ceremonia. «Esperaba una pequeña mención, pero no ganar cuatro de los premios. Sabía que el trabajo estaba bien hecho, que todo mi equipo hizo una excelente labor y estos premios reconocen eso, el trabajo de todos, no sólo el mío como arquitecta» comentó Amelia.
Semanas después de la entrega de premios, Amelia nos confiesa estar más animada que nunca para seguir haciendo este tipo de trabajos, al ver que su trabajo sí que vale la pena. En este trabajo «tratar bien a los demás es fundamental. Actualmente, Amelia desarrolla su labor desde su propio estudio de arquitectura, AMOMA, y está trabajando en el levantamiento de cuatro nuevas casas y en la rehabilitación del carrer Soledat de Dalt Vila, aunque su intención es centrarse en un futuro exclusivamente a la rehabilitación de proyectos, ya que ella misma se defiende como «una protectora de la isla».