Lina toca al telefonillo y en seguida se abre una ventana en el segundo piso. «¡Miguel, soy yo! Cuidado que ahora tirara las llaves». Esto último se lo comunica a las personas que están en la acera. En seguida cae un estuche de piel, Lina lo abre y coge las llaves para acceder al domicilio de Miguel.
Esta es la rutina en las visitas a Miguel Darias, un cubano residente en la isla desde hace 36 años. Tiene movilidad reducida y cuenta con el servicio de ayuda a domicilio (SAD) que le ofrecen los Servicios Sociales del ayuntamiento de Ibiza desde hace 5 años. El servicio lleva funcionando más de una década en el municipio.
Se trata de una actividad que tiene por objetivo promocionar la autonomía personal de los usuarios, a través de visitas semanales de un trabajador social o familiar. Hay 127 usuarios en Ibiza, de los que 23 reciben el servicio por copago, lo cual les supone el pago de en torno a 3,50 euros la hora de asistencia. Los otros 104 lo reciben de forma gratuita a través de la subvención del ayuntamiento, que garantiza el servicio a cualquier ciudadano que lo necesite.
A este último grupo pertenece Miguel. Cobra una pensión de 350 euros. Con eso le da para pagar el alquiler de su casa. Las ayudas sociales son esenciales para este emigrante.
Miguel tiene 69 años. Sufrió la amputación de un dedo del pie por la diabetes, y desde entonces no puede caminar con normalidad. «Para desplazarme tengo que coger el andador, si no tuviera este servicio me costaría trabajo ir a la calle a comprar. ¿Quién me subiría la compra? ¿Quién me subiría el carro? Es un follón eso», explica Miguel, que vive en un segundo piso sin ascensor. Además a hacer la compra, la asistente que le visita dos veces por semana le ayudan también a asearse o a cambiar la ropa de cama.
Salió de Cuba, de su barrio de Santa Suárez en la Habana, con 33 años. Era un momento complicado en la isla debido al embargo de Estados Unidos, y él consiguió un visado a través del embajador de España en Cuba gracias a un amigo. En Ibiza se dedicó primero a la construcción, y luego fue camarero en un bar durante 15 años. Siempre trabajó sin contrato ni cotización en la Seguridad Social. «Si no trabajas tú, lo hará otro», cuenta que le decían. Sabe que no volverá a Cuba, pero dice que tampoco volvería si pudiera. Las noticias que le llegan no le convencen para volver a pesar de que echa de menos su tierra.
Ahora se encuentra con una pensión mínima, y tras la muerte de sus padres, solo. La compañía que le ofrece este servicio es «muy importante». Su relación es cotidiana, sin anécdotas lastimeras. Charla con Lina de sus conocidos, de anécdotas o de las recetas de su tierra. Le explica que cocinará ropa vieja, con sopa y un aliño que prepara él.
El servicio
En total el SAD cuenta con 13 trabajadores familiares de Servicios Sociales y 3 contratados a través de una empresa externa, debido a necesidades del servicio. Las personas que lo reciben son derivadas por la propia concejalía, aunque cualquiera puede acudir a solicitarlo.
Los usuarios son personas con algún tipo de dependencia, ya sea física, psíquica o mental. Un trabajador social acude al domicilio de la persona derivada o solicitante y hace un informe de las necesidades del usuario. En ese documento se determina si se le concede el SAD, y en caso afirmativo se establecen un número de horas semanales para cubrir sus necesidades.
En el caso de Miguel las tareas iniciales eran de higiene personal, compras y control de la medicación. Como la situación es estable el servicio se mantiene igual. Este tiempo es flexible conforme a la variabilidad de las circunstancias de cada caso particular, y puede subir o bajar dependiendo de la evolución de su situación. A Miguel le están haciendo unas plantillas «que le han costado un dinerito», según dice él. Si eso diera lugar a una mejora considerable en su movilidad, unida al régimen que le ha recomendado el médico, se valoraría la reducción de este servicio.
El objetivo es siempre promocionar la autonomía de las personas usuarias a través de actuaciones en el propio domicilio y de apoyo social.
No sólo reciben este servicio personas mayores o con problemas de movilidad, también familias, por ejemplo, que necesitan ayuda para atender a sus hijos.
«A veces la ayuda no es tan asistencia, sino también educativa. Es un servicio muy amplio, muy rico, que requiere de una formación también amplia, por lo que tenemos que abarcar muchas habilidades» explica Lina respecto a su trabajo. A nivel personal es «una satisfacción muy grande» para ella. Un trabajo vocacional, porque indica que si no es por vocación no se puede hacer un buen trabajo. «Sólo con ver la forma en que te esperan y la alegría con que te reciben… eso es lo que más gratifica» dice sonriente.