Hace unas semanas tratamos sobre las exposiciones barcelonesas y madrileñas de Narcís Puget Viñas. Este estupendo pintor estuvo muchas veces pululando por Madrid y una de las primeras veces que fue a la capital debió ir con una recomendación, probablemente de un clérigo ibicenco importante, a visitar a uno de los personajes eclesiales más importantes de la Villa y Corte, al ibicenco Jaime Cardona Tur, que fue un gran predicador de sermones, por su oratoria llenaba las iglesias matritenses hasta el punto que acabó siendo nombrado vicario general castrense, obispo de Sión y luego patriarca de Indias lo que le daba derecho a ser senador. De modo que tuvo una carrera meteórica.
La visita de Puget al padre Cardona fue bastante bien hasta el punto que el pintor le hizo al obispo un retrato yo creo que hacia 1906 porque en 1905 había quedado segundo en un concurso de diplomas para celebrar el tercer centenario del Quijote y tuvo como premio un viaje a Madrid, a ver el bullicio de la boda de Alfonso XIII. Lo cierto es que Puget pintó al señor obispo, aunque el cuadro que tal vez fue a parar al Ayuntamiento de Ibiza, fue prácticamente destrozado, como tantas imágenes y tanto patrimonio ibicenco y formenterano, durante la guerra civil. En este caso el retrato acabó en el fondo del mar y fue recuperado por unos pescadores que se lo devolvieron a Puget que debió pillar un buen disgusto y adecentó el lienzo como pudo aunque tuvo que recortarlo.
Lo cierto es que Cardona Tur (1838-Madrid, 1923) fue una verdadera eminencia en la Madrid de su tiempo. Ya apuntaba el hombre con sus sermones en la iglesia del Buen Suceso que estaba en la Puerta del Sol, centro de Madrid, precisamente donde actualmente se encuentra la macrotienda de Apple. Llenaba las misas y era muy reclamado por su profusa oratoria sagrada. Debía tener muy buenos contactos en la jerarquía eclesiástica y también en la política, y en los círculos monárquicos, porque en 1892 ya era obispo de Sión y en 1989 fue el sacerdote que le dio la primera comunión a Alfonso XIII.
En la capital del reino fue de menos a más. Primero le encargaban rosarios, novenas, ejercicios, meditaciones con posterior plática, pequeños sermones y entre tanta mojigatería parece que los madrileños le fueron cogiendo el gustillo y ya hacia 1869 era un orador sagrado de prestigio y bastante requerido. Por ejemplo, aquel año, dio una conferencia en el Ateneo de Señoras sobre los deberes de las mujeres. La conferencia tuvo un lleno absoluto. Ya fuera en el colegio de Loreto o en la Congregación de Santa Filomena, sus discursos eran seguidos por la muchedumbre.
Murió en 1923 y tuvo un funeral casi de Estado. El cortejo, con el cuerpo presente del obispo, recorrió las principales calle de la capital hasta el Real Monasterio de Santa Isabel de las Agustinas Recoletas (Madrid, Atocha) donde están enterrados él y posteriormente lo sería su hermana Dolores.
En el periódico La Época leemos que «El sabio prelado, por su bondad, su gran virtud y su firme piedad religiosa, era querido y respetado por todos». Dio su último suspiro este obispo ibicenco rodeado de su hermana y sobrinos más su mayordomo que posiblemente sería balear, Rafael Rosselló, allí estaban también el rector de la parroquia del Buen Suceso, muy ligada a la vida y oratoria de Cardona, y los obispos de Huesca y Teruel, a los que seguramente colocó el religioso ibicenco. La bendición papal se la dio otro sacerdote, tal vez balear, el doctor Colom. Llamaba habitualmente la reina Cristina por teléfono para interesarse por el jerarca. Enterado Alfonso XIII del óbito envió a ayudante de guardia a dar el pésame a la familia.