El aeropuerto sigue mostrando un aspecto desolador, fantasmal. La soledad te llena en un edificio en el que lo único que se oyen son los propios pasos. La pantalla de llegadas está prácticamente vacía, pero antes de la hora de comer dos aviones tocan tierra. Uno viene de Barcelona. El segundo, de Palma.
Los pasajeros se encuentran una Ibiza blindada. No es el recibimiento al que están acostumbrados cuando llegan a este paraíso. De sobra son conocidas las restricciones aéreas y marítimas impuestas por el Govern balear para frenar la expansión de la COVID-19 que llenaron las páginas de este periódico y coparon informativos. Unas medidas que se van actualizando diariamente ante el avance de una enfermedad que está asolando a todo el planeta. Estas restricciones vinieron acompañadas de una reducción severa del número de vuelos. Además, los pasajeros tienen que justificar la causa de su desplazamiento para poder llegar a su destino.
Todo esto ya se está llevando a cabo en el aeropuerto de Ibiza. Así lo notificaron ayer las personas que llegaron de Barcelona y Palma, ya que los medios no pueden acceder a la zona de maletas en las que estaba instalado un dispositivo de la Guardia Civil. Los pasajeros, en algunos casos, tuvieron que hacer más de una hora de espera para pasar el control de seguridad. El dispositivo controlaba, uno a uno, a todos los viajeros que tomaron tierra en la isla. Además, tras las unidades de la Guardia Civil se encontraba un equipo de enfermeras que se encargaba de hacer preguntas básicas e informar y concienciar a los recién llegados, la inmensa mayoría residentes en la isla.
Las puertas se abrían y cerraban en un constante goteo de las personas que, una a una, pasaban el control. Entre las llegadas de Barcelona se encontraba Rafael Gonzalo, que aterrizó tras una odisea aérea de miles de kilómetros ya que su lugar de origen era Sudán. A Ibiza llegó tras hacer escalas en Dubái, Hungría y Barcelona. Este viajero destacó el control que se estaba haciendo en Ibiza después de pasar por tantos aeropuertos: «En Jartum (capital de Sudán) y Dubái hay menos control, pero, una vez que entras en Europa, ya se nota que la cosa está seria. Eso sí, ni en Hungría ni en Barcelona había un control como el que nos hemos encontrado aquí».
También Rosana, que fue la segunda en salir por las puertas, destacó que las medidas de prevención habían sido «buenas». Aseguró que les habían preguntando minuciosamente uno a uno por el motivo de su viaje y les habían solicitado la documentación para corroborar que decían la verdad. Además, mostró un papel que les había entregado el personal de sanidad con recomendaciones básicas para prevenir el virus.
También hubo voces críticas en otros aspectos. María Lara Escandell estaba conforme con la medidas adoptadas en el aeropuerto, pero no tanto con las adoptadas por la compañía aérea. «Creo que íbamos demasiado cerca unos de otros. Todas las filas ocupadas y solo se dejaba libre el asiento del centro. No me parece suficiente», lamentó antes de sugerir que «quizá sería más conveniente que hubiese dos vuelos y que los pasajeros fuésemos más espaciados». Sobre este asunto, también se quejó otra de las pasajeras. Avelina habló de la poca distancia que había en su vuelo entre Alicante y Barcelona, pero pensaba que en el avión que la trajo a Ibiza la separación era suficiente.
Estas medidas de llegada no fueron las únicas que había ayer en la terminal ibicenca. El personal de AENA informaba a las personas que se acercaban a recoger viajeros que no podían estar dentro del edificio y que debían esperar en sus vehículos si no querían llevarse una reprimenda de la Guardia Civil.
Nos despedimos del aeropuerto tras una hora esperando y aún no había salido ninguno de los viajeros procedentes de Palma. El silencio seguía existiendo. Fuera, una larga fila de personas esperaban por el servicio de taxis.