Sin poder evitarlo, hoy es un día con nombre de canción. Tiene en su haber, además, uno de mis apelativos preferidos, chata, tal vez porque mi abuelo siempre me llamaba así y ahora mi padre. La he bailado tantas veces en sus 30 años de existencia que no llevo la cuenta de los pasos sonrientes que he dado entonándola a gritos, y hoy será la protagonistas de mi karaoke diario para que no me olvide de quién soy ni de quién fui.
Hoy es, además, el 30 cumpleaños de Armando, un amigo al que pensábamos dar una gran fiesta sorpresa, y también de Juan. Ellos son mi actual 20 de abril y los maridos de dos de mis compañeras de trabajo, gracias a los cuales esta fecha es desde hace años motivo de fiesta y la mejor excusa para celebrar barbacoas míticas al amparo de su propia banda sonora. Recuerdo que, como regalo, en su boda pedimos a Iván Doménech que viniese con sus Canallas para cantársela en persona y también que tal día como hoy siempre terminaba mi informativo matinal con ella. Creo que lo que nos cuenta tiene ahora más sentido que nunca, porque este 20 de abril se viste de melancolía, de conversaciones íntimas con los jóvenes que fuimos, con los soñadores que nos habitaron un día y que ahora, llegada la madurez, nos hacen preguntarnos qué podría haber sido de nuestras vidas si hubiésemos escogido otro camino.
Los que recorrimos el sendero de la vocación, como Celtas Cortos o como una servidora, seguimos cantándole a la vida, unos con música y otros con letras, aunque sea desde este confinamiento. Nosotros somos el personaje que se marchó de aquellos valles a los que llamó un día hogar pero a quien le olían a cárcel de sus libertades, y también quienes sonreímos al evocar a nuestras chatas y chatos, amigos, anécdotas y días de porrones y de risas en bodegas. Los cuentacuentos no vemos pena en sus estrofas, sino un aroma a alegría de otra época, esa en la que decidimos escoger ser felices antes de dormir apaciblemente en el redil de los convencionalismos. Somos los mismos que hoy nos pondremos los cascos para escucharla o interpretarla. Puede que a muchas de las personas que amamos en su día les sorprenda que les escribamos 20 o 30 años después solo para saber cómo están, de corazón, deseándoles que el bicho no esté entre los suyos, sin más intención que acariciar a la melancolía, mientras evocamos aquellos días en los que las pandemias y el miedo eran historias de otros libros.
Hoy es 20 de abril y los brindis y las felicitaciones las haremos desde casa. Incluso yo, que nunca he sido de quiénes enarbolan el ‘cualquier tiempo pasado fue mejor' no nos importaría volver al 90, porque entonces no sabía qué significaba distopía y la música no me cansaba.